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Terrorismo
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De nuevo el terror

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De nuevo el terror (RAMÓN L. SANDOVAL)

La Europa fortaleza, aquella de fronteras blindadas contra el terrorismo yihadista y la inmigración indeseada, no pasa de una ilusión o un tropo en el lenguaje altisonante de políticos ultranacionalistas y racistas redomados. Otra es la realidad, dura, sangrienta, incierta, como ha quedado manifiesta en las calles de Manchester, en el corazón mismo de la Inglaterra antañona donde latió con ímpetu la revolución industrial.

No es violencia de pobres contra ricos. Tampoco emparienta con La situación de la clase obrera en Inglaterra, el libro que escribiera Federico Engels en la ciudad cuyo nombre y paisajes ocupan los espacios informativos mundiales a raíz del atentado terrorista de esta semana que cobró la vida de 22 personas y contabilizó decenas de heridos. Aliento ideológico, ninguno. El terrorismo bajo la impostura del islam ha vuelto a golpear con fuerza, esta vez con un mensaje ominoso por el blanco de población joven e infantil que frecuenta los conciertos de la norteamericana Ariana Grande.

Con frecuencia preocupante, el fanatismo arremete con una eficacia sorprendente. Apenas unas semanas atrás, renegaba en estas páginas de toda noción de espontaneidad en la selección de los escenarios para reproducir desolación y muerte sin importar género ni edades. Me resisto a creer que la selección de los blancos terroristas obedezca al albur o a cuán expedito les resulta el camino a los yihadistas. Las barreras impuestas por las fuerzas de seguridad son muchas, y más sofisticadas que lo que informan soldados armados hasta los dientes, acorazados bípedos que se desplazan por los pasillos de los aeropuertos, las estaciones de tren y, tras la trágicas experiencias, por los alrededores de donde se concentran grandes multitudes.

Falló la prevención, no. Por cada complot exitoso, las autoridades europeas impiden varios más. En el caso británico, los servicios de inteligencia han desbaratado numerosos planes en los últimos meses. Es imposible, sin embargo, garantizar la seguridad total. Enemigo peligroso, inteligente, que cambia sus métodos. Igual apuñala que se vale de un vehículo como arma mortífera. Lo vimos en Niza, y hace poco en el puente londinense de Westminster. Ataca dentro de una discoteca, como en París. O a la salida de un concierto multitudinario, como en Manchester. O ametralla inclemente a su paso, ejemplos Estambul y Bruselas. Interesa impartir terror, que nadie se sienta a salvo, que ciudades y lugares emblemáticos de la Europa milenaria deban ser patrullados con despliegue alarmante de armas, que la sospecha sea el velo que cubra a inmigrantes pacíficos de países musulmanes y erosionar los valores de libertad y tolerancia.

Peligro múltiple. El terror con uniforme de cruzada contra los infieles alimenta el discurso racista y las propuestas de acciones severas. Los saldos fatídicos y escenas de desolación invitan a desconocer principios cardinales; verbigracia, que la violencia acarrea más violencia y los atropellos a la ley solo se corrigen con la ley. Más que una construcción utópica, el estado de derecho es el hábitat natural de la sociedad democrática. Que nos igualemos en la barbarie es el otro gran fin de estos fanáticos.

Hay otra razón implícita, eslabonada en la cadena de odios contra una cultura que estos bárbaros visualizan como un engendro diabólico cuya eliminación es sine qua non para la victoria final de su interpretación muy particular de la religión musulmana. Quisieran verlo como un choque de civilizaciones, como erradamente lo bautizó Samuel Huntington. Aquellos que abominan de la tradición judeocristiana y las corrientes culturales en que se incubó el islam, en realidad representan una fracción mínima entre los seguidores del Profeta. Mas, su discurso contra la degradación de Occidente con sus modas infames y arrogancia cultural, penetra en mentes ansiosas de orientación.

Ariana Grande trasciende el marco estrecho de la cultura pop, aunque no figure en mi catálogo de favoritos. La merma de afinamiento de mis oídos tapona todo intento para acomodarme al aburrimiento acústico de los sintetizadores, cajas de ritmos y esos teclados mortales para la creatividad en mi humilde apreciación musical. ¿Su voz? Otra historia. “Ella suena muy bien, es una muy buena cantante”. Palabras de la reina Isabel II en visita a las víctimas del atentado, recluidas en un hospital de Manchester. No se equivoca. En torno a la artista, nacida cerca de Miami, ha florecido una suerte de culto impulsado por la imagen de liberación y de tránsito a la adultez que se ha labrado quien ya en sus años infantiles fuese una estrella de la televisión. Detrás de las letras aparentemente simples de sus canciones y una música apegada a la línea tradicional del R&B contemporáneo, asoma una voz sorprendente de soprano lírica ligera, con paso equilibrado a través de un amplio rango de registros del que no escapa el silbido.

Versión vocal novedosa de Céline Dion, Whitney Houston y Mariah Carey, fue descubierta por Gloria Estefan en un crucero. En sus relativamente pocos años de carrera artística activa, Ariana ya es grande. Ha devenido modelo de inspiración para esa miríada de adolescentes y niños que escalan los peldaños de la edad sin referencias sociales sólidas, deseosos de inspiración, aprensivos frente a un colectivo cuyos signos y claves no acaban de dominar. Desde sus años infantiles hasta su actual etapa de veinteañera, su vida ha sido una vitrina a la que han podido asomarse las miradas de sus coetáneos. Tal era la audiencia que se deleitó con ella en Manchester, masa de jóvenes y niños en la que la vesania de Salman Abedi explotó con crueldad. Por eso el listado luctuoso recoge un alto número de edades cortas, incluso una niña de apenas ocho años. Las víctimas adultas, en su gran mayoría, habían ido a recoger a sus críos al final del banquete musical que terminó en pesadilla sangrienta.

La composición social de las grandes ciudades británicas es bastante compleja. Ha habido una política deliberada de integración urbana, con el cometido de romper el sello de clases que tradicionalmente ha marcado a la sociedad. En los barrios más exclusivos, las mansiones de los ricos comparten el espacio urbano con complejos habitacionales enormes (llamados council houses, o casas municipales) construidos por el Estado para albergar a indigentes o personas de recursos escasos. La meta es evitar los guetos.

La violencia en las calles tiene otros caracteres, derivados de tensiones sociales provocadas por la inmigración y el sentido de no pertenencia que influye a extensos grupos poblacionales, incluyendo a británicos de primera generación. El Reino Unido ha apostado por una política de inclusión muy tolerante, prevalido tal vez de la potencia de la tradición británica de respeto a las ideas. Sin embargo, en ese ambiente creció y se radicalizó Salman Abedi, el joven de 22 años que detonó la poderosa bomba en Manchester.

Si conmovedor es el cuadro trágico, también la solidaridad desbordada. Dos vagabundos corrieron a socorrer a las víctimas, a librar a varios heridos de los clavos y tornillos que contenía la bomba e hizo llover la explosión. Taxistas indios y paquistaníes, abundantes en el Gran Manchester, ofrecían gratuitamente sus servicios. Las redes sociales atrapaban un sinnúmero de ofertas generosas de alojamiento. La tragedia unió a los mancunianos. Y junto a ellos, a un mundo que sólo atina a preguntarse a cuáles puertas tocará de nuevo el terror.

adecarod@aol.com

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