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Dearborn

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Dearborn

En La Fiesta del CHIVO (2000) de Mario Vargas Llosa el nombre de Henry Dearborn figura referido en las conversaciones de algunos de los personajes principales de la novela. Así sucede en un diálogo entre Trujillo y el coronel Johnny Abbes García, jefe del temido Servicio de Inteligencia Militar (SIM), descrito por el narrador como “figura desmañada, cariacontecida, de ojitos en perpetua agitación”, a quien “por su falta de músculos, su exceso de grasa y su afición a la intriga” se le podía considerar “un sapo de cuerpo y alma”.

El nombre de Dearborn aparece por primera vez en el siguiente contexto, en conexión con el rol que estaría desempeñando el general Juan Tomás Díaz en planes conspirativos.

“Trujillo señaló el informe del escritorio con aire despectivo:

–¿Otra conspiración para matarme, con Juan Tomás Díaz a la cabeza? ¿Organizada también por el cónsul Henry Dearborn, el pendejo de la CIA?

El coronel Abbes abandonó su inmovilidad para acomodar sus nalgas en la silla.

–Eso parece, Excelencia –asintió sin dar importancia al asunto.

–Tiene gracia –lo interrumpe Trujillo- Rompieron relaciones con nosotros, para cumplir con la resolución de la OEA. Y se llevaron a los diplomáticos, pero nos dejaron a Henry Dearborn y sus agentes, para seguir tramando complots. ¿Seguro que Juan Tomás conspira?

–No, Excelencia, apenas vagos indicios...”, responde un Abbes relajado. Quien afirma que en razón de la caída en desgracia del general le mantenía un servicio de vigilancia con intervención telefónica incluida, reportándose reuniones en el patio de su casa de Gascue so pretexto de proyectar películas, a las que acudían su hermano Modesto, Luis Amiama y Antonio de la Maza.

Pocas páginas más adelante reaparece Dearborn –esta especie de “Our Man in Ciudad Trujillo”, remedo de la novela Our Man in Havana del escritor británico Graham Green, él mismo agente de inteligencia de su país, cuya trama se sitúa en la convulsionada Cuba prerrevolucionaria de 1958 dominada por Batista.

“Ayer, el general Díaz tuvo una entrevista secreta con un emisario de Henry Dearborn, el supuesto diplomático yanqui, que, como Su Excelencia sabía, era el jefe de la CIA en Ciudad Trujillo.” La narración ubica el encuentro en el Hotel Embajador. Ante la información, Trujillo reflexiona realizando un perfil retrospectivo de su antiguo cercano colaborador, minimizando el riesgo que pudiese provenir de su persona.

Conforme al propio Dearborn –quien fuera sucesivamente Chargé d’Affaires, cónsul general y jefe de estación de la CIA hasta febrero del 61– en su involucramiento en la operación destinada a liquidar a Trujillo, rehuyó la interlocución directa tanto con el denominado grupo de acción encabezado por Antonio de la Maza, Antonio Imbert y Estrella Sadhalá, como con el grupo político en el que participaban los hermanos Juan Tomás y Modesto Díaz, así como Luis Amiama. Prefiriendo emplear como canal de comunicación a personas del llamado grupo de contacto, integrado por empresarios y profesionales pro americanos vinculados a la embajada, como Gianni Vicini (“Mr.X”) y el Dr. Jordi Brossa (“El Chico”).

Tal como se consigna en la súper documentada obra Los Estados Unidos y Trujillo. Los días finales: 1960-1961, de Bernardo Vega, quien en su calidad de embajador en Washington pudo reunir en 1998 en una recepción en nuestra sede a los principales actores norteamericanos sobrevivientes de esos episodios, entre ellos al embajador Joseph F. Farland, John Barfield, Edwin H. Simmons, Manuel Chávez y a Henry Dearborn.

A la lista de contactos se agregaba el Dr. Luis Ml. Baquero, psiquiatra quien sería secretario general de Unión Cívica Nacional, el gerente de la ESSO Andrés Freites, futuro embajador en Washington del Consejo de Estado y primer canciller de Bosch, el empresario Manuel Enrique Tavares Espaillat, miembro del Triunvirato que sustituyó a Bosch en la presidencia en 1963. Al igual que Donald Reid Cabral, mi vecino de Reid & Pellerano, próximo consejero de Estado, canciller del Triunvirato y su segundo presidente hasta el estallido de la revolución del 65.

Dearborn surge de nuevo en la novela en el marco de una conversación entre el influyente senador Agustín Cabral, alias Cerebrito, desbancado de la presidencia de la cámara alta y quien busca rehabilitarse ante el Jefe, y el siniestro Johnny Abbes, asentado en su guarida del SIM de la México con 30 de Marzo. Allí, ante un aterrorizado Cerebrito a quien mantienen vigilancia con servicio de “cepillo” del SIM siguiéndole los pasos, Abbes le dispara la razón de esa medida: “La escolta es para disuadirlo de asilarse. Si lo intenta, mis hombres lo arrestarán.”

Asombrado, Cabral reacciona: “-¿Asilarme? Pero, coronel. ¿Asilarme, como un enemigo del régimen? Pero, yo soy el régimen desde hace treinta años”, exclama quien había propuesto en el Congreso cambiar el nombre de Santo Domingo de Guzmán por el de Ciudad Trujillo. Recibiendo como respuesta: “–Donde su amigo Henry Dearborn, el jefe de la misión que nos han dejado los yanquis –prosiguió, sarcástico, el coronel Abbes.” El desorientado Cabral rechaza la especie, indicando que sólo había visto al sujeto “dos o tres veces en mi vida”, siguiendo órdenes de Trujillo, en compañía de otro funcionario.

Un frío maquinador jefe de inteligencia le amplía al atolondrado Cerebrito: “Es un enemigo nuestro como usted sabe. Los yanquis lo dejaron aquí, cuando la OEA acordó las sanciones, para seguir intrigando contra el Jefe. Todas las conspiraciones, desde hace un año, pasan por la oficina de Dearborn. Pese a ello, usted, presidente del Senado, fue a un coctel a su casa, hace poco. ¿Recuerda?”

En medio del diálogo entre Abbes y Cabral se cuela la posición del primero, ante “la traición yanqui”, favorable a un acercamiento del régimen al bloque socialista encabezado por la “URSS y sus satélites” y la reacción adversa de Balaguer, Manuel Alfonso (Manuel de Moya Alonso) y Cerebrito a tal propósito, bajo la premisa de que la República Dominicana bajo Trujillo era un baluarte anticomunista en América. Razón por la cual aquellos no aceptarían esa jugada, que tampoco los norteamericanos la permitirían. Proponiendo en cambio un entendimiento con Washington.

A lo cual el hombre que encandiló a Trujillo con sus temerarias iniciativas, como el atentado contra Betancourt, ripostó: “-Su amigo Henry Dearborn no piensa así, lástima... Sigue tratando de financiar un golpe contra el Jefe...”

Otra vez surge Dearborn en el guión narrativo de Vargas Llosa, ahora en conversación en el Palacio Nacional entre Trujillo y Balaguer, “el Presidente pelele”, al discutirse el indulto a un grupo de presos políticos. Un diálogo electrizante entre el dictador y su aventajado pupilo, reclutado en los orígenes del régimen, cuando Trujillo estaba casado con Bienvenida Ricardo y Balaguer residía en el Hotel Presidente. Entonces trasladado a la Mansión Presidencial para colaborar en la función oratoria de los recorridos presidenciales.

Conocedor del tono conciliador de Balaguer y de su repugnancia hacia Abbes, el dictador le recordaba que había gozado del privilegio de ocuparse “sólo de lo que la política tiene de mejor”. Leyes, reformas sociales, negociaciones diplomáticas, “el aspecto grato, amable, de gobernar”. Clavándole incisivo las interrogantes: “¿Y el orden? ¿Y la estabilidad? ¿Y la seguridad?” Para acotar: “Agradezca que yo le permitiera mirar al otro lado... mientras yo, Abbes, el teniente Peña Rivera y otros teníamos tranquilo el país para que usted escribiera sus poemas y sus discursos.”

“–¿Aplacará esta nueva liberación de presos a los yanquis? –monologó–. Lo dudo. Henry Dearborn sigue alentando conspiraciones. Hay otra en camino, según Abbes. Hasta Juan Tomás Díaz está metido... ¿Ha oído usted de esta nueva conspiración?”. A lo cual Balaguer habría respondido: “–Lo hubiera reportado en el acto al coronel Abbes García, Excelencia. Como he hecho siempre que llega a mí cualquier rumor subversivo.”

Vuelve Dearborn en la novela, tras la liquidación de Trujillo –cuya información le fue servida la misma noche del 30 de mayo, tanto por Andrés Freites, quien refugiara a Luis Amiama en su hogar, trasladado al hogar vecino de Tabaré Álvarez Pereyra y Josefina Gautier, como por Lorenzo Berry, Wimpy, quien al igual que Arturo Espaillat se encontraba en el restaurante El Pony de la Feria Ganadera cuando pasó el auto de Trujillo y sonaron los disparos del acto magnicida.

En esta parte de la narración figura revelado por el general Román Fernández, sometido a interrogatorios y a torturas indecibles, quien habría confesado que tras el sondeo inicial por parte de su compadre Luis Amiama, se habría enterado a través de Juan Tomás Díaz que “tanto el cónsul Henry Dearborn como el cónsul Jack Bennett, y el jefe de la CIA en Ciudad Trujillo, Lorenzo D. Berry (Wimpy) querían que él la encabezara” (la junta cívico militar).

Como es sabido, el 7 de febrero de 1961, bajo la cobertura de agregado comercial, llegó al país Robert Owen, nuevo COS (Chief of Station) de la CIA, quien reemplazaría a Dearborn en esta función. Ambos se hallaban la noche del 30 de mayo en el Country Club en una velada de la embajada china. Wimpy, quien actuó, junto a su esposa Flérida Yabra, como operativo en tareas de enlace entre varios niveles de la conspiración, no fue jefe de la CIA.

En abril del 2013 The Washington Post, en su sección de obituarios, registró el deceso de Henry Dearborn, referido como un centenario funcionario retirado del servicio exterior de Estados Unidos, fallecido en Collington Life Care Community, Mitchellville. Conforme su hijo Henry M., Dearborn padecía quebrantos cardíacos.

Creo que Dearborn hizo su tarea y contribuyó a que nosotros hiciéramos la nuestra.

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