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Exilio
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Educadora Exiliada Modélica

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Educadora Exiliada Modélica
Guillermina Medrano

La profesora Guillermina Medrano, primera concejal del Ayuntamiento de Valencia en 1936 por Izquierda Republicana, casada con el abogado Rafael Supervía -delegado de la Junta de Liberación y director de Democracia en nuestro país-, fundó en 1941 en Ciudad Trujillo el Instituto-Escuela. Una entidad modélica forjada con el concurso de familias dominicanas y extranjeras y la participación de educadores refugiados (Emilia Benavent, Fernando Blasco, Vicente Ruíz, María López, Alfredo de la Cuesta), inspirada en la Institución Libre de Enseñanza. Antes, trabajó como técnica en la Secretaría de Educación y docente en la Normal de Señoritas. Tras seis años dominicanos, se trasladó en 1945 junto a su esposo a Washington, donde laboraron por cuatro décadas en colegios y universidades hasta jubilarse. La Oficina de Educación de EEUU reportó en 1944 que el Instituto-Escuela era “el centro con métodos más modernos del país”.

Entre las familias concurrentes figuró la de Abad Henríquez de Castro, don Babá, educadores por generaciones. Referido como director fundador, rol que desempeñó hasta el final de sus días. Los terrenos del ensanche La Primavera –donde funcionó un hipódromo y un campo de béisbol en el que jugaban Licey y Escogido- eran de su padre Enrique Henríquez Alfau, quien los urbanizó. El edificio del Instituto-Escuela, ubicado en la Hermanos Deligne con Santiago, fue concebido y construido en 1943 por el arquitecto catalán Tomás Auñón, también refugiado, autor del Monumento Trujillo-Hull del Malecón y de la casa de los Molinari, radicado luego en México. Así, la profesora Medrano debió ser directora técnica del plantel y don Babá su director gerente, como lo era en los 50 cuando Consuelo Nivar ocupaba el rol técnico.

La Medrano nos relata sus recuerdos. Tras el exilio en Francia, al cual el inicio de la II Guerra puso fin, la pareja embarcó hacia América. “La travesía en el barco francés no estuvo tan alejada de peligros como la salida de París. Desde Burdeos nos dirigimos a Plymouth y allí pasamos dos días sin saber si el barco continuaría hasta su destino o volvería de nuevo a Francia. No se nos informaba de nada. Por fin zarpamos de nuevo y, en el camino, sufrimos todas las peripecias e intranquilidades: persecución por submarinos alemanes, falta de comida e higiene y, al fin, llegamos a St. Thomas donde pudimos bajar unas horas y después cambiar de barco para dirigirnos a lo que considerábamos sería nuestro destino final: México.

“Como hubimos de detenernos en la República Dominicana y mi salud se había resentido por el largo y penoso viaje, pregunté a los empleados de las aduanas si podríamos bajar y descansar unos días en aquel país hasta embarcar la semana siguiente y seguir nuestra ruta hasta México donde teníamos ya algunos amigos que habían llegado en expediciones anteriores. Aunque no teníamos visado de entrada los aduaneros se mostraron muy amables y nos dijeron que podíamos quedarnos el tiempo que quisiéramos en su país. La semana de descanso se prolongó por casi seis años...

“De Puerto Plata, lugar de nuestra llegada, decidimos ir a la capital entonces llamada Ciudad Trujillo, nombre del dictador que dirigía los destinos de la República Dominicana y del cual no sabíamos absolutamente nada. Estando en París, durante nuestra guerra civil, había yo leído algo sobre la visita de Trujillo a Francia y también visto caricaturas sobre este personaje que, al parecer, no tomaban muy en serio en París. Como por aquel entonces no pensaba yo ni remotamente en que mi destino me llevaría a la tierra de Trujillo, no me interesé en saber nada más de él. Solamente la República Dominicana, conocida como Santo Domingo, la estudié durante mis cursos de historia de América en la Universidad. Rafael Trujillo Molina era hombre de origen modesto que, por circunstancias diversas, se había hecho con el poder a raíz de un terremoto (sic) que asoló la capital. Dirigía el país con mano de hierro y acababa con sus enemigos con métodos comunes a todos los dictadores. Era, sin embargo, “generoso” dejando entrar en el país a españoles refugiados y a muchos judíos que encontraron allí su primer escalón para abrir camino a otros países. Se decía que el interés de Trujillo era dar la sensación de libertad y agradar al gobierno del presidente Roosevelt, además de ayudar a “blanquear la raza”.

“La generosa acogida de los aduaneros, que sin tener visado para entrar al país no nos exigieron ningún pago, y la fortuna de compartir el automóvil que nos trasladó a la capital con un alto funcionario del departamento de Educación, que me prometió ayudarme a conseguir un trabajo en la Secretaría de Educación, nos ayudó en decidir que ese país iba a ser nuestro hogar, al menos por algún tiempo. Una semana después de nuestra llegada estaba yo ya trabajando, primero como profesora en la Escuela Normal de Señoritas y, más tarde, en el mes de enero, coincidiendo con un nuevo presupuesto, como miembro, con otros cuatro españoles, educadores recién llegados a la ciudad, de una Sección Técnica que tendría como misión estudiar el sistema educativo dominicano para tratar de mejorarlo. Allí propuse crear un Centro de Adaptación Social para niños que precisaban atención especial pero... “en la tierra de Trujillo no había niños anormales”, según se me dijo fueron los comentarios del “Jefe”, como lo nombraban sus “correligionarios”. Un diez por ciento del salario mensual se entregaba al Partido Dominicano, es decir, a Trujillo.

“Pronto me di cuenta de que lo que yo debía hacer era fundar una escuela. Con la ayuda de algunas familias dominicanas, que a causa de la Segunda Guerra Mundial no podían enviar a sus hijos a los Estados Unidos, y miembros del cuerpo diplomático que tenían niños en edad escolar, pude fundar el Instituto-Escuela que dirigí hasta la salida del país a fines del año 1945. Tuve también la fortuna de poder contar con la ayuda de varios compatriotas, profesores ya en España, que me hicieron posible contar, desde el primer momento, con profesionales preparados y conocedores de la moderna metodología que había de presidir la educación en el referido Instituto-Escuela. Además de los profesores españoles teníamos maestros dominicanos y dos de procedencia inglesa y austriaca, refugiados también como nosotros.

“Aunque iniciamos el curso con apenas treinta alumnos, al cabo de cuatro años contábamos ya con más de 300 de pago y una pequeña cantidad de becas adjudicadas, en su mayoría, a alumnos cuyos padres, refugiados también, no contaban con medios económicos para pagar la mensualidad correspondiente. La labor desarrollada para educar a nuestros alumnos en el régimen liberal del Instituto-Escuela pasó, a causa del ambiente impuesto por el régimen que imperaba en la isla, por momentos difíciles. Todo pudo superarse dignamente. Todavía hoy, cuando tengo la alegría de encontrarme con quienes se formaron -siquiera por algunos años- en el Instituto-Escuela me produce gran satisfacción oírles decir lo que para su educación significó.

“El dictador Trujillo que al principio de nuestra llegada nos había recibido con aparente generosidad y complacencia, comenzó a poner obstáculos a nuestra libertad de asociación y a nuestra labor. El lema que figuraba en parques y edificios públicos “Dios y Trujillo” nunca se puso en nuestro Instituto-Escuela. Tampoco su retrato sino un escudo simbólico de la República Dominicana a pesar de que la propia hija de Trujillo asistió al Kindergarten por una temporada. Era casi natural que en un régimen dictatorial como aquél la presencia de un grupo de exiliados de otra dictadura, sus reuniones políticas, sus publicaciones y, en general, su presencia no era ejemplo conveniente para un régimen político como el que se respiraba en Ciudad Trujillo. Poco a poco, muchos refugiados, con ayudas provenientes de otras organizaciones radicadas en Hispanoamérica, fueron abandonando el país. Para nosotros también había llegado el momento de hacerlo.

“El año 1943, en plena guerra mundial, había yo tenido la fortuna de recibir un grant de la Rockefeller Foundation para estudiar en la Universidad de Columbia en Nueva York. Mi interés era poder traer material para establecer un laboratorio psicopedagógico en el Instituto-Escuela. También visitar, a mi regreso de Estados Unidos, el laboratorio que funcionaba en La Habana al cual había sido invitada. Dos años después, ante las circunstancias que he mencionado agravadas por el hecho de que se nos acusó públicamente de pertenecer al partido comunista, arma que usaba el dictador para atacar a algunos exiliados, decidimos dar los pasos necesarios para salir del país y buscar en otros nuevos horizontes.

“La acusación de Trujillo no logró impedir nuestra entrada en los Estados Unidos. Rafael Supervía era bien conocido como anticomunista y antifranquista: un liberal, demócrata de toda la vida. Con la ayuda del embajador norteamericano, Mr. Avra Warren, cuya hija había sido una de mis alumnas en el Instituto-Escuela, logramos contratos de trabajo en Washington y, con ellos, el necesario permiso de entrada en el país. En el año 1946 ambos estábamos trabajando, yo en Sidwell Friends School y él en la George Washington University.

“De nuevo, al dejar la capital que nos había acogido por seis años, sentimos el dolor de un segundo alejamiento. Ahora no solamente de españoles sino también de amigos dominicanos que nos habían abierto sus corazones, compartiendo sus temores ante la dictadura trujillista y ofreciendo una sincera amistad. Dejábamos también una obra educativa creada con sacrificio y amor y una cultura con la que nos habíamos familiarizado, en parte por interés cultural y en parte por la necesidad que imponía su enseñanza. Con muchos de aquellos amigos y ex alumnos mantuvimos, a través de los años, estrecha relación.

“La estancia en la República Dominicana nos permitió vivir en una comunidad de hermandad y nos proporcionó un campo fértil a la creatividad”.

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