EL CRASH DE LOS TULIPANES (1634-1637)

Ahora que el mundo está viviendo una profunda crisis financiera que comenzara en el año 2008 y que ha producido profundas y diversas turbulencias financieras, tanto en los Estados Unidos, así como en el viejo continente europeo, es bueno recordar los acontecimientos que más han producido una "euforia especulativa" que han concluido en desastres financieros y de bolsa de valores en la historia económica. El primer gran crash financiero que se tenga registrado fue lo que se llamó el Crash de los Tulipanes o Fiebre de los tulipanes en Holanda, en 1637, donde ya para esa época, se había instalado la primera bolsa moderna del mundo. El objeto de la especulación, aunque usted no lo crea, fueron los bulbos de tulipán, cuyo precio alcanzó niveles desorbitados, dando lugar a una gran burbuja económica y una crisis financiera.
El tulipán fue introducido en los Países Bajos en 1559, procedente de la actual Turquía (en aquel tiempo, el Imperio Otomano), donde tenía connotaciones sagradas, tan así era su distinción, que adornaba los trajes de los sultanes. De hecho, la palabra tulipán procede del francés turban, deformación del turco tülbent, que significa turbante.
Aparentemente, fue un destacado botánico de nombre Carolus Clusius que dejó su trabajo en los Jardines Imperiales para tomar un cargo de profesor de botánica en Leiden, Holanda, donde llevó una colección de bulbos de tulipanes que desataron un gran interés y entusiasmo. Los jardineros holandeses apreciaban los tulipanes por su belleza, y muchos pintores preferían pintar una de esas flores antes que un cuadro.
El relato más acertado de estos acontecimientos se lo debemos al periodista escocés Charles Mackay, que lo reflejó en su libro Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes (1841). La especulación comenzó en 1634, cuando inversores holandeses comenzaron a arrebatarse bulbos de tulipanes raros y a comercializarlos hasta que sus precios fueron extravagantes y alcanzaron niveles de verdadera locura. En el pico de ese furor, un solo bulbo de Semper Augustus se vendió por el equivalente a 33,000 dólares de hoy en día. Se han documentado casos de que otros bulbos se vendieron por lo que costaba una buena casa, según los datos de la época.
Las variedades más raras eran bautizadas con nombres de personajes ilustres y almirantes de prestigio. En la década de los años veinte del siglo XVII el precio del tulipán comenzó a crecer a gran velocidad. Se conservan registros de ventas absurdas: lujosas mansiones a cambio de un sólo bulbo, o flores vendidas a cambio del salario de quince años de un artesano bien pagado. En 1623 un sólo bulbo podía llegar a valer 1,000 florines neerlandeses: para que se tenga una idea de lo irracional del valor de un bulbo, para esa época una persona normal en Holanda tenía unos ingresos medios anuales de 150 florines. Durante la década de 1630 parecía que el precio de los bulbos crecía ilimitadamente y todo el país invirtió cuanto tenía en el comercio especulativo de tulipanes. Los beneficios llegaron al 500%.
En 1635 se vendieron 40 bulbos por 100,000 florines. A efectos de comparación, una tonelada de mantequilla costaba 100 florines, y ocho cerdos 240 florines. Un bulbo de tulipán llegó a ser vendido por el precio equivalente a 24 toneladas de trigo. El récord de venta lo batió el Semper Augustus: 6,000 florines por un solo bulbo, en Haarlem. Como dice el afamado economista John Kenneth Galbraith: "la especulación se da cuando la imaginación popular se centra en algo que se tiene por nuevo en el campo del comercio o de las finanzas."
En 1636 se declaró una epidemia de peste bubónica que diezmó a la población holandesa. La falta de mano de obra multiplicó aún más los precios, y se generó un irresistible mercado alcista. Tal fue la fiebre especulativa, que se creó un mercado de futuros, a partir de bulbos aún no recolectados. Ese fenómeno fue conocido como windhandel, "negocio de aire", y se popularizó sobre todo en las tabernas de las pequeñas ciudades, a pesar de que un edicto estatal de 1610 había prohibido el negocio por las dificultades de ejecución contractual que generaba. Pese a la prohibición, los negocios de este tipo continuaron entre particulares. Los compradores se endeudaban y se hipotecaban para adquirir las flores, y llegó un momento en que ya no se intercambiaban bulbos sino que se efectuaba una auténtica especulación financiera mediante notas de crédito. Se publicaron extensos y bellos catálogos de ventas, y los tulipanes entraron en la bolsa de valores. Todas las clases sociales, desde la alta burguesía hasta los artesanos, se vieron implicados en el fenómeno. Entre tanto, la siempre poderosa fuerza de la moda mantenía alta la demanda. Adornar los vestidos de las mujeres con tulipanes se había vuelto chic" y los precios subieron de manera irracional. En resumen, los tulipanes equivalían a las actuales pashminas, los chalés de cachemira que son último grito en las capitales occidentales.
Charles Mackay cuenta una historia de la época: Un rico mercader había pagado 3.000 florines por un raro tulipán Semper Augustus, y éste desapareció de su depósito. Tras buscarlo vio a un marinero (que había confundido el bulbo con una cebolla) comiéndose el tulipán. El marinero fue detenido de inmediato y condenado a seis meses de prisión.
Final de la burbuja
Pero el 5 de febrero de 1637 (tres años después de que comenzara la especulación irracional) los bulbos cayeron en picada hasta el precipicio. El colapso de los tulipanes, según dice la historia, arrastró al resto de la economía en su caída. Ese día de febrero, un lote de 99 tulipanes de gran rareza se vendió por 90.000 florines: fue la última gran venta de tulipanes. Al día siguiente se puso a la venta un lote de medio kilo por 1.250 florines sin encontrarse comprador. Entonces la burbuja estalló. Los precios (no solamente de los tulipanes, sino de todos los bienes transables en la bolsa) comenzaron a caer en picada y no hubo manera de recuperar la inversión: todo el mundo vendía y nadie compraba. Esta actitud se contagió rápidamente y el pánico se apoderó del país.
Se habían comprometido enormes deudas para comprar flores que ahora no valían nada. Las bancarrotas se sucedieron y golpearon a todas las clases sociales. La falta de garantías de ese curioso mercado financiero, la imposibilidad de hacer frente a los contratos y el pánico llevaron a la economía holandesa a la quiebra. La situación no era mejor para los que habían comprado mediante un contrato de futuros: se veían obligados a comprar a un precio que ya no era el del mercado.
Como en todo mercado especulativo hubo vencedores y vencidos. Ganaron los que se salieron antes de que ocurriera la explosión, acumulando grandes beneficios. Perdieron los que habían liquidado su patrimonio para apostar a la Tulipanía y al final se quedaron con tulipanes pero sin casa. Y perdió el país, Holanda, el cual tuvo que lidiar con esa debacle financiera que arrastró a todos los sectores económicos y la llevó a una prolongada depresión económica.
El autor es Consultor Financiero. Cualquier observación dirigirse a: aespinp@gmail.com
El tulipán fue introducido en los Países Bajos en 1559, procedente de la actual Turquía (en aquel tiempo, el Imperio Otomano), donde tenía connotaciones sagradas, tan así era su distinción, que adornaba los trajes de los sultanes. De hecho, la palabra tulipán procede del francés turban, deformación del turco tülbent, que significa turbante.
Aparentemente, fue un destacado botánico de nombre Carolus Clusius que dejó su trabajo en los Jardines Imperiales para tomar un cargo de profesor de botánica en Leiden, Holanda, donde llevó una colección de bulbos de tulipanes que desataron un gran interés y entusiasmo. Los jardineros holandeses apreciaban los tulipanes por su belleza, y muchos pintores preferían pintar una de esas flores antes que un cuadro.
El relato más acertado de estos acontecimientos se lo debemos al periodista escocés Charles Mackay, que lo reflejó en su libro Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes (1841). La especulación comenzó en 1634, cuando inversores holandeses comenzaron a arrebatarse bulbos de tulipanes raros y a comercializarlos hasta que sus precios fueron extravagantes y alcanzaron niveles de verdadera locura. En el pico de ese furor, un solo bulbo de Semper Augustus se vendió por el equivalente a 33,000 dólares de hoy en día. Se han documentado casos de que otros bulbos se vendieron por lo que costaba una buena casa, según los datos de la época.
Las variedades más raras eran bautizadas con nombres de personajes ilustres y almirantes de prestigio. En la década de los años veinte del siglo XVII el precio del tulipán comenzó a crecer a gran velocidad. Se conservan registros de ventas absurdas: lujosas mansiones a cambio de un sólo bulbo, o flores vendidas a cambio del salario de quince años de un artesano bien pagado. En 1623 un sólo bulbo podía llegar a valer 1,000 florines neerlandeses: para que se tenga una idea de lo irracional del valor de un bulbo, para esa época una persona normal en Holanda tenía unos ingresos medios anuales de 150 florines. Durante la década de 1630 parecía que el precio de los bulbos crecía ilimitadamente y todo el país invirtió cuanto tenía en el comercio especulativo de tulipanes. Los beneficios llegaron al 500%.
En 1635 se vendieron 40 bulbos por 100,000 florines. A efectos de comparación, una tonelada de mantequilla costaba 100 florines, y ocho cerdos 240 florines. Un bulbo de tulipán llegó a ser vendido por el precio equivalente a 24 toneladas de trigo. El récord de venta lo batió el Semper Augustus: 6,000 florines por un solo bulbo, en Haarlem. Como dice el afamado economista John Kenneth Galbraith: "la especulación se da cuando la imaginación popular se centra en algo que se tiene por nuevo en el campo del comercio o de las finanzas."
En 1636 se declaró una epidemia de peste bubónica que diezmó a la población holandesa. La falta de mano de obra multiplicó aún más los precios, y se generó un irresistible mercado alcista. Tal fue la fiebre especulativa, que se creó un mercado de futuros, a partir de bulbos aún no recolectados. Ese fenómeno fue conocido como windhandel, "negocio de aire", y se popularizó sobre todo en las tabernas de las pequeñas ciudades, a pesar de que un edicto estatal de 1610 había prohibido el negocio por las dificultades de ejecución contractual que generaba. Pese a la prohibición, los negocios de este tipo continuaron entre particulares. Los compradores se endeudaban y se hipotecaban para adquirir las flores, y llegó un momento en que ya no se intercambiaban bulbos sino que se efectuaba una auténtica especulación financiera mediante notas de crédito. Se publicaron extensos y bellos catálogos de ventas, y los tulipanes entraron en la bolsa de valores. Todas las clases sociales, desde la alta burguesía hasta los artesanos, se vieron implicados en el fenómeno. Entre tanto, la siempre poderosa fuerza de la moda mantenía alta la demanda. Adornar los vestidos de las mujeres con tulipanes se había vuelto chic" y los precios subieron de manera irracional. En resumen, los tulipanes equivalían a las actuales pashminas, los chalés de cachemira que son último grito en las capitales occidentales.
Charles Mackay cuenta una historia de la época: Un rico mercader había pagado 3.000 florines por un raro tulipán Semper Augustus, y éste desapareció de su depósito. Tras buscarlo vio a un marinero (que había confundido el bulbo con una cebolla) comiéndose el tulipán. El marinero fue detenido de inmediato y condenado a seis meses de prisión.
Final de la burbuja
Pero el 5 de febrero de 1637 (tres años después de que comenzara la especulación irracional) los bulbos cayeron en picada hasta el precipicio. El colapso de los tulipanes, según dice la historia, arrastró al resto de la economía en su caída. Ese día de febrero, un lote de 99 tulipanes de gran rareza se vendió por 90.000 florines: fue la última gran venta de tulipanes. Al día siguiente se puso a la venta un lote de medio kilo por 1.250 florines sin encontrarse comprador. Entonces la burbuja estalló. Los precios (no solamente de los tulipanes, sino de todos los bienes transables en la bolsa) comenzaron a caer en picada y no hubo manera de recuperar la inversión: todo el mundo vendía y nadie compraba. Esta actitud se contagió rápidamente y el pánico se apoderó del país.
Se habían comprometido enormes deudas para comprar flores que ahora no valían nada. Las bancarrotas se sucedieron y golpearon a todas las clases sociales. La falta de garantías de ese curioso mercado financiero, la imposibilidad de hacer frente a los contratos y el pánico llevaron a la economía holandesa a la quiebra. La situación no era mejor para los que habían comprado mediante un contrato de futuros: se veían obligados a comprar a un precio que ya no era el del mercado.
Como en todo mercado especulativo hubo vencedores y vencidos. Ganaron los que se salieron antes de que ocurriera la explosión, acumulando grandes beneficios. Perdieron los que habían liquidado su patrimonio para apostar a la Tulipanía y al final se quedaron con tulipanes pero sin casa. Y perdió el país, Holanda, el cual tuvo que lidiar con esa debacle financiera que arrastró a todos los sectores económicos y la llevó a una prolongada depresión económica.
El autor es Consultor Financiero. Cualquier observación dirigirse a: aespinp@gmail.com
Diario Libre
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