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El libro es siempre un arma cargada

La generación actual –no entiendo aún si es una o son varias diseminadas en contextos diferentes- nunca habrá de conocer lo que significó el libro prohibido, el texto refractario, la literatura enemiga.

El alcalde de una ciudad nicaragüense que hace un par de décadas decidió eliminar la biblioteca de su poblado, incinerando todos los libros. Las dictaduras, todavía algunas activas, que censuran libros de propios y extraños. La quema de libros que el nazismo impuso como norma o que los soviéticos establecieron como ley. El nihil obstat que constituye el visto bueno de si una obra puede ser imprimatur en el régimen editorial católico, donde alguna vez y por largo tiempo existió una lista de libros censurados cuya lectura podía acarrear las sanciones de la Santa Inquisición. Los libros “comunistas” que los gobiernos del Triunvirato hasta el Balaguer de los doce años impidieron circular. Las bibliotecas de reconocidos intelectuales que al llegar de sus estudios en el extranjero les eran decomisadas en el aeropuerto para pasar a formar parte, en el mejor de los casos, de las bibliotecas privadas de prominentes funcionarios-lectores, cuando no simplemente desaparecidas. Los autores cuyas obras, por largos decenios, no tuvieron entrada en bibliotecas públicas y, en ocasiones, hasta en muchos hogares. Libros que con los años terminarían siendo referencias fundamentales que el poder político o religioso prohibió, impidiendo su lectura a generaciones o llevando a la ilegalidad su posesión. Textos que en años difíciles sólo pudieron leer unos pocos privilegiados en habitaciones cerradas, escondidos en los lugares de la casa más insólitos para impedir que los vecinos y hasta integrantes de la misma familia se enteraran de su presencia.

Los libros han ejercido una influencia tal en la supervivencia de totalitarismos y dictaduras encubiertas de falsas democracias, que en todas las épocas, desde la invención de la imprenta por el herrero Gutenberg, han sufrido persecución, han sido considerados objetos de delito o se ha impedido su difusión masiva por entender que su existencia quebranta el orden, transgrede la ley de las “verdades” impuestas, o son auténticos y poderosos desafíos al Poder. En pleno Renacimiento, en la llamada Era de la Ilustración, o en la revolución científica, determinados libros padecieron desprecio o fueron confinados a los anaqueles de bibliotecas oscuras, considerados inútiles o lastimados como hostiles a las nuevas corrientes.

La generación actual –no entiendo aún si es una o son varias diseminadas en contextos diferentes- nunca habrá de conocer lo que significó el libro prohibido, el texto refractario, la literatura enemiga. Una novela podía ser una fuente de sutilezas contra los regímenes autoritarios. Un poema, una bacteria cuya propagación podía contaminar el ambiente. Rimbaud, Mallarmé, Baudelaire, Villon, Mir, Neruda, Padilla, eran incendiarios que ensamblaban embrujos malignos contra la permanencia de la fe social o ideológica. La dictadura militar argentina prohibió leer a Cortázar, a Haroldo Conti, a Manuel Puig. Hay libros considerados hoy para disfrute de infantes y adolescentes que fueron, por años, prohibidos, en Europa y Estados Unidos. Los jóvenes de nuestros días, los que leen, pueden acceder al libro que les plazca conocer. En formato físico o digital. Aunque todavía persisten las censuras en no pocos países, por motivos políticos o religiosos.

Acabo de encontrar en la red una lista de libros que alguna vez estuvieron prohibidos, y quién sabe si en algunos lugares del mundo todavía algunos de ellos lo sigan siendo. Afectaban saberes y conductas. Cuestionaban actitudes. Modificaban creencias. Producían constipación. Encrispaban al Poder. Lo molestaban. Frenaban sumisiones. Ofrezco parte de esa lista como una expresión de libertad. Como un modo de desagravio al ejercicio de la escritura, tan lleno de tropiezos en toda su andadura. Como una advertencia. Como una exhibición del cuerpo de delito que alguna vez fueron. Como una mancha indeleble. El libro y el Poder nunca han comulgado juntos. La coexistencia no ha sido pacífica a través de los siglos, aunque ahora corren otros vientos y la marea literaria ha alcanzado, en las últimas décadas, niveles de tsunami. Aunque persistan países y gobiernos donde la enemistad no ha concluido.

“Sobre las revoluciones de las esferas celestes” (1543) de Nicolás Copérnico. La Iglesia no aceptó la tesis heliocéntrica del astrónomo polaco de que la Tierra y los planetas giraban alrededor del sol y, junto al filósofo italiano Galileo Galilei, fueron condenados por la Inquisición. No fue hasta 1992 -359 años después- que Juan Pablo II pidió perdón por la decisión del llamado Santo Oficio y rehabilitó a ambos con la publicación de otro libro que databa del 1820 titulado “Copérnico, Galileo y la Iglesia: fin de la controversia”.

“La Biblia y el Nuevo Testamento”. Los libros sagrados de los judíos y cristianos siguen siendo textos prohibidos en los países musulmanes. Están vetados legalmente en Arabia Saudí. Incluso, la Iglesia católica mantuvo el veto sobre determinadas traducciones y adaptaciones de la Biblia hasta 1966.

“El Príncipe” (1532) de Nicolás Maquiavelo. Lo vetaron gobiernos de distintos países, pero fue la Iglesia quien primero lo incluyó en su lista de libros prohibidos. Insólitamente, Maquiavelo está enterrado en la Basílica de la Santa Cruz, en Florencia, junto a Galileo, Dante y Miguel Ángel.

“Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas” (1865) de Lewis Carroll. Todavía en China sigue siendo un libro prohibido. Los chinos no admiten que los animales sean representados como humanos que piensan porque –dicen- afecta la educación de los peques. El veto existe desde 1931.

“American Psycho” (1991) de Bret Easton Ellis. Esta novela, llevada al cine con gran éxito, está prohibida en Australia. Sólo la pueden leer mayores de 18 años y las librerías deben vender los ejemplares en papel transparente. Una librería que violó esta regla, en 1995, recibió la visita de la policía que multó a los propietarios de la tienda.

“Rebelión en la granja” (1945) de George Orwell. Se detuvo su impresión durante dos años en Inglaterra, para que su aliado, la antigua URSS, no se ofendiese. Por supuesto, estuvo vetada por varias décadas en la Unión Soviética y en los países socialistas, y apenas en 2002 la prohibieron en los Emiratos Árabes Unidos porque un cerdo que habla en la novela contradice los valores del Islam. Se cree que este libro llevó a millares de personas a descreer totalmente de las ideas comunistas.

“1984” de George Orwell. Publicada hace 70 años. El escritor británico siempre fue un perseguido de la censura. La idea del Gran Hermano la hizo suya Stalin, quien prohibió su lectura y amenazó a quienes poseyeran el libro. Fue en 1990 que a los rusos les permitieron leer este libro, en plena Perestroika. En la Rumanía de Nicolae Ceausescu fue censurado de forma tal que quien tuviese un ejemplar era encarcelado sin contemplaciones.

“Un mundo feliz” (1932) de Aldous Huxley. En Estados Unidos lo pusieron en lista negra por varios años, aunque la gente impidió, con su amplia demanda, una censura total. Pero, sigue prohibido en Irlanda y estuvo censurado durante cinco años en Australia.

“Cándido o el optimismo” (1759) de Voltaire. La célebre sátira contra la sociedad de su tiempo fue vetada en Suiza, Francia y Estados Unidos, por considerarla blasfema y obscena.

“Los cuentos libertinos” (1832) de Honorato de Balzac. Otra más que fue considerada obscena y prohibida en Canadá, Irlanda y Australia.

“Lisístrata” (411 a.c.) de Aristófanes. Uno de los casos más antiguos de censura. En Grecia se consideró subversiva y en Estados Unidos le mantuvieron el veto durante 57 años.

“Mi lucha” (1925) de Adolf Hitler. Hace apenas tres años que logró eliminarse su prohibición en Alemania y fue reimpresa en diferentes idiomas, aunque con la oposición de Israel. En Austria sigue siendo ilegal poseer, copiar o distribuirla con una condena de 5 a 20 años. En Polonia le eliminaron el veto en 1992, pero nadie intentó imprimirla.

“Ulises” (1922) de James Joyce. La famosa novela se mantuvo prohibida por doce años en Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia.

“La cabaña del Tío Tom” (1852) de Harriet Beecher Stowe. Cuando se publicó, los esclavistas y confederados del Sur de Estados Unidos se enfadaron. La autora recibió por correo un paquete con la oreja cortada de un esclavo. También fue vetada en Rusia. Se convirtió en el libro más vendido del siglo XIX, después de la Biblia, y un clásico de la literatura norteamericana.

“El diario de Ana Frank” (1952). La impactante historia de la niña judía, con más de 30 millones de copias vendidas en todo el mundo es, sin embargo, un libro prohibido en el Líbano y Palestina.

Suman cientos los libros que siguen vetados en muchas partes del mundo, los que alguien te aconseja no leer, los que son objeto de actos particulares de censura, los que son temidos, odiados o despreciados. Y es que, como dijo Ray Bradbury, autor de Fahrenheit 451 y acosado alguna vez por la censura que no pudo contra él y su obra: “Hay que tener mucho cuidado con los intelectuales de izquierda o de derecha que temen mucho a lo fantástico, y con los psicólogos. Ambos te intentan decir lo que tienes que leer y lo que no. Ellos saben que el libro es siempre un arma cargada”.

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  • Censura

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.