Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Religión
Religión

El ocultismo en el patio de la política

Un Rasputín venenoso en la corte de la Rusia de los Romanov. Caballeros templarios que se mueven entre ducados, cruzados y tierras santas. Albigenses que se internan en los intersticios del poder bajo un manto religioso de carácter gnóstico. Un hechicero que hace apurar un bebistrajo que protege de deslealtades y maquinaciones. Una vidente brasileña de blancor atavío que echa suertes desde su propagado mentalismo. Una enana. Un brujo sureño. El babalao cubano que realiza sus consultas espirituales lanzando los caracoles al inicio de año en el tablero de Ifá. La negra de tetas generosas y axilas siempre sudorientas que, tabaco en boca, mira de soslayo a su interlocutor y, luego de largo respiro, suelta imprecaciones y conjuros. El Giordano Bruno controversial que llenó las páginas de la historia de su tiempo de magia, cosmología y metafísica. El brujito rural que ambienta atmósferas con su jerga intraducible y suaviza futuros con sus bálsamos. Una echacartas. La dama encopetada que dice ver auras alrededor del cuerpo que vaticina el porvenir más cercano. El esotérico que vislumbra sucesos. La pelandusca que hace a su vez de adivina desde la borra del café o la palma de la mano. El espiritista cibaeño que, con mirada penetrante, revela destinos oscuros. El iluminado. La médium que, a fin de año, hace predicciones públicas y atiende destinos privados. Durante siglos, toda esta larga especie humana, que dice tener puertas abiertas en el más allá, ha logrado introducirse en los meandros del poder.

La vida política de los pueblos nunca ha estado al margen de esta clase oculta. La ocultura, tan desconocida como misteriosa, es todo un comportamiento social que se columpia en los ámbitos de las sombras, en los enigmáticos salones del secreto donde la política ha sabido servirse a voluntad de sus designios. Mandatarios de las democracias y de los totalitarismos de izquierda o derecha, han colocado sus enseres de poder en manos de las creencias sobrenaturales. Muchos Estados fueron forjados al calor de los flujos esotéricos. Y adalides de grande, mediano o pequeño ejercicio histórico mantuvieron en sus nóminas secretas a oráculos y augures. Es probable que hoy la historia no sea distinta.

En el poder religioso la oración compensa. El poder político se acora en otras columnas. La fe religiosa mueve la esperanza en momentos en que los dilemas humanos no alcanzan a ver la luz, ni terminan de entender el por qué de algunas coordenadas desalojadas de su espacio natural. El ejercicio del poder, desde arriba o desde abajo, acude no pocas veces, en su tribulación, al arúspice que aquiete sus aguas revueltas y les haga un pronóstico sobre los andares y certezas de su poderío. El ocultismo ha sido pues, materia y razón sazonada entre fascistas y progres, entre derechistas consumados y políticos de izquierda. Gary Lachman acierta al señalar: “El ocultismo en la política, como la política en el mundo real, rara vez es sencillo y directo, y las categorías de derecha e izquierda ya no nos sirven para comprender sus entresijos”. Hay políticos de derecha que creen en las ágoras del esoterismo y en las turbulencias de los presagios revolucionarios, y líderes y conmilitones de izquierda que babean ante un babalao o una sesión vudú, que se fascinan con el new age y sus floreros místicos. El ocultismo político es indescifrable.

La tradición filosófica de las prácticas ocultistas tiene su lugar en la historia. Sin comparar su ejercicio con el de brujos o hechiceros, que bastante lejos están de estos, los masones han cumplido roles potentes en el surgimiento de Estados, en la eliminación de gobiernos tiránicos, en la selección de funcionarios de alto rango y en la conducción de políticas estatales. Bolívar estuvo cerca de la masonería. Los padres fundadores de la nación norteamericana crearon sus esquemas y símbolos basados en los signos masónicos. Duarte fue masón y se sirvió de su logia para emprender la tarea independentista. La masonería incentivó muchos de los procesos de liberación y fundación de naciones en el continente americano. Varios importantes jefes de estado fueron masones de grados. Desde otro ángulo, la astrología, la interpretación de señales, vivencias y visiones, ha hecho presencia en la práctica política por siglos. Theodor Adorno, que conocía bien a los líderes de su época –los de filiación derechista y los colegas marxistas a cuyo colegio pertenecía– decía que “el ocultismo es la metafísica de los mentecatos”. Pero, Shakespeare afirmaba que el futuro del hombre estaba escrito en las estrellas, y de Newton se ha dicho que dedicó más tiempo a la alquimia que a la teoría de la gravedad. El primero, dudaba. El segundo, era un brujo en potencia.

Las sociedades secretas están inscritas en la historia de la política. Rosacruces, cátaros, templarios, bogomilos, albigenses, pansofistas y gnósticos cruzaron muchas veces desde sus aceras controvertidas a los espacios eclesiales y políticos de sus tiempos. No pocos participaron en bromas pesadas. Pero, sus sustitutos en nuestra contemporaneidad –adivinos, brujos, astrólogos– han dormido en otros lechos y han convertido el misterio de sus alegadas visiones en mecanismos de poder que el poder busca y asimila. La historia está llena de usuarios del ocultismo desde la vida política. Ronald Reagan mantuvo a sueldo siempre a un astrólogo. Y Hugo Chávez se consultaba con los babalaos y santeros cubanos, dicen que de manera obsesiva. Se afirma que una médium de cabecera le vaticinó temprano su liderazgo político y la forma en que llegaría a ser presidente de su país. Y una santera cubana, de nombre Cristina, con una carta de espadas sobre una de bastos, le señaló en una noche tenebrosa que enfermaría gravemente y moriría antes de cumplir los sesenta años. La historia oral echada a correr asegura que una bruja del Partido Dominicano le mandó a decir a Trujillo con el gobernador de Santiago de los Caballeros que si no tomaba medidas Antonio de la Maza lo mataría pronto. Hitler flirteó con el ocultismo pero finalmente rehuyó la práctica. Varios de sus comandantes como Himmler y Rudolf Hess sí se refugiaron en sus evidentes lados oscuros para realizar su faena devastadora. Son solo algunos ejemplos, pero hay muchos más, ayer y hoy.

Desde los Protocolos de los Sabios de Sión hasta la revolución esotérica-erótica del movimiento feminista; desde el misticismo de la cábala judía hasta el secretismo de los illuminati; desde la rebelión de los brujos en la década sesentista en Francia, que incluyó el afán de un cineasta de exorcizar el Pentágono hasta los mitos mágicos creados por la cultura popular en toda Latinoamérica, el estatuto brujeril ha mantenido su vigencia, y su influencia en la rama política no ha cesado. El conde Cagliostro y la ciega Catherine Théot predijeron la revolución francesa, llamaron a Robespierre “rey de sacrificios sangrientos” y anticiparon que la cabeza de Luis XVI “era pesada”. Poetas, intelectuales, inventores, artistas, reyes, monjes, líderes de movimientos sociales de gran repercusión, y a la cabeza los políticos y jefes de estado, han diseñado sus estrategias bajo las lupas adivinatorias de sus augures favoritos. Los dictadores frecuentan sus antros. Los paganos activan con ellos sus mitos. Los creyentes se acercan a los radios de acción de la magia simple casi como si fuese, que lo es, una subcultura donde la superstición neurótica crea un poder de seducción. Salvo en algunos pueblos donde la práctica de magia negra es consustancial a su naturaleza, la brujería hoy sigue otros cauces, por supuesto nada santos. Brujos y brujas siguen existiendo y resistiendo, a pesar de los que rechazan y desdicen de su realidad. Los gallegos lo dicen a su modo: “Yo no creo en las meigas. Pero, haberlas, haylas”. Aquí, alguien aplatanó el dicho: “No creo en brujas, pero de que vuelan, vuelan”.

www.jrlantigua.com

Libros

TEMAS -