El policía y el intelectual de la Novena

Conforme a una cápsula de genealogía de Antonio José Ignacio Guerra Sánchez, el sancarleño Horacio Morales Alfonseca era hijo de Juan Morales Monclús -quien casó tres veces en un maratónico impulso fecundador que produjo una decena de vástagos- de su matrimonio con Eva María Alfonseca Brea. Hermano de padre y madre de Apolonia Julieta, quien le dio nombre al Ensanche Julieta Morales ubicado en el polígono central de Santo Domingo, colindante con el Ensanche Evaristo Morales por el costado sur y con la Urbanización Fernández en el norte. Otra descendiente de Juan Morales Monclús, fruto del matrimonio de éste con su prima hermana Lucila Angélica Piantini Monclús, daría paso al reparto urbano Yolanda Morales. Igual que la herencia inmobiliaria de Evaristo Morales asentaría el ensanche homónimo. Así, las fincas de las familias de San Carlos, básicamente dedicadas a ganadería de leche y frutales, perfilarían el desarrollo del nuevo Santo Domingo en sus zonas más cotizadas, denominadas hoy por los urbanistas como el polígono central.
En una crónica de Ángela Peña -quien realiza en Hoy una formidable labor de indagación y divulgación histórica - sobre el asesinato en 1938 del reverendo de la Iglesia Episcopal Americana Charles Raymond Barnes, se alude en el contexto de la investigación sobre ese episodio al mayor Horacio Morales Alfonseca, entonces jefe del servicio secreto de la Policía Nacional. Junto a otros oficiales de ese cuerpo y al procurador general de la Corte de Apelación, Benigno del Castillo, hijo de Francisco, hermano mellizo de mi abuelo Luis. El cónsul americano, en razón de la nacionalidad de la víctima también habría intervenido en las indagatorias.
Según la referida crónica, Barnes habría sido ultimado y colocado el cadáver en su propia morada al lado del templo de la Epifanía que ocupa esa denominación cristiana en la avenida Independencia, al denunciar la matanza de haitianos de 1937 en cartas y documentos enviados a Estados Unidos, interceptados por el régimen. El caso se presentó en la prensa de la época marcado por "relaciones anormales" entre el matador y la víctima, culminando con la inculpación de un joven puertorriqueño, condenado y luego liquidado al aplicársele la ley de fuga. La literatura del exilio antitrujillista citada por Ángela Peña (Luis F. Mejía, De Lilís a Trujillo, 1944; Albert C. Hicks, Sangre en las calles. Vida y mando de Trujillo, 1946; Gregorio Bustamante, seudónimo utilizado por José Almoina, Una satrapía en el Caribe, 1949; Félix A. Mejía, Viacrucis de un pueblo, 1951) cargó la víctima a la larga lista del sátrapa. Enfoque compartido por la jerarquía de la Iglesia Episcopal Dominicana.
Morales Alfonseca hizo carrera en las filas policiales. En un trabajo publicado en Avance, órgano de la Policía Nacional, figura en julio de 1944 como Jefe Auxilar de la institución del orden, con rango de teniente coronel. La jefatura policial era desempeñada entonces por el coronel Ludovino Fernández, ascendido a general de brigada transitorio en noviembre de 1945. Morales Alfonseca, a su vez, sería ascendido a coronel y designado comandante del Departamento Norte y jefe del 5to Distrito, con asiento en Santiago. Retirado de las filas policiales en noviembre de 1947, para esa época sólo existía una plaza de coronel.
Justo en ese mes y año nací yo. Recuerdo en la década del 50 y todavía en los inicios de la del 60, que San Carlos, en casa de mi abuela en La Trinitaria se abría una media hoja de la puerta de acceso, que permanecía abierta hasta eso de las 8 o las 10 de la noche. No se trataba de un caso único. El temor a los robos era limitado. Entonces se decía: "Que no te agarre Ripley", en alusión a un capitán de la PN encargado de robos. O una expresión más tajante: "Ripley dice que a la tercera, cojita es", en referencia a una tercera reincidencia del ladrón. Eran tiempos de férrea dictadura.
El intelectual de la novena sancarleña, su gracioso cátcher, era Manuel Arturo Peña Batlle (1902-1954), hijo de Buenaventura Peña y Juana Batlle. Un hombre apasionado por investigar las raíces de la formación del pueblo dominicano, de su Estado, su cultura y por establecer las líneas divisorias fronterizas que nos delimitan con los vecinos de Haiti. Nacionalista en los 20, formó parte temprano de la comisión que trabajó en la cuestión de límites fronterizos, junto a otros dominicanos eminentes como Flon Gautier.
Mantuvo por más de una década actitud de abstinencia frente al régimen, ya que en su fuero interno no comulgaba con los excesos represivos del mismo. Hasta que en los 40 se incorporó a altas posiciones de Estado. Me contaban los viejos sancarleños como Federico Polanco Piantini, Miguelucho Piantini -anécdota refrendada por el poeta Mieses Burgos, el abogado Freddy Prestol Castillo y el diplomático Enriquillo Rojas Abreu- que cuando Chilo pasaba en su auto placa oficial, Ventura exclamaba en el parque Abreu: "Ahí va el come m. de Chilo", en señal la verticalidad intransigente del padre. Muchos intelectuales y profesionales de valía se tuvieron que sumar a la comparsa, a medida que la dictadura se prolongaba.
Ocupó Peña Batlle la secretaría de Estado de Interior y Policía, la de la Relaciones Exteriores, y la de Trabajo. Asimismo la presidencia de la Cámara de Diputados y la embajada en Haití. Uno de los dominicanos mejor documentado sobre la historia haitiana. Al viajar en el Panam que lo transportó en 1947 a Puerto Príncipe para tomar posesión de sus nuevas funciones, coincidió en el vuelo con el adolescente Rafael Bonilla Aybar, quien partía al exilio arrastrado por el rol antitrujillista de sus familiares, en especial del tío José Antonio Bonilla Atiles. Ante la pregunta del perspicaz mozuelo -"don Chilo, si se puede saber, cuál es el destino de su viaje"- Peña Batlle habría respondido, lacónico: "Ay mi hijo, un negro destino me espera".
Abogado brillante con ejercicio activo, historiador, escritor de estilo seguro y claro, catedrático universitario con un fuerte en Derecho Internacional Público, funcionario público eficaz. Siendo una de las principales figuras intelectuales del régimen de Trujillo, fue impulsor de la política de dominicanización fronteriza. Peña Batlle jugó un papel especialmente positivo en la acogida dada a los refugiados republicanos españoles tras la Guerra Civil, de memorable impronta en la vida académica, las artes, la música y otras actividades culturales e institucionales del país, tal como lo relata uno de sus actores, Vicente Llorens, en Memorias de una emigración. Santo Domingo, 1939-1945.
Encabezó las comisiones de Fomento y de Acción Cultural, el Instituto Trujillaniano y la Junta Pro Celebración del Centenario de la República. Miembro de la Academia Dominicana de la Historia, del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid y del Instituto de Investigaciones Históricas de México. Fundador de la Revista Dominicana de Derecho Internacional, fue colaborador de la prensa nacional. Polemista dialéctico e impecable sobre temas históricos. En noviembre de 1946, en los salones del Ateneo Dominicano, copresidió el encuentro binacional para promover la creación del Instituto Cultural Dominico Americano, de tan fecundos resultados en la educación y los intercambios.
Entre sus obras históricas destacan La Isla de la Tortuga, Las devastaciones de 1605 y 1606, Los Orígenes del Estado Haitiano, Historia de la Cuestión Fronteriza Dominico Haitiana. Temas que revelan su honda preocupación por el deslinde territorial y la definición de los perfiles culturales de las dos naciones que comparten el territorio insular de la Hispaniola. Dirigió una monumental y utilísima colección con motivo del Centenario, siendo autor de Constitución política y reformas constitucionales. Su ensayo sobre el historiador y jurista Américo Lugo es de obligada lectura.
Tras la borrasca revolucionaria de las décadas posteriores al ajusticiamiento de Trujillo, cuando se le quiso estigmatizar, los caldos buenos han venido sedimentando. Hoy abunda excelente bibliografía de jóvenes ensayistas acerca de la obra fundamental de este dominicano raigal, sin dudas la cifra máxima de la intelectualidad sancarleña y una de las principales del país. Cuánto salió de esa novena beisbolera de barrio.
En una crónica de Ángela Peña -quien realiza en Hoy una formidable labor de indagación y divulgación histórica - sobre el asesinato en 1938 del reverendo de la Iglesia Episcopal Americana Charles Raymond Barnes, se alude en el contexto de la investigación sobre ese episodio al mayor Horacio Morales Alfonseca, entonces jefe del servicio secreto de la Policía Nacional. Junto a otros oficiales de ese cuerpo y al procurador general de la Corte de Apelación, Benigno del Castillo, hijo de Francisco, hermano mellizo de mi abuelo Luis. El cónsul americano, en razón de la nacionalidad de la víctima también habría intervenido en las indagatorias.
Según la referida crónica, Barnes habría sido ultimado y colocado el cadáver en su propia morada al lado del templo de la Epifanía que ocupa esa denominación cristiana en la avenida Independencia, al denunciar la matanza de haitianos de 1937 en cartas y documentos enviados a Estados Unidos, interceptados por el régimen. El caso se presentó en la prensa de la época marcado por "relaciones anormales" entre el matador y la víctima, culminando con la inculpación de un joven puertorriqueño, condenado y luego liquidado al aplicársele la ley de fuga. La literatura del exilio antitrujillista citada por Ángela Peña (Luis F. Mejía, De Lilís a Trujillo, 1944; Albert C. Hicks, Sangre en las calles. Vida y mando de Trujillo, 1946; Gregorio Bustamante, seudónimo utilizado por José Almoina, Una satrapía en el Caribe, 1949; Félix A. Mejía, Viacrucis de un pueblo, 1951) cargó la víctima a la larga lista del sátrapa. Enfoque compartido por la jerarquía de la Iglesia Episcopal Dominicana.
Morales Alfonseca hizo carrera en las filas policiales. En un trabajo publicado en Avance, órgano de la Policía Nacional, figura en julio de 1944 como Jefe Auxilar de la institución del orden, con rango de teniente coronel. La jefatura policial era desempeñada entonces por el coronel Ludovino Fernández, ascendido a general de brigada transitorio en noviembre de 1945. Morales Alfonseca, a su vez, sería ascendido a coronel y designado comandante del Departamento Norte y jefe del 5to Distrito, con asiento en Santiago. Retirado de las filas policiales en noviembre de 1947, para esa época sólo existía una plaza de coronel.
Justo en ese mes y año nací yo. Recuerdo en la década del 50 y todavía en los inicios de la del 60, que San Carlos, en casa de mi abuela en La Trinitaria se abría una media hoja de la puerta de acceso, que permanecía abierta hasta eso de las 8 o las 10 de la noche. No se trataba de un caso único. El temor a los robos era limitado. Entonces se decía: "Que no te agarre Ripley", en alusión a un capitán de la PN encargado de robos. O una expresión más tajante: "Ripley dice que a la tercera, cojita es", en referencia a una tercera reincidencia del ladrón. Eran tiempos de férrea dictadura.
El intelectual de la novena sancarleña, su gracioso cátcher, era Manuel Arturo Peña Batlle (1902-1954), hijo de Buenaventura Peña y Juana Batlle. Un hombre apasionado por investigar las raíces de la formación del pueblo dominicano, de su Estado, su cultura y por establecer las líneas divisorias fronterizas que nos delimitan con los vecinos de Haiti. Nacionalista en los 20, formó parte temprano de la comisión que trabajó en la cuestión de límites fronterizos, junto a otros dominicanos eminentes como Flon Gautier.
Mantuvo por más de una década actitud de abstinencia frente al régimen, ya que en su fuero interno no comulgaba con los excesos represivos del mismo. Hasta que en los 40 se incorporó a altas posiciones de Estado. Me contaban los viejos sancarleños como Federico Polanco Piantini, Miguelucho Piantini -anécdota refrendada por el poeta Mieses Burgos, el abogado Freddy Prestol Castillo y el diplomático Enriquillo Rojas Abreu- que cuando Chilo pasaba en su auto placa oficial, Ventura exclamaba en el parque Abreu: "Ahí va el come m. de Chilo", en señal la verticalidad intransigente del padre. Muchos intelectuales y profesionales de valía se tuvieron que sumar a la comparsa, a medida que la dictadura se prolongaba.
Ocupó Peña Batlle la secretaría de Estado de Interior y Policía, la de la Relaciones Exteriores, y la de Trabajo. Asimismo la presidencia de la Cámara de Diputados y la embajada en Haití. Uno de los dominicanos mejor documentado sobre la historia haitiana. Al viajar en el Panam que lo transportó en 1947 a Puerto Príncipe para tomar posesión de sus nuevas funciones, coincidió en el vuelo con el adolescente Rafael Bonilla Aybar, quien partía al exilio arrastrado por el rol antitrujillista de sus familiares, en especial del tío José Antonio Bonilla Atiles. Ante la pregunta del perspicaz mozuelo -"don Chilo, si se puede saber, cuál es el destino de su viaje"- Peña Batlle habría respondido, lacónico: "Ay mi hijo, un negro destino me espera".
Abogado brillante con ejercicio activo, historiador, escritor de estilo seguro y claro, catedrático universitario con un fuerte en Derecho Internacional Público, funcionario público eficaz. Siendo una de las principales figuras intelectuales del régimen de Trujillo, fue impulsor de la política de dominicanización fronteriza. Peña Batlle jugó un papel especialmente positivo en la acogida dada a los refugiados republicanos españoles tras la Guerra Civil, de memorable impronta en la vida académica, las artes, la música y otras actividades culturales e institucionales del país, tal como lo relata uno de sus actores, Vicente Llorens, en Memorias de una emigración. Santo Domingo, 1939-1945.
Encabezó las comisiones de Fomento y de Acción Cultural, el Instituto Trujillaniano y la Junta Pro Celebración del Centenario de la República. Miembro de la Academia Dominicana de la Historia, del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid y del Instituto de Investigaciones Históricas de México. Fundador de la Revista Dominicana de Derecho Internacional, fue colaborador de la prensa nacional. Polemista dialéctico e impecable sobre temas históricos. En noviembre de 1946, en los salones del Ateneo Dominicano, copresidió el encuentro binacional para promover la creación del Instituto Cultural Dominico Americano, de tan fecundos resultados en la educación y los intercambios.
Entre sus obras históricas destacan La Isla de la Tortuga, Las devastaciones de 1605 y 1606, Los Orígenes del Estado Haitiano, Historia de la Cuestión Fronteriza Dominico Haitiana. Temas que revelan su honda preocupación por el deslinde territorial y la definición de los perfiles culturales de las dos naciones que comparten el territorio insular de la Hispaniola. Dirigió una monumental y utilísima colección con motivo del Centenario, siendo autor de Constitución política y reformas constitucionales. Su ensayo sobre el historiador y jurista Américo Lugo es de obligada lectura.
Tras la borrasca revolucionaria de las décadas posteriores al ajusticiamiento de Trujillo, cuando se le quiso estigmatizar, los caldos buenos han venido sedimentando. Hoy abunda excelente bibliografía de jóvenes ensayistas acerca de la obra fundamental de este dominicano raigal, sin dudas la cifra máxima de la intelectualidad sancarleña y una de las principales del país. Cuánto salió de esa novena beisbolera de barrio.
Diario Libre
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