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El remedio infalible

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El remedio infalible (FOTOILUSTRACIÓN: LUIGGY MORALES)

En reunión virtual con un grupo de amigos, como es la única posibilidad en estos tiempos pandémicos, me preguntaban sobre el estado del periodismo y la democracia en esta rebanada insular donde se estamparon las primeras dentelladas europeas en el Nuevo Mundo. Obligado a la compresión so riesgo de consumir el tiempo acordado en un soliloquio cargado de amarguras, me escurrí por la rendija argumentativa de que ambos responden a la sociedad, que con esta se alimentan y retroalimentan en simbiosis perfecta, espejo y reflejo a veces imposible de separar.

Me detuve un poco más en los mass media, sin duda porque los hábitos viejos tardan en desaparecer; y el envenenamiento periodístico, cuando la ponzoña enraíza en la vocación, comparte maleficio con la Covid-19: aún carecen de antídoto. Sitiados por las redes sociales, los medios tradicionales han descendido a niveles a veces pedestres. En el proceso de ajuste a las realidades del mercado, han desatendido uno de los propósitos del periodismo que se enseñaba cuando la barba pugnaba por asomarse a mi mapa facial: arrastrar consigo a lectores, oyentes y videntes a cotas más elevadas que posibiliten el ejercicio democrático maduro, de forma tal que se acomoden a otra luminosidad, aquella que se sobrepone a la oscuridad de la ignorancia, que incentiva la buena ciudadanía y nos hace menos refractarios a los mensajes del espíritu.

Los conciertos de Diario Libre de vuelta a la esperanza y a las madres son un buen ejemplo de cómo combinar los avances tecnológicos con esa tarea educativa inmanente a los medios de comunicación. Iniciativa digna de mención aparte, tanto por su efectividad en momentos de abatimiento colectivo, de incertidumbre generalizada, caminos cerrados y perspectivas desconsoladoras, como por la calidad del programa y de las dos concertistas, Aisha Syed y Nathalie Peña Comas.

Son ellas dos dominicanas que a su vez encarnan el optimismo que este periódico buscaba transmitir a sus usuarios, imagino. Ejemplifican la búsqueda inagotable de la excelencia; la universalidad del arte que practican en modo alguno reniega de la fuente cultural donde abrevaron en sus primeros pasos hacia la creatividad. Se han formado en las mejores instituciones europeas y compiten en igualdad o superioridad de méritos en mercados muy saturados. En la sensibilidad artística de ambas hay una apuesta por lo dominicano y un mensaje potente al que se accede sin necesidad de contraseña. Se puede cuando se trabaja duro. Las fronteras desaparecen al contacto con el talento. Aún sobra espacio —y mucho— para la buena música, para el arte y para la belleza, a pesar del rincón apartado al que las universidades y hasta las sociedades más desarrolladas han arrojado las Humanidades. Diario Libre encontró el remedio infalible para estos tiempos, el mismo que llevo siempre en mi mochila de boticario: la música.

Aisha es atrevida. Se decantó por las Partitas de Johann Sebastian Bach, siempre a mano en el repertorio de los buenos violinistas, y que, sin embargo requieren de una técnica competente, bien cultivada, de la que carece buena parte de los solistas. Es probable que el compositor alemán, también violinista, fuese el primero en ejecutar esas piezas en su segunda estadía en Weimar, y que prontamente pasaron al olvido hasta su rescate en el siglo XVIII, cuando el barroco había perdido fuelle.

También los compositores de fino talante, como Bach que en sus inicios fungió incluso de ayudante de cámara, ajustaban sus creaciones a las veleidades temporales, de ahí que las Partitas para Solo Violín se alimenten de danzas de la época que, en el caso, doblan como señuelo para una música complicada, llena de vericuetos. El trazado estructural es un subibaja peligroso, característica inconfundible de la música barroca. Preludios y fugas se alternan en una pieza con génesis en la mente de alguien que conocía a la perfección los intríngulis del instrumento. El hijo de Bach, Carl Philipp Emanuel, da fe de que en los solos para violín y el violoncello, su padre saca a relucir todas las posibilidades de esas cuerdas y las demandas técnicas que requiere la ejecución.

Aisha acomete la obra de Bach con maestría. Sin inmutarse, autoelevada al punto máximo de sensibilidad exquisita, pasea su arte por los distintos movimientos. Corresponde con largueza a la virtuosidad contrapuntística que se le presenta a la soledad de su instrumento. Es cómo responde a las exigencias múltiples de técnica donde se asienta firme la pièce de résistance de esta joven artista, egresada de dos instituciones prestantes del Reino Unido y del mundo, la Yehudi Menuhin School y el Royal College of Music.

En el quinto y último movimiento de la Partita No 2, en re menor, el virtuosismo de Aisha supera todos los retos. Inteligentemente, Aisha escudriña en nuestra herencia cultural; la chacona es un género musical de estirpe noble, de origen hispanoamericano. Desde estas tierras columpió a Europa. En la estructura, el tema se repite y varía una y otra vez mientras empuja el ejecutante al límite. Nuestra solista resiste la prueba con rigurosidad técnica indiscutible y el resultado es una interpretación conmovedora, magistral, espectacular. Tanto, como para sustraerse a la angustia de estos tiempos anormales y volver a la esperanza.

Nathalie Peña Comas es admirable, tanto por el donaire que se escapa a raudales de su figura trigueña, estampa fina de esa mezcla de razas y también de culturas que alumbra este Caribe dominicano. Al verla por primera vez, nadie sospecharía su dote de voz de soprano atildada, de registro brillante y que pese a su juventud arrastra ya una buena experiencia con presentaciones en salas y festivales de alcurnia, como el de Salzburgo, en la Austria donde reside, y a donde espero que el coronavirus me permita regresar muchas veces más para subir a ese otro cielo donde solo hay música, orquestas e intérpretes maravillosos, buen teatro y mejor ópera.

Cosas del destino, el cierre de las fronteras y el colapso de la aviación comercial sorprendieron a Peña Comas en Los Ángeles. Allí grabó el concierto Con amor a mamá, en el aristocrático California Club, en el mero centro de la megalópolis norteamericana sacudida en estos días por protestas y actos vandálicos. Demasiado corta la oferta musical y sí suficiente para aquilatar cuánto ha avanzado la artista capitaleña en su carrera lírica.

Solo arrancar el concierto con el Ave Maria de William Gómez y la voz de la dominicana evoca ensueños, despierta emociones y los ojos se humedecen tocados por la majestad de una interpretación memorable, en momentos también memorables en los que la madre emerge en el recuerdo de los que la hemos perdido como áncora inconmovible en la tempestad.

Pese a Gómez haber sido tan buen compositor como guitarrista, la complejidad cultural que supuso su origen mutó en valladar para el desarrollo pleno de su carrera. Alumno del excelso Narciso Yepes, nunca despegó. Su indiscutible talento quedó encerrado en el minúsculo peñón de Gilbraltar, con fronteras tapiadas por la vecina España a causa del diferendo que aún mantiene con el Reino Unido, cuya solución fue inscrita ya en las calendas griegas. Difícil incluso imaginar que un guitarrista gibraltareño pueda ver la gloria cuando todo el rededor andaluz, es nada más y nada menos que la cuna y terreno fértil del instrumento y sus cultores. El autor de esa Ave Maria singular, sin par en el idioma español, vivió y murió con su arte como simple maestro de escuela.

Para mí, reitero, es una Ave Maria fenomenal que Peña Comas transforma en melodía tierna y vibrante. Nunca me he cansado de escuchar la interpretación que de esta pieza de Gómez, desaparecido al inicio de este siglo, hace una de mis cantantes líricas favoritas, la letona Elina Garanca, grabada precisamente en la Vienna State Opera House, donde nuestra Nathalie Peña Comas también ha actuado. Encontré reemplazo.

El programa, aunque, repito, muy corto, permite apreciar la versatilidad de una artista educada en la tradición europea del bel canto y del piano. Un toque popular con El día que me quieras, de nostalgia gardeliana y la guitarra del afroamericano Geno. Zarzuela, para recordarnos que hay otra vida musical más allá de la España cañí. Memory, el tema de amor del soberbio musical Cats, del británico Andrew Lloyd Webber y que décadas después de su estreno aún se monta en los escenarios de más solera en el mundo. Finalmente, Con te partirò, prenda de lujo en el equipaje musical del gran Andrea Bocelli, con quien Nathalie ha hecho dúo.

Dejaría de ser un acto de nota solemne a la madre dominicana si faltase el himno original de Trina De Moya de Vásquez, integrante hidalgo de nuestro folclor. Venid los moradores adquiere categoría de verdadero homenaje en la interpretación que hace nuestra cantante lírica, capaz de agotar el rango vocal completo que permite la voz de soprano, la más alta de todas.

Es, Peña Comas, precisamente, la más alta voz musical dominicana, aquí y en todos los escenarios donde se ha impuesto y se impondrá, porque a la enormidad de su talento aún le queda mucho recorrido.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.