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En celebración de la Independencia

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En celebración de la Independencia

La historia es un acomodo, ciertamente, una revisión del pasado que se ajusta a los tiempos y se renueva como aquel río, siempre diferente cada vez que probamos sus aguas con el cuerpo entero o cualquier muestra de la anatomía.

La fecha será la misma mas no la interpretación de aquel febrero de 1844 y su secuela cuando nació la República Dominicana, ahora celebrada por mansos y cimarrones con libertad absoluta para asignarle significados.

La construcción del Estado-nación, cuya zapata echaron los febreristas, trasciende la simple referencia histórica que se repite en los libros de texto. Demasiada atención a la épica de la Independencia, a las batallas subsecuentes, a la gesta militar y al enaltecimiento de generales y armas empeñados en causas nobles y también innobles. Y poco énfasis en la ética de la Independencia, , en el conjunto de normas afines a su ánimo libertario, en la dialéctica de una sociedad con monopolio de su protagonismo.

Dos visiones contrastantes y, sin embargo, ambas válidas. Solo que detenerse en la primera impide reconocer el dinamismo implícito en el concepto de independencia, la responsabilidad aneja y, sobre todo, valores trascendentes que nutren de savia el aprendizaje y práctica de la democracia.

La fuerza de la Independencia como inflexión en la narrativa dominicana radica en la concreción del nosotros, del colectivo que hoy detenta una nacionalidad, no necesariamente en el rechazo y derrota de los otros. La historia es flexible, que sí, maleable en extremo. Estirarla demasiado, empero, comporta riesgos. Al tiempo la purga de las culpas ajenas y propias, y ojos abiertos, clínicos, a los atavismos como definición del presente y futuro.

Esta vez, los dominicanos en Madrid celebramos la independencia alejados del afán patriótico simplista. Con humildad, sí, centrados en el contenido y significado de lo que somos, de los rasgos definitorios de nuestro país, de nuestras raíces y, de paso, de la Independencia inclusiva en cuyo decurso cultural caben todas las manifestaciones.

Vivo ejemplo del encuentro entre dos mundos, Dúo Rosa encarna a la perfección la idea de un país abierto, en movimiento, con una diáspora que se abre paso en un mundo complicado. Stephany Ortega, joven dominicana y también con ciudadanía del Gran Ducado de Luxemburgo, ha unido su talento de artista lírica (soprano coloratura) a la pianista belga Léna Kollmeier. Juntas cautivaron al público que abarrotó el histórico Ateneo de Madrid para participar en un recorrido musical por el Viejo y el Nuevo Continente, con una parada especial en la República Dominicana.

La música, se ha dicho ya, es el lenguaje universal. Nos alerta con una llamada a las emociones. La diferencia estriba en cómo aprehendemos y manifestamos ese toque mágico, porque ahí actúa como árbitro inapelable la norma aprendida.

Somos un cóctel de razas cuyo sabor, riqueza y exotismo se asienta en la diversidad de los ingredientes. En poco más de una hora, descubrimos la pasión de Camille Sain-Saëns por España (Guitares et mandoline). También de Léo Delibes (Les filles de Cadix), cuyo Dueto de las flores en su ópera Lakmé nunca cesa de embargarme cuando lo escucho. Música excelsa de compositores mayores que en la voz de Stephany Ortega adquiere un esplendor renovado.

No hay bajas en calidad cuando el Dúo Rosa, a seguidas de la Danza ritual del fuego de Manuel de Falla en un solo de piano, recae en Niñita de pescadores, de Aura Marina del Rosario. Que también hay abundancia de grandeza y creatividad en el pentagrama culto dominicano.

La musicalización del poema arrobador de la chilena Gabriela Mistral describe con notas firmes el talento de la compositora dominicana, cuyo poema sinfónico En un bohío, basado en un cuento de Juan Bosch, abre caminos en nuestra música. Uno de sus alumnos, Michel Camilo, es hoy una estrella en la constelación mundial del jazz.

La familia Rivera, con capítulo propio en nuestra historia del arte, cedió los derechos al Dúo Rosa para que la Serenata en La mayor, del don Luis que se codeaba con el insigne cubano Ernesto Lecuona, figure en la última producción discográfica de estas dos chicas admirables.

No podían faltar José de las Mercedes García, Enrique de Marchena, Manuel Sánchez Acosta ni Bullumba Landestoy, cuya Danza loca, en un solo magistral de piano a cargo de Léna. Alucinante. Para culminar, un arreglo especial de Rafael Solano para el Dúo Rosa y un Por amor que arrancó lágrimas a muchos de los presentes.

Soprano mulata, dominicana-luxemburguesa que peina cabellera riza, se mueve con soltura y salero y empuña las maracas para marcar el ritmo en la mangulina de Julio Alberto Hernández, Stephany Ortega es la estampa de nuestra verdad racial. De la Independencia inclusiva que rescata, no margina. Del “sancocho de tocino y gallina”, en las letras de Pajarito cantador.

La levitación de las personas existe solo en el mundo de los mitos, y distanciarse de la realidad contraviene algo tan cierto como la gravedad. Dependemos de gustos aprendidos y que sin embargo se tornan insustituibles; nos aferramos a tradiciones que se convierten en tales a fuerza de repetición o porque tienen raíces profundas que han sobrevivido a la tormenta de los calendarios y a la invasión de elementos foráneos no siempre deseables.

Lo que a veces se desdeña porque arrastra consigo la marca de lo popular, con frecuencia resulta un sello irrefutablemente auténtico de la identidad común. O, como en el caso del carnaval, la continuación de prácticas que vienen de lejos tanto en términos de historia como de geografía. Con sobrada razón, es la impronta que nos define y reúne más del alma nacional que lo deseable para las minorías elitistas.

Esta noche en Madrid, habrá más de la festividad dominicana. El Museo Nacional de Antropología se transformará en fiesta carnavalesca de la mano de una colorida y divertida mascarada dominicana, “una fiesta en la que los protagonistas son los disfraces y las máscaras grotescas, especialmente las de animales”. Como en el concierto del Dúo Rosa, la embajada, el consulado y la oficina del Ministerio de Turismo dominicanos unen esfuerzos para replicar en Madrid un puntal de nuestra cultura, enriquecida a lo largo de 173 años de independencia. Personajes caricaturescos como diablos cojuelos o lechones persiguen a los asistentes y se burlan de sus miedos. Una coreografía ad-hoc que no defraudará, será la ayuda deseada para entender mejor el espíritu de nuestro carnaval.

Pertinente la apostilla del Museo de Antropología: “Aunque su origen está en la primera etapa colonial, la tradición europea evolucionó luego precisamente hacia una farsa de los habitantes de la isla sobre los conquistadores. Más tarde se incorporaron los bailes y la música de influencia africana. Su conmemoración suele coincidir con la fecha de la Independencia nacional, otra razón para celebrar y divertirse que nadie se quiere perder”.

Habrá el lunes, por supuesto, la consabida ofrenda floral frente al busto de Juan Pablo Duarte, en el madrileño Paseo de Camoens. Es parte de un protocolo, afín a la solemnidad propia del día nacional y que observan todos los países latinoamericanos representados diplomáticamente en el Reino de España.

Quizás perogrullada, nos pertenece lo nuestro. De justicia, reconocer las contribuciones ajenas y encontrarnos todos en la certeza de lo que somos, pero sobre todo en el ideal de lo que queremos ser. En independencia.

adecarod@aol.com

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