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En diciembre llegaban las brisas

García Márquez nunca dejó de ser perseguido por el tema plagiario. Una saña incomprensible.

A inicios de los años setenta, Miguel Ángel Asturias creó un revuelo al declarar que Cien años de soledad era un plagio de la novela La búsqueda de lo absoluto de Honorato de Balzac. Hacía apenas cuatro años que Gabriel García Márquez había dado a conocer su libro y Aureliano Buendía, el realismo mágico y Macondo estaban creando una figuración literaria en millones de lectores a través del mundo, como en su época el Quijote, Sancho Panza y la manchega llanura construyeron un mundo de imaginación que se introducía como una realidad inverosímil y placentera en la conciencia y los haberes intelectuales de los seguidores de la trama.

Por supuesto, Balzac ya no era lectura para entonces, y las generaciones más jóvenes desconocían esa obra. La búsqueda de lo absoluto hubo de ser leída rápidamente para comprobar la imitación denunciada por el Nobel guatemalteco. En Santo Domingo se hizo una rápida edición de esta novela que obligó a leerse con celeridad para comprobar si la novela del colombiano que a todos nos tenía arrobados era la obra de un plagiario. El falso referido de que “el que calla otorga” promovió las dudas. El ataque frontal de Asturias no fue respondido por el colombiano. De esa labor se encargaron otros, Carlos Fuentes por ejemplo, quien contraatacó diciendo que Asturias con su denuncia daba “claras muestras de chochez”. Juan García Ponce ayudó a Fuentes declarando que no es que Asturias estaba chocho, sino que había nacido chocho. Otro mexicano, entonces muy joven, Gustavo Sainz fue más lejos y escribió un artículo contundente donde demostraba que “la originalidad de una novela no reside en la anécdota, sino en el lenguaje...El escándalo que quiere provocar Asturias, o que provocamos nosotros a través de Asturias, es el último grito de una cultura decadente: la cultura que cree que se escribe para el éxito, no para la expresión”. García Márquez tenía coroneles y generales que escribiesen para defenderle. Asturias consiguió con su peregrina afirmación que se creara un debate sobre la validez, alcance y permanencia de su obra, que no le resultó favorable. Otro acto injusto sin dudas, pero producto de su resbalón imperdonable.

No había, por supuesto, ninguna cercanía, similitud, aproximación, entre Cien años de soledad y La búsqueda de lo absoluto. No se entendió la actitud de Asturias. Algunos adujeron que García Márquez dio a conocer su novela justo en el año en que Asturias –ignorado por décadas, a pesar de una obra consistente y madura- recibía el Nobel. Se dijo también que el guatemalteco había inaugurado el realismo mágico y que el honor se le estaba transfiriendo al colombiano. En fin. García Márquez nunca dejó de ser perseguido por el tema plagiario. Una saña incomprensible. Años después, el crítico Seymour Menton vio como antecedentes de Cien años de soledad y de El otoño del patriarca, a dos novelas de otro colombiano Héctor Rojas Herazo, Respirando el verano y En noviembre llega el arzobispo. Rojas Herazo nunca fue un autor muy leído. Recuerdo haber obtenido sus libros en fotocopias, muy bien empastadas, gracias a un amigo colombiano que me las hizo llegar generosamente, porque ni siquiera en Colombia se les encontraba en las librerías. Tampoco, nada que ver. Hace treinta años, en 1989, entrevisté a Plinio Apuleyo Mendoza en el antiguo hotel Concorde y me dijo al respecto que no veía ninguna coincidencia entre las obras de ambos autores. Fue un poco despectivo: “Hay mucha distancia. Rojas Herazo un día está pintando, otro día escribe. No sé. No tiene ninguna incidencia en la literatura colombiana, mucho menos frente al Gabo. Es curioso, pero no puedo elaborar ningún concepto sobre su obra”. [Esa entrevista aparece en mi libro “El oficio de la palabra”, 1995].

En esa entrevista, Apuleyo Mendoza, que andaba por entonces peleado con García Márquez por la publicación de su libro La llama y el hielo (1984), en que arremetía, si puede decirse de este modo, contra su antiguo amigo, fundamentalmente por un tema ideológico, me habló, a mis instancias, sobre Marvel Moreno, una novelista de la que algo se conocía. Había sido su primera esposa y los años en que estuvieron casados Apuleyo describe esa unión “con gran hermosura y sinceridad” (escribía yo entonces) en La llama y el hielo. “A mí ella me parece una gran escritora, y a pesar de que su novela En diciembre llegaban las brisas, es altamente representativa de la mejor novelística latinoamericana actual, me luce que no ha llegado debidamente aún a los lectores. Es una injusticia que así suceda. Ella es, ciertamente, la mejor escritora de América Latina en estos momentos. Isabel Allende siguió el camino fácil. La formulita estaba hecha. Es una caricatura garcíamarquiana. Marvel es otra propuesta. Ella se libera de la anécdota y entra en la reflexión. Todo el libro que usted menciona es una inmensa reflexión que sobrepasa la anécdota, ese baratillo de fantasías, de mitologías, que es el realismo mágico”. Apuleyo defendía la obra de una escritora colombiana de la que se hablaba sí, pero cuyos libros nunca habían llegado, y creo que nunca terminaron de llegar, a Santo Domingo. “A mí me conmueve el caso de Marvel. La pobre era, y es, una mujer muy enferma. Y entonces, yo me encargo de presentar su libro a los editores, y ellos me lo devuelven, acusándola de ser muy mala. Y con eso la destruyeron, le afectó mucho. ¿Qué ha pasado después? Un gran éxito literario. En Italia, ahora mismo, acaban de darle un premio como la mejor novela extranjera junto a Doris Leesing. Es, en estos momentos, en Europa, más festejada que en la propia casa, que en toda América Latina”. Era una queja, la de Apuleyo, que le sacaba de casillas.

Conocía la historia de Marvel Moreno, hasta del caso de que una vez divorciada de su matrimonio con Apuleyo, ella le sirvió de madrina de sus nuevas nupcias, y él de padrino de las de ella. “Me creo ser mejor ex marido que marido. Cuando me volví a casar, tenía a mis dos lados a mi nueva mujer y a mi ex mujer. Desde luego, eso no le gustó nada a la nueva”, me contaba el escritor colombiano mientras ambos estallábamos de risa. Empero, no conocía su obra. La escritora barranquillera era una mujer hermosa, que pertenecía a la alta sociedad de su ciudad nativa. Se estableció muy joven en París y eso le permitió estar muy cerca de los escritores del boom que, para entonces, sobrevivían en la capital francesa en medio de variadas penurias. Ella corrió la misma suerte. No hizo una obra amplia pues murió de lupus a los 56 años, en 1995. No quiso volver a Colombia, donde nunca se le reconoció su labor literaria, y dejó establecido que sus cenizas fueran arrojadas al Sena. Su obra fue pequeña y, tal vez, tardía. Publicó dos libros de cuentos, “Algo tan feo en la vida de una señora bien” (1980), y “El encuentro y otros relatos” (1992), y su novela “En diciembre llegaban las brisas” (1987) que se tradujo a varios idiomas y ganó el premio Grinzane Cavour, de Italia, como el mejor libro extranjero. Vivió apenas quince años después de haber alcanzado el éxito literario.

No fue hasta hace dos años que pude hacerme con los libros de Marvel Moreno. Mi esposa y yo decidimos recibir el nuevo año en Cartagena de Indias, no sin antes pasar por Bogotá. Años antes había visto construir una edificación en la capital colombiana donde en una gran valla se podía leer: “Aquí se construye el Centro Cultural Gabriel García Márquez. El Fondo de Cultura Económica a Colombia, por todos los libros leídos”. Me impresionó aquella leyenda y quise conocerla cuando ya estaba en funcionamiento. Está ubicada en La Candelaria, pleno centro histórico de Bogotá. Luego de recorrer su galería de arte me introduje en su amplia librería con más de cincuenta mil volúmenes. Había olvidado a Marvel Moreno. Allí estaban sus tres libros, y uno más que reunía todos sus relatos. Pude al fin dar con su famosa y única novela. Comencé a leerla en cuanto llegamos a Cartagena y no me detuve hasta concluirla en el vuelo de regreso a Santo Domingo, una semana más tarde. No podía entender como esta autora no había sido reconocida como merecía en su misma patria y en toda América Latina, como bien me había comentado veintiocho años atrás Plinio Apuleyo Mendoza. Varios elementos se conjugan en esta maravillosa novela, donde la mujer y sus derechos constituyen el centro de la trama. Conocida como “la biblia barranquillera”, la novela es el universo de abuelas, madres e hijas de un pueblo y de una sociedad de clase alta que ella conocía muy bien por su pertenencia a este grupo social al que renunció en 1969 para irse de Colombia a París, para siempre. Muchas de las mujeres quedarán sometidas a las costumbres de la época, donde los varones son los que deciden por ellas. Pero, Divina Arriaga y su hija Catalina se alejan de ese escenario, desafían las normas, acometen una sexualidad que las convierte, a los ojos y a la mentalidad de esa sociedad puritana en libertinas. Las que no pudieron emanciparse caerán en el abismo de sus angustias existenciales, taradas, impedidas de avanzar en su crecimiento personal y sociocultural, sumisas, alienadas, algunas incluso llegando al suicidio. La novela es liberación femenina y, a su vez, la lucha por sostener las costumbres heredadas. Un gran fresco narrativo sobre una sociedad y sus avatares, sus represiones, sus deseos, donde la mujer busca ser salvada de la desgracia del patriarcado, de los juicios y prejuicios de un tejido social pacato, encogido, que se cierra en sus laberintos. Un crítico la definió como “la búsqueda degradada de valores auténticos en un mundo degradado”. Marvel Moreno hizo una obra corta y dejó una novela que fue hija del boom, pero con sus propios horizontes, aunque llegara a los lectores muchos años más tarde. Ojalá en este diciembre lleguen, con las brisas propias de la temporada, las brisas de esta gran escritora olvidada, y que su novela sea conocida entre nosotros.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.