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Rafael L. Trujillo
Rafael L. Trujillo

Exilio dominicano en México

Ante la desvertebración del Partido Socialista Popular y la organización aliada Juventud Democrática acaecida a mediados del 47, las embajadas de algunas naciones latinoamericanas se convirtieron en refugios ante la embestida represiva de las fuerzas de seguridad del régimen.

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Exilio dominicano en México
Bandera y escudo de México.

Coincidiendo con el cierre de lo que fuera denominado “interludio de tolerancia” por Bernardo Vega, al estudiar la apertura política verificada por Trujillo entre 1946 y 1947, el presidente Harry Truman firmaba en Estados Unidos la Ley de Seguridad Nacional el 26 de julio de 1947. Esta creaba el National Security Council (NSC) y la Central Intelligence Agency (CIA), parte del inicio de la Guerra Fría y la aplicación de la Doctrina de Contención esbozada por el estadista norteamericano en su discurso ante el Congreso y orientada a frenar el temido avance del comunismo a nivel mundial bajo el liderazgo de la Unión Soviética encabezada por Stalin. De la cual el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa y el Japón y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), serían piezas claves.

Un complejo juego de poderes se abriría a nivel planetario, en el cual las agencias de inteligencia y las operaciones encubiertas marcarían buena parte de los acontecimientos políticos, militares, económicos y culturales, que afectaría por décadas el curso de la historia. Hasta el derrumbe del Muro de Berlín que simbolizaría la caída del denominado “socialismo real”, arrastrando consigo a la poderosa URSS y a los países aliados miembros del Pacto de Varsovia. Bajo esa sombrilla global, a veces sin percatarnos de la profundidad de sus implicaciones, discurriría la suerte de naciones tan pequeñas como República Dominicana, “ubicada en el mismo trayecto del sol” como diría certero el poeta Mir, sólo que del trayecto imponente del sol norteamericano.

Por eso, desde sus primeros pasos a mediados de la década del 40 del siglo pasado, las actividades de los jóvenes comunistas del PSP estuvieron estrictamente monitoreadas por los servicios de inteligencia de los EEUU. Sin perderles pie ni pisada. Una sombrilla benefactora que supo aprovechar Trujillo para apalancar sus propios intereses.

En este contexto, ante la desvertebración del Partido Socialista Popular y la organización aliada Juventud Democrática acaecida a mediados del 47, las embajadas de algunas naciones latinoamericanas –en especial Venezuela y México- se convirtieron en refugios ante la embestida represiva de las fuerzas de seguridad del régimen. Ya reelecto Trujillo en mayo de ese año y abortada en septiembre la expedición libertaria de Cayo Confites.

Aunque el PSP había trazado como línea de actuación la resistencia cívica ante la represión y la renuencia a acudir al asilo político, algunos de sus dirigentes y militantes optaron como salida por éste. O en su defecto, tras agotar períodos de encarcelamiento y beneficiarse de indultos, se vieron precisados a solicitar asilo para garantizar sus vidas y su movilidad política. Tal el caso de los hermanos Félix Servio y Juan Bautista Ducoudray Mansfield y del abogado José Espaillat Rodríguez, quienes acudieron a la sede de la embajada de México el 12 de febrero de 1950.

Como relata Juan Ducoudray en su Crónica para desandar la ruta (1994): “Cuando llegamos en busca de asilo político a la embajada un domingo a las siete de la noche, no había nadie que pudiera atendernos. Solamente estaban en la casa una empleada doméstica y el policía de servicio en la puerta de la entrada al jardín [...] al policía le dijimos que éramos una comisión de estudiantes universitarios que teníamos cita con el embajador para preparar un acto en homenaje a México y nos dejó entrar y sentarnos en una galería sin puerta y sin acceso al interior de la casa. Al llegar el embajador Núñez y Domínguez con su esposa una hora después se sorprendió de la comisión que lo esperaba [...] le comunicamos el verdadero motivo de nuestra visita; el embajador nos escuchó en silencio, nos invitó a sentarnos y se dirigió a su oficina a hacer una llamada telefónica [...] A los diez minutos oímos un automóvil que llegaba. Entró un hombre de mediana estatura y de unos cuarenta años [...] quince minutos después el recién llegado se acercó a nosotros y nos dijo que su nombre era José Alabarda Ortega, primer secretario de la embajada... [Núñez y Domínguez] se unió al grupo y manifestó que desde ese momento teníamos asilo provisional”.

Conforme precisa la historiadora mexicana Hilda Vásquez en un texto monográfico, entre 1946 y 1947, “la diplomacia mexicana enfrentó la oposición reacia de la cancillería dominicana de aceptar los diversos casos de asilos y de otorgar los salvoconductos para que los asilados pudieran salir de República Dominicana”. Bajo alegaciones de la inexistencia de persecución política contra los afectados o mediante la exigencia de que debían abandonar previamente la sede diplomática para concederles los pasaportes. O simplemente colocándolos en una suerte de limbo, como sucediera con grupos de opositores políticos refugiados en la embajada de Venezuela.

El pulseo por hacer respetar las convenciones que amparaban el derecho de asilo fue especialmente tenso, llegando en ocasiones hasta la escotilla del avión de salida de los acogidos al mismo en el aeropuerto General Andrews, con forcejeos incluidos entre agentes de seguridad del régimen y funcionarios diplomáticos.

Entre febrero y marzo de 1950 la embajada mexicana en Ciudad Trujillo –de acuerdo a Vásquez- recibió a dos decenas de asilados, a los cuales el canciller Peña Batlle les negaba el reconocimiento como perseguidos políticos. Concomitantemente, en las embajadas de Venezuela y Colombia el número de asilados era aún mayor, razón por la cual se realizó una reunión del cuerpo diplomático a instancia del embajador de México, en la cual se habló de la posibilidad de un rompimiento colectivo de las relaciones diplomáticas si el gobierno dominicano no accedía a honrar el derecho de asilo.

Conforme señala Juan Ducoudray en la referida obra de memorias: “Por la presión conjunta de todo el cuerpo diplomático [...] Trujillo aceptó darnos los pasaportes 24 horas después de que saliéramos de las embajadas. Algunos creyeron que se trataba de una treta de Trujillo y que al salir a la calle seríamos apresados; pero no sucedió así; a los que estábamos en la embajada de México el propio Alabarda nos llevó a nuestras casas en su automóvil y volvió por la noche a visitarnos. Al día siguiente nos acompañó a la Secretaría de Relaciones Exteriores y luego de una larga espera y una maniobra dilatoria que no prosperó, finalmente nos entregaron los pasaportes. Félix Servio y yo salimos de Relaciones Exteriores, pasamos a la casa a buscar las maletas y seguimos al aeropuerto General Andrews. Allí estaba Alabarda Ortega, con el embajador de Venezuela y el Encargado de Negocios de Cuba, vigilantes frente a lo que pudiera suceder. Cuando iban a revisar nuestro equipaje y nuestras personas, Alabarda no se despegó de nosotros.”

El episodio de la salida de los hermanos Ducoudray –quienes ya habían conocido el exilio en Colombia a mediados de los 40, amparados por la hospitalidad del ex presidente liberal don Eduardo Santos, director del diario El Tiempo de Bogotá-, puso a prueba el carácter solidario y la entereza profesional del secretario Alabarda Ortega, nos refiere la historiadora mexicana Hilda Vásquez. Este dio “seguimiento cabal a los casos de asilo, al grado de acompañar hasta la puerta del avión a los asilados. En esta ocasión no fue la excepción, aunque tuvo que enfrentar a César Oliva, mejor conocido como Olivita”, uno de los oficiales de línea dura al servicio de Trujillo.

“Al momento de acompañar a los asilados a que abordaran el avión, el secretario Alabarda Ortega no perdió de vista a los hermanos Ducoudray, pues Olivita ‘quiso impedirle la entrada de manera grosera y Alabarda tuvo que forzar su paso y empujó con su cuerpo a Olivita; éste hizo ademán de que iba a sacar una pistola que llevaba en la cintura y Alabarda Ortega le expresó con firmeza: ´Yo represento a México y ni usted ni mil pistolas pueden impedir que entre’. Los representantes diplomáticos de Cuba y Venezuela rodearon a Alabarda Ortega y Olivita tuvo que salir del salón.” De este modo, el primer secretario de la embajada de México permaneció en el aeropuerto hasta que los asilados pudieron subir al avión y partir hacia Venezuela. Ese incidente provocó una enérgica protesta de la embajada mexicana.

Los Ducoudray, al igual que otros exiliados dominicanos de izquierda como Pericles Franco y Pedro Mir, se radicaron por un tiempo en Guatemala, donde publicaban el periódico Orientación, bajo el alero progresista del gobierno del coronel Jacobo Arbenz, derrocado en 1954 por una de las primeras operaciones exitosas de la CIA (Operación Libertad), que condujo al poder al coronel Carlos Castillo Armas.

Obligados a asilarse de nuevo, pasaron a Costa Rica, desde donde irían a México. Allí se nucleó en los 50’s una pequeña colonia de exiliados dominicanos con la presencia de Juan Ducoudray, Ramón Grullón, Pericles Franco, Pedro Mir, Tulio Arvelo, Julio Raúl Durán, los hermanos José Arismendy y Gustavo Adolfo Patiño, Brunilda Soñé, Federico Pichardo, Amiro Cordero Saleta, Quírico Valdez, vinculados al PSP. Así como por Eduardo Matos Díaz, Valentín Tejada, Horacio Julio Ornes, y Tomás Reyes Cerda. En octubre del 52 fundaron la Organización de Exiliados Dominicanos. También publicaron Vanguardia, un órgano de difusión de izquierda.

En México –con una política oficial de mayor tolerancia e internacionalmente más independiente de EEUU- recibieron apoyo del prestigioso ex presidente general Lázaro Cárdenas, de intelectuales y políticos como Vicente Lombardo Toledano, líder de la Confederación de Trabajadores Latinoamericanos (CTAL) y de un pequeño partido socialista e hicieron causa común con otros grupos de exiliados latinoamericanos que se oponían a las respectivas dictaduras militares de sus países.

Hasta Ciudad México llegó el aparentemente inocuo Johnny Abbes García, vinculado a la hípica, al olimpismo y al periodismo deportivo en La Nación, con un cargo menor en la embajada dominicana. Emparentado por vía de los García Alardo con los Ducoudray, se dejó caer por las peñas, rascabuchando “entre los muchachos”.

Pronto concluyó –según sus memorias- que si ese era el grupo que iba a liquidar la dictadura de Trujillo, éste podía dormir tranquilo y dejó de frecuentarlo. Tremendo alacrán germinal del que se libraron. Aún así, la agencia creada en 1947 no dejó de darles seguimiento “a los muchachos”.

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José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.