Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

García Godoy y la Ideación de Independencia

Expandir imagen
García Godoy y la Ideación de Independencia
Duarte de Frank Almánzar.

A raíz de la publicación de Rufinito (1908), se produjo un intercambio de opiniones entre su autor, Federico García Godoy, e intelectuales como Pedro Henríquez Ureña, entonces radicado en México, acerca del proceso de intelección del proyecto nacional y su concreción en un Estado independiente. En carta del 19 de junio de 1909, el escritor establecido en La Vega responde a PHU sus comentarios al respecto.

“Estudiando con la debida atención los documentos de la época en que por primera vez radió la aspiración a constituir un Estado independiente, resalta, a primera vista, el hecho de que tal aspiración solo vive y medra en el espíritu abierto y culto de un cortísimo número de individuos; mientras que en manera alguna trasciende a ciertos núcleos sociales ni muchísimo menos a la masa, enteramente satisfecha con su existencia tranquila y vegetativa en que se advierte, como nota característica, el apego a muchas prácticas rutinarias y el amor a cierto tradicionalismo que ningún rudo golpe ni aún el de la cesión a Francia, alcanza a amortiguar o extinguir... Tal fenómeno, de explicación facilísima, se evidencia, con mayor o menor acentuación, en todas o en casi todas las demás colonias de abolengo ibérico, donde en solo muy escasa parte de los elementos diligentes prospera la radical idea, necesitando, en los primeros años, de tenacidad a toda prueba de parte de sus más conspicuos imitadores y recorrer después larga serie de dolorosísimas vicisitudes para penetrar y cristalizar en el alma popular...

Las guerras de independencia americana, bien vistas, solo fueron al principio verdaderas guerras civiles. En su primera época, salvo contadísimas excepciones, solo combatían, con porfiado encarnizamiento, criollos de una parte y de la otra. Solo al mediar la lucha tuvo España núcleos de ejército peninsular en los países sublevados. Y al terminarse la gran epopeya, en el Perú, por ejemplo, era aún crecidísimo el número de americanos que militaban en las filas realistas. Un notable escritor militar afirma que, en Ayacucho, había en el ejército de La Serna un número de hijos del país superior o igual por lo menos al efectivo total de las huestes que comandaba Sucre...

Leyendo el Diario de Sánchez Ramírez y la curiosa vindicación del doctor Correa y Cidrón en que hace éste calurosa defensa de su conducta con motivo del tilde de afrancesado que se le echa en cara como feísimo bordón, lo que más se nota es el acendrado sentimiento de españolismo de la sociedad dominicana en aquel ya lejano período histórico. En sus interesantes noticias, un contemporáneo, el doctor Morilla, refiriéndose a la revolución separatista llevada a cabo por Núñez de Cáceres, afirma que ‘entre los propietarios y personas de influencia no contaba Núñez sino con pocos partidarios’, y agrega más adelante que aquel movimiento ‘hubiera podido evitarse porque la generalidad del país no estaba por él por su afecto a España’...

Solo en este mismo Núñez de Cáceres, inteligencia bien cultivada, de relevantes dotes de carácter, idóneo para regir colectividades sociales, y en un cortísimo número de los que hicieron con él causa común, asume su aspecto bien definido la idea de independencia. El caudillo de la primera revolución separatista resulta un hombre muy superior al medio en que figuró siempre en primera fila. Su españolismo es puramente externo, de mera forma. Lo prueban sus atrevidos consejos a Sánchez Ramírez apenas terminada la campaña reconquistadora; la libertad de opiniones que reinaba en su tertulia de íntimos, y su canto, flojo y desaliñado hasta más no poder, a los vencedores de Palo Hincado, en que no hay un solo verso en que se haga alusión a la vieja Metrópoli. Cuando en ese campo suena la palabra patria, entiéndase bien que, en su pensamiento, se refiere al terruño nativo... Pero está solo o poco menos. De ahí, de esa evidente falta de compenetración de su idea con el medio, se desprende una de las causas determinantes de su empresa emancipadora. En ella, sin embargo, comienza el avatar glorioso de la idea de independencia.

Para que esa idea produjese en las clases populares un estado de alma capaz de comprenderla y de llegar por ella hasta el sacrificio, era menester antes recorrer un camino de medio siglo sembrado de formidables dificultades. Ocho o nueve años más tarde, un estremecimiento de esperanza, al reincorporarse de nuevo a España, hace vibrar fuertemente la sociedad dominicana la noticia de las gestiones a ese respecto practicadas en Port-au-Prince por Felipe Fernández de Castro, comisionado de Fernando VII. La obra del ilustre auditor no cuajó, principalmente, por su inoportunidad, por no haberse efectuado en sazón conveniente. Resultó prematura. En los planes de Bolívar entraba, sin duda, como supremo coronamiento de su labor gigantesca, la idea de la independencia de las Antillas españolas. Pero en los momentos en que Núñez de Cáceres realizaba su intento, el titán venezolano se dirigía hacia el Sur, salvando cordilleras formidables, trepando por los flancos de volcanes humeantes, aureolados por la gloria, para añadir nuevas naciones a las ya creadas por su genio portentoso... Consumada la jornada decisiva de Ayacucho, de regreso en Bogotá, no hubiera tardado Bolívar, a cuya genial penetración no se escapaba la conveniencia política de desalojar a España de sus últimos reductos de América, en prestar vigorosa ayuda a Núñez de Cáceres. Tres años más tarde la obra de éste hubiera tenido muchas probabilidades de éxito. La semilla arrojada por Núñez de Cáceres no podía perderse no obstante haberse echado al surco fuera de tiempo oportuno. Cerca de dos décadas después, favorecida por las circunstancias, iba a germinar espléndidamente...

La dominación haitiana, repulsiva y ominosa, poniendo de frente, en perpetuo rozamiento, intereses étnicos, morales y económicos, que por virtud de ciertas leyes sociológicas no podían fundirse, hace entrar, siempre siguiendo su proceso evolutivo, en una nueva fase la idea de independencia. De la separación de España para formar un nuevo Estado de la Gran Colombia, se pasa, por natural gradación, al pensamiento de constituir una entidad nacional, bien precisada, con propia bandera, enteramente dueña de darse el gobierno que juzgue más conveniente para el cumplimiento de elevados fines de vida colectiva. Y ya teóricamente, alcanza su aspecto definitivo. De las cumbres de la abstracción va a descender a los dominios de la realidad. El 16 de julio de 1838, día en que Duarte instala La Trinitaria, señala su entrada en la conciencia colectiva por medio de la propaganda seria y metódica que requiere la realización del máximo ideal que tiene por objetivo.

Pero, obedeciendo al principio de contradicción que impera en el espíritu y constituye factor principalísimo en la historia del desenvolvimiento humano, va a efectuarse una profunda escisión entre los elementos que, por su influencia reconocida, encauzan el rumbo de la sociedad dominicana. Dos tendencias bien determinadas comienzan a dibujarse con claridad y precisión. Son dos corrientes de opinión que, durante cerca de treinta años, van a orientarse paralelamente, hasta que, al llegar a cierto punto, una de ellas, mermado su caudal, se extingue lentamente hasta desaparecer por completo, mientras la otra prosigue majestuosamente su carrera...

La primera de esas corrientes de opinión tiene su natural antecedente en el 1º de diciembre de 1821, pero parte visiblemente del establecimiento de La Trinitaria, y alcanza su punto más amplio y luminoso el 27 de Febrero con la instalación de la República. La segunda de esas corrientes data del año 1843, arranca del Plan Levasseur, y, en su desarrollo, metamorfoseándose curiosamente, por virtud de una serie de trabajos antipatrióticos parará en la extinción de la nacionalidad el 18 de marzo de 1861 y en la vuelta al estatus colonial bajo la monarquía española. Esa extinción del sentimiento nacional, por fortuna, es solo aparente. La primera de estas dos corrientes tiene vitalidad indestructible.” Y la tricolor, en revancha, flameará en Capotillo.

TEMAS -