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Gentil en tierra prometida

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Gentil en tierra prometida (ILUSTRACIÓN: RAMÓN L. SANDOVAL)

Quizás porque siempre es noticia y la tentación periodística subsiste pese al largo hiato en el ejercicio profesional. Quizás porque dobla como poso inconsciente con la virtud añadida de estimulante espiritual y visual, de tiempo en tiempo desembarco en Israel y siempre encuentro razones para decir que nunca más volveré. Hasta que regreso, como lo he hecho una y más veces después de la primera, cuando aún decenas y decenas de cadáveres metálicos de tanques y carros de asalto egipcios poblaban las arenas candentes del Sinaí y las alturas de Golán producían historias bélicas de heroísmo y no un sauvignon blanc excelente, como hoy día.

Como en la teoría del caos determinista, también en el devenir humano suelen operar reglas y estructuras dinámicas que cancelan lo aleatorio, repeticiones que conforman lo que podría ser un patrón de conducta. En un viaje anterior, un excelente libro de dos periodistas, 34 days: Israel, Hezbollah and the War in Lebanon (34 días: Israel, Hezbolá y la guerra en el Líbano) me proporcionó elementos imprescindibles para entender el problema de la seguridad en ese trozo de geografía del Medio Oriente. En esta oportunidad, el exembajador en Washington, Itamar Rabinovitch, proporciona claves indispensables para aproximarse a la complejidad política de la región en su recién publicada biografía del primer premier nativo, un sabra real: Yitzhak Rabin: Soldier, Leader, Statesman (Isaac Rabin: soldado, líder, estadista). Y por supuesto, un incentivo más para visitar la plaza en Tel Aviv donde fue asesinado ese gobernante recio, con sobrada gallardía para transitar de una posición de mano firme a la búsqueda insistente de la paz, llevado de un olfato político extraordinario. Del uniforme de general casado con la gloria en el campo de batalla a la mesa de negociaciones.

Caracterizado por un dinamismo incuestionable, Israel es un país asombroso en el que –cuesta creerlo–, más de la mitad de la población no se considera religiosa. No hay un tipo racial reconocible a simple vista que identifique a un judío, y lo que se aprecia es una cacofonía étnica a cargo del aporte de 80 países. Un verdadero crisol de nacionalidades en el que, sin embargo, destacan unos negros de rostros suaves y narices afiladas: judíos etíopes que desde mitad del siglo pasado comenzaron a emigrar a la tierra prometida.

Fue precisamente bajo el mandato de Rabin cuando se aprobó la ley que da derecho a todo judío a asentarse en Israel, sin importar su nacionalidad o raza. La incorporación de esta “tribu perdida” a la realidad israelí ha estado plagada de problemas. Abundan las acusaciones de discriminación, de maltratos policiales, de falta de oportunidad, de intolerancia porque su rito religioso no se adapta a la ortodoxia actual. Puede que sí, que estos descendientes del entourage de Salomón y la reina de Saba o de la tribu de Dan ocupen los lugares inferiores de la escala social, como demuestran las cifras de desempeño educativo y su visibilidad en tareas menores y en las tantas construcciones que se avistan por doquier.

Empero, ha habido cambios en unos cuantos años. A los judíos etíopes se les ve en puestos administrativos, en los bancos, en el uniforme de la Fuerza Israelí de Defensa y también de camareros y recolectores de basura. No perder de vista que la mayoría era analfabeta en África, que muchos no conocían la electricidad ni las normas modernas de higiene. Hay una generación nueva, nacida y criada en Israel, que habla hebreo, va a escuelas y universidades del primer mundo y solo conoce de Etiopía lo que le cuentan en el seno familiar. Como Yitayish Aynaw, Miss Israel 2013. Como Beylanesh Zevadia, primera embajadora israelí de origen africano. El mejor antídoto contra el racismo es la educación. De ambos lados de esa compleja ecuación social.

Una vez identificado como gentil en mi primera visita, la pregunta obligada era por qué había venido a Israel. Ya no. A la insuficiencia total en hebreo, no sobreviene la curiosidad sospechosa ni muestra alguna de discriminación. Por el contrario, la República Dominicana despierta manifestaciones amables y he tropezado con algunos que la definen como el país con el que sueñan visitar algún día. El gozo de ver un pasaporte dominicano trae aparejado un descuento en el alquiler de un coche. Como el buen vino, las bondades del paisaje, clima y naturaleza dominicanas viajan bien.

Desde la creación de Israel en 1948, que los dominicanos fuimos de los primeros en reconocer, la población se ha multiplicado por diez. Árabes y judíos en la tierra prometida comparten una historia de desavenencias y colindancias culturales que a un bárbaro en hábitat de creyentes, como yo, le parecen demasiado obvias, hasta por el menú en los restaurantes mediterráneos orientales. Pertenece a ambos pueblos, además, la tasa de crecimiento más elevada en un país desarrollado: 3,13 hijos por mujer. Tanto o más que en la tierra bíblica de miel y leche, Israel se transforma en explosión urbana de varilla y cemento. Una alfombra de edificios altos, de barriadas de casas aparejadas, reconversiones y modernizaciones de viviendas se extiende por doquier. Se ensanchan los suburbios de Tel Aviv, Jerusalén y Haifa, las tres principales ciudades, hasta chocar con el mar o vencer la imposibilidad física de montañas rocosas a las que el sol inclemente y reluciente contagia apariencia mineral. Que conste, en ese inventario a simple vista no cuentan los asentamientos en los territorios ocupados y que el año pasado crecieron a ritmo récord.

Las grúas contaminan las líneas de las edificaciones en Tel Aviv, por ejemplo. En el centro, los pocos solares baldíos se rinden a las perforadoras que taladran la roca... y los oídos. Camiones cisterna repletos de concreto taponan las calles estrechas mientras descargan en profundidades que las cortinas de lona y verjas temporales impiden apreciar. No hay que saber hebreo para adivinar Cemex en un enorme tanque por uno de esos recodos en los que habrá un rascacielos en unos meses.

La antigua capital israelí, donde en protesta silente por la anexión de Jerusalén continúa el grueso de las embajadas, exhibe un catálogo impresionante de edificaciones de estilo Bauhaus. Destaca el esfuerzo oficial para preservar esa riqueza, contrario al desastre en el Gascue capitaleño tan parecido al entorno urbano contiguo a la concurrida avenida Rothschild. Un muestrario de modernidad y respeto a una tradición arquitectónica a prueba de demoliciones acomodaticias.

Es la nota más llamativa en el Israel de contrastes políticos, por supuesto; y sociales, obvio. La idea de un Estado judío remite a tradiciones y costumbres asentadas en el tiempo, que no han variado una jota a juzgar por la fuerza de los partidos religiosos y el conservadurismo de los núcleos ultraortodoxos. Sin embargo, hay una corriente más poderosa que acomoda la diversidad y honra el pasado sin desconocer los retos presentes y la incertidumbre del futuro. Vanguardias sobresalen por todos los ámbitos, en el arte, la literatura y corrientes de opinión que no se amedrentan por su debilidad numérica. En definitiva, hablamos de la única democracia en el Oriente Medio, donde los políticos van a la cárcel no importa cuán encumbrados y la separación de poderes es una realidad a la que no escapa el primer ministro actual, bajo rigurosa investigación acusado de aceptar sobornos en forma de regalos de bienes suntuarios, puros premium incluidos.

Si el tabaco era dominicano, no podrán condenarlo por mal gusto.

adecarod@aol.com