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Hacia la Guerra de la Reconquista

LECTURAS historia y memoria por frank moya pons

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Hacia la Guerra de la Reconquista
Toussaint Louverture
Durante un siglo y medio (1656-1804) la isla de Santo Domingo estuvo dividida en dos colonias, una española y otra francesa, ambas bastante diferentes.

A medida que avanzó el siglo XVIII, Saint-Domingue y Santo Domingo acentuaron sus diferencias económicas y demográficas. En sus territorios los franceses desarrollaron una economía de plantaciones sustentada en la importación masiva de esclavos africanos. En la parte española, en cambio, la economía continuó dependiendo de la crianza de ganado que se exportaba en grandes cantidades a la parte francesa, siempre muy necesitada de proteínas para alimentar sus masas trabajadoras.

La gran rebelión de los esclavos conocida como la Revolución Haitiana desarticuló el sistema de plantaciones de la parte francesa y desarticuló el sistema político en ambas colonias. Una larga guerra racial, social e internacional cambió por completo las relaciones entre ambos territorios.

Esa guerra quedó incrustada también en las guerras dinásticas desatadas por la Revolución Francesa, así como en las llamadas guerras napoleónicas, en Europa. Durante casi veinte años (1791-1809) Saint-Domingue y Santo Domingo conocieron violentas rebeliones antiesclavistas, invasiones de ejércitos extranjeros, bloqueos navales, epidemias de malaria y fiebre amarilla, y cambiaron de mando metropolitano varias veces.

Después de trece años de luchas sangrientas que redujeron la población de origen africano en más de cien mil personas y produjeron la muerte de más de cincuenta mil soldados franceses y varios miles de militares británicos, Saint-Domingue quedó bajo el dominio de los jefes rebelados y fue transformado en el Estado independiente de Haití el 1 de enero de 1804.

Santo Domingo, en cambio, pasó por otras vicisitudes que marcaron una gran diferencia en la historia posterior, social y política, de ambas partes de la isla. Por ejemplo, en medio de las guerras revolucionarias en Europa, y mientras los franceses pugnaban por controlar la rebelión de los esclavos, Santo Domingo fue cedido a Francia el 22 de junio de 1795 mediante el Tratado de Basilea que, entre otras cosas intentaba sellar la paz entre España y Francia. Los detalles de este tratado y las motivaciones de la cesión han sido ampliamente estudiadas y son bien conocidos.

Una condición de la cesión que Francia exigió de España fue que no entregara la colonia de Santo Domingo a los jefes revolucionarios negros, comandados por Toussaint Louverture, quien gobernaba de hecho la colonia de Saint-Domingue en nombre de Francia. El gobierno de París quería que la colonia española fuese controlada por tropas compuestas por soldados blancos que eventualmente serían enviados desde Francia.

Este propósito no pudo ser cumplido pues Francia no tenía esas tropas disponibles para ocuparse de esa misión y por ello Santo Domingo, aunque nominalmente francés, continuó siendo gobernado por militares y burócratas españolas hasta que Toussaint Louverture invadió el territorio dominicano en enero de 1801, unificando la isla bajo un solo gobierno y convirtiéndola en una sola colonia francesa.

El gobierno de Tousaint Louverture tuvo corta vida pues al año siguiente Napoleón Bonaparte envió contra Toussaint una gran expedición compuesta por 58,000 soplados y marineros al mando de su cuñado el general Charles Victor Enmanuel Leclerc. Durante diecinueve meses los rebeldes negros y mulatos lucharon contra las tropas francesas. Leclerc murió en el empeño, Toussaint fue hecho prisionero y enviado a Francia, donde murió, más de cien mil hombres y mujeres de origen africano perdieron la vida, así como más de 52,000 soldados franceses.

Francia perdió a Saint-Domingue para siempre cuando los sucesores de Toussaint proclamaron la independencia de Haití en 1804, pero logró retener el territorio de Santo Domingo gracias a una combinación de circunstancias demográficas y políticas y militares: la población dominico-española apoyó la expedición francesa y ayudó a sus militares a expulsar a las tropas negras de Toussaint, los combates se concentraron en la parte francesa de la isla, y, además, la parte española estaba virtualmente despoblada y fue relativamente fácil para los militares franceses controlar aquel territorio.

Así vemos que, en 1804, donde antes hubo una colonia francesa ahora había un Estado independiente, y donde hubo una colonia española ahora había una posesión francesa gobernando una población española que si bien había apoyado a los franceses contra los esclavos rebeldes, lo había hecho porque preferían ser gobernados por europeos antes que por africanos, no porque fueran amantes de los franceses ya que si algo había definido la cultura política dominico-española en Santo Domingo, esto había sido la lucha contra la penetración francesa en las tierras occidentales de la isla durante todo el siglo XVIII.

Para los habitantes de la parte oriental de la isla de Santo Domingo, ser dominicano en el siglo XVIII equivalía a ser anti-francés. Francia y sus colonos eran entonces la principal amenaza que confrontaban los habitantes de la parte española de la isla de Santo Domingo. Si de algo están colmados los archivos coloniales de aquel periodo es de miles de expedientes y documentos que dan cuenta continua de las luchas, batallas, escaramuzas y negociaciones entre franceses y españoles por la apropiación de las tierras fronterizas. Esas diferencias fueron finalmente zanjadas mediante un Tratado firmado en la ciudad española de Aranjuez en 1777, pero el sentimiento anti-francés de la población dominico-española siguió perviviendo durante muchos años.

Por ello fue tan visible la profunda reacción anti-francesa de la población dominico-española cuando llegaron a Santo Domingo las noticias de que Napoleón Bonaparte había derrocado la monarquía y mantenía como rehenes en Bayona a Carlos IV y a su hijo Fernando.

Hasta entonces el gobernador colonial, General Louis Marie Ferrand, había realizado todos los esfuerzos posibles por gobernar la población dominico-española dentro de un régimen de tolerancia a sus costumbres, leyes y cultura, y había logrado mantener un precario equilibrio entre una pequeña dotación militar, que operaba con pocos recursos, y una población desconfiada que aceptaba su gobierno más por miedo a caer bajo el dominio de los haitianos que por auténtica simpatía.

Recuérdese que tres años antes, entre febrero y marzo de 1805, el gobernante haitiano Jean Jacques Dessalines había invadido la parte española de la isla con la intención de reunificarla bajo su mando, tal como había hecho Toussaint en 1801. Dessalines fracasó en el intento pues la población dominico-española luchó al lado de los soldados franceses para repeler la invasión.

En su retirada las tropas haitianas masacraron a los habitantes de los pueblos ubicados en su ruta, particularmente en La Vega, Moca y Santiago, y quemaron esas ciudades. Esas masacres nunca fueron olvidadas por los dominico-españoles, quienes tampoco olvidaron los incontables prisioneros llevados a Haití que luego perdieron la vida en aquel país.

Como consecuencia de esa segunda invasión haitiana (la primera fue la de Toussaint), miles de dominico-españoles decidieron emigrar hacia Venezuela, Cuba, Puerto Rico y España. Lo mismo hicieron varios centenares de familias francesas procedentes de Saint-Domingue que se habían refugiado en la parte oriental de la isla bajo la protección del gobierno de Ferrand.

Dos oleadas de emigración habían tenido lugar previamente. Una, en los meses siguientes a la firma del Tratado de Basilea, y la otra luego de la ocupación de Santo Domingo por las tropas de Toussaint. Esta tercera oleada contribuyó a despoblar el territorio dominico-español, el cual según cálculos modernos perdió más de dos tercios de la población que tenía inmediatamente antes de la Revolución Haitiana.

Esa era, en términos generales, la situación de la parte antiguamente española de Santo Domingo cuando llegaron las noticias de la caída de la monarquía española y la invasión napoleónica a España.

Esas noticias llegaron a Santo Domingo desde Puerto Rico, cuyas autoridades fueron informadas temprano de los acontecimientos, pero no fue hasta finales de julio que el gobernador de Puerto Rico recibió informaciones oficiales de la declaración de guerra a Francia por parte de la Junta Provincial de Asturias. Como se sabe, a esta declaración siguieron otras proclamadas por las nuevas juntas provinciales que se formaron en toda España para combatir a los franceses.

Inmediatamente después que el gobernador de Puerto Rico tuvo en sus manos la declaración formal de guerra, envió una copia de la misma al gobernador francés en Santo Domingo declarándole también la guerra.

Esa documentación llegó a manos de Ferrand en los primeros días de agosto de 1808, y le confirmó que pronto tendría que enfrentar un movimiento patriótico dominico-español pues desde hacía por lo menos un mes Ferrand tenía informes de que un hacendado de nombre Juan Sánchez Ramírez estaba visitando los pueblos de la parte oriental de la colonia con la intención de organizar un levantamiento para atacar la ciudad de Santo Domingo y expulsar a los franceses de la isla.

Desde que Sánchez Ramírez se enteró de la caída de los monarcas españoles se dispuso a vengar la invasión napoleónica. Según cuenta en su Diario: "desde aquel momento no pude sacudir de la imaginación la idea de la guerra... y aquel encuentro produxo en mi espíritu tal encono contra ellos, que, a pesar de la aceptación que les debía hasta llamarme ellos mismos el amigo de los franceses, no podía verlos ya desde entonces sin irritarme en extremo".

A partir de entonces, su suerte quedó echada.