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Herminio Alberti, la Covid y una escalera

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Herminio Alberti, la Covid y una escalera

Uno de los libros de poesía que me han causado mayor impresión en la literatura dominicana de los últimos años es, sin duda alguna, Casa de Sombras. Incluso, desde mi modestísima evaluación, creo que es un libro único en nuestra bibliografía. Un poeta y un fotógrafo se internan en la Casa de Caoba, vivienda de historias indignas que fuera la segunda casa, de las varias que tuvo, el dictador Rafael Leonidas Trujillo. El poeta describe el lugar, su entorno, su contorno, sus interioridades, lo que a través de sus ruinas percibe, imagina, siente. El fotógrafo recorre la casa, descubre sus espacios abandonados, reescribe, desde su cámara, la historia encogida allí entre sus muros de silencio. El resultado es un poemario fotografiado, o una colección de imágenes poetizada, donde los autores, ambos a dos, recorren una etapa de la vida dominicana, la más extensa y oscura, tal vez, de toda su existencia, y crean arte –perdurable, testimonial- sobre lo que presumen acontecido entre esos muros donde “el tiempo se resbala/ sobre la superficie de la rabia y los sucesos”.

Los poetas –el fotógrafo lo es también, la fotografía artística es un acto poético- patentizaron que, en los días en que recorrieron aquella estancia –cada rincón, cada pasillo, cada habitación, cada vacío- percibieron voces, sonidos extraños; siniestras compañías que seguían sus pasos; presencias incomprensibles que aportaron al proyecto las memorias del suplicio (“En esta casa tiembla de miedo hasta el temor”). José Mármol y Herminio Alberti construyeron, reconstruyendo, un poema de imágenes y de letras que sacude la sensibilidad y rememora el oprobio desde el ojo y la conciencia, desde la mente y la visión “Casa oscura, morada de sombras/ donde hizo la muerte su guarida”.

Pero, Herminio Alberti es, casi, una historia en sí mismo. En su haber, se entretejen variadas osadías, como profesional, como hombre que fuese de la televisión, gerente de grandes eventos, artista. Y sólo un artista puede crear una historia alrededor del confinamiento originado por la COVID-19 utilizando como actor único a... una escalera. No se han escrito aún las experiencias vividas durante aquellos angustiosos días de los primeros dos meses y medio de la entrada del virus a nuestra realidad cotidiana. Sólo sabemos que cerramos puertas y ventanas, nos recluimos en nuestras casas y conocimos, por primera vez, lo que era una cuarentena colectiva donde nadie entraba ni salía de ese retiro forzado en los hogares. Vendrían los gel para cubrir las manos contra el artefacto en forma de corona, el jabón de cuaba para las continuas lavadas, y luego los barbillos o mascarillas, y todo lo que siguió al suceso sanitario que comenzó acumulando muertes y gravedades en los CUI, tornados de pronto, en salas de desolación y espanto. El distanciamiento social nos obligó a refugiarnos en el hogar, a quedarnos guardados como si un tantra estuviese digiriendo nuestras vidas (“Quédate en casa”). Cada cual buscó formas para enfrentar la cuarentena. Ahora, en estos inicios de mayo del 2021 cuando escribo, todo parece flexibilizado, y una mascarilla y ciertas restricciones parecen ofrecer una solución a la ansiedad y al desgaste mental y físico que supuso, en aquellos meses primeros, la llegada furiosa y fatal del temible coronavirus. De marzo a mayo, y casi hasta parte de junio de un 2020 que se quedará en la memoria de la peste de nuestro tiempo, nos entretuvimos entre libros, música, cine, comentarios de las incidencias del día a día pandémico, miedos, torturantes idas y venidas por toda la casa, caminatas por el patio o dentro de la casa para que no se endureciera la osamenta y, en fin, intentar sobrevivir al infortunio, al terror y a la soledad, sobre todo cuando hasta los hijos y nietos quedaron confinados en sus propios espacios, sin derecho a trasladarse a las casas de sus padres y abuelos por todo ese tiempo.

El artista llamado Herminio, como todos, no sabía cómo enfrentar el desafío de la cuarentena. Hasta que lo descubrió –mente inquieta, espíritu intranquilo, cerebro en ebullición- en la escalera de su casa en Arroyo Hondo. Durante 73 días accionó el obturador de su cámara para fotografiar su escalera, la que de tanto subir y bajar por ella le permitió darse cuenta que se había convertido en un luminoso objeto del deseo. Cada peldaño, cada rincón, cada balaustre, cada pasamanos, cada espacio de la estructura pasó a ser un motivo para distribuir en las redes, en esos poco más de dos meses de encierro, un mensaje y una imagen de la cuarentena que muchos siguieron diariamente durante esas setenta y tres jornadas, como una manera de contrarrestar la pesadez del tiempo y como alternativa para conocer, en los claroscuros, los pasos, el ir y venir, la advertencia de conservarse dentro del recinto hogareño que el artista mostraba a sus congéneres. Una escalera. La escalinata que había permanecido allí por 17 años, diseñada por un amigo a su gusto y con la encomienda de que debía ser la escalera de la casa de un artista. Una escalera, el virus y un artista, su esposa y el encierro.

Desde el primer día, cuando marzo se inclinaba asustadizo ante el peligro y el avance vertiginoso de la pandemia, Herminio Alberti comenzó a subir y bajar las escaleras de su casa, angustiado tal vez por lo que aquel tiempo infausto le entregaba en el correr de las horas y los días. Cada mañana o cada tarde encontró una manera de ofertar su vivencia de encierro. Cada vez, la cámara le sirvió de instrumento para sobrevivir desde una visión abierta a la novedad que antes fue simple cotidianidad, pieza casera para ayudar a trasladarse de un piso a otro. Cuando concluyó su tarea, seguramente su espíritu se había llenado de nuevas vitalidades. La escalera fue el armazón donde se depositaron sus desvelos, el espacio donde se fortaleció su alma. ¿Ha vivido alguien más una experiencia similar durante la cuarentena? Queda abierto al tiempo el testimonio. Creo que sólo un artista puede conseguir semejante aliento para tonificar su vida y la de su morada desde una escalera. Herminio Alberti construye de este modo el primer libro dominicano, que conozca, sobre su experiencia de la cuarentena y la Covid-19, con el polvillo asfixiante que taladra los pulmones de Duquesa al fondo.

Pero, Herminio es más. Mucho más. Aunque su carrera como fotógrafo, desde el libro, se inició hace poco más de un decenio, su recorrido fotográfico ha abarcado otros espacios geográficos donde se han expuestos sus obras, y los premios y reconocimientos le han llegado desde distintos lados. Es un creador inquieto, incesante, pertinaz y con cimientos fuertes. Ha producido una bibliografía de perspectivas que muestran la belleza y la inteligencia de un creador fotográfico que escruta, inquiere, busca el ángulo, el paisaje, el objeto, el rostro, el suceso humano que entiende merece su atención para levantar, desde el blanco y negro, el arte de la imagen en una de sus mejores expresiones. Como si emulara al Michael Curtiz de “Casablanca”, al Billy Wilde de “El crepúsculo de los dioses” o al John Ford de “La diligencia”. La obra fotográfica de Herminio Alberti es la manifestación de la libertad creadora, como la idea viva de su primer libro. Y es, ahora, la muestra máxima de la cuarentena que hizo del 2020 el año en que todos comprobamos el temor a un bicho devastador y a la vulnerabilidad humana.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.