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Historia de amor en las barricadas de 1968

En mayo de 1968 –acaba de cumplirse por estos días cincuenta años– París dejó de ser la fiesta que describió Hemingway, para convertirse en el centro de un extenso enfrentamiento entre estudiantes y policías que protagonizaron uno de los episodios históricos más emblemáticos de la década prodigiosa que entonces se acercaba a su fin.

Francia, que había tenido décadas de esplendor y prosperidad económica, comenzó a tambalearse. Las finanzas públicas iniciaron un proceso de agrietamiento a causa de una severa crisis industrial; otros sectores económicos entraban en declive; el trabajo en las minas resultaba degradante; los desempleados sobrepasaban el medio millón; más de dos millones de empleados apenas sobrevivían con el sueldo mínimo y la sociedad francesa, en su conjunto, parecía estar lejos de un estado de bienestar. Como consecuencia, las zonas suburbanas de París comenzaban a poblarse de los denominados bidonvilles, extensos guetos donde imperaban las carencias de todo tipo. Justo frente a una de estas barriadas se encontraba la universidad de Nanterre donde se iniciaron las protestas contra la situación que dominaba a aquella ciudad de esplendores y glamour. Las autoridades ordenaron el cierre de la universidad. Los estudiantes de la universidad de élite, la Sorbona, protestaron solidariamente y empezaron a manifestarse, creando de inmediato una ola de apoyo. La policía ingresó al campus y comenzó entonces una batalla campal que se extendió a toda Francia. Aunque desde enero habían ocurrido hechos protestatarios en diversos escenarios de París y en otras ciudades francesas, el cierre de la universidad de Nanterre y la intervención policial en la Sorbona, encendieron la chispa final de las reclamaciones populares violentas. El Barrio Latino se convierte en el escenario principal de las barricadas callejeras que, al poco tiempo, se extienden por toda la ciudad. Centenares de estudiantes y policías resultan heridos en la contienda. Once millones de trabajadores en toda Francia se revelan y se colocan en paro. La radio y la televisión estatal cierran en apoyo a los reclamos. El presidente de Gaulle, indiferente a los hechos, parte hacia Rumania. Le había precedido el primer ministro Georges Pompidou, quien viaja a Irán y Afganistán. La gran ola rebelde pide la caída del gobierno. Francia entera está colapsada. Pompidou regresa apresuradamente para negociar en todos los terrenos. En muchas partes del mundo las protestas de los estudiantes franceses habían encontrado eco favorable y hasta el festival de Cannes se paraliza para respaldar a los universitarios. De Gaulle se ve obligado a disolver el congreso y convocar a elecciones anticipadas, poniendo fin al suceso, luego de llegar a acuerdos con sindicatos y empresarios, aumentar el salario mínimo y reducir la jornada laboral. Las protestas habían sido capitalizadas por la izquierda marxista y los estudiantes aprovecharon para convertir las mismas no sólo en una jornada antibelicista (Vietnam estaba sobre el tablero) y antiestablishment, sino también en una guerra cultural. Cuando los trabajadores volvieron a sus puestos y los estudiantes a sus aulas, los votantes en las urnas hablaron claramente. Poco más de diez millones pidieron que De Gaulle siguiera dirigiendo a Francia. Doce millones, sin embargo, dijeron no, dando paso a Pompidou, el gran negociador, como nuevo presidente. Insólitamente, las fuerzas de izquierda perdieron el rumbo y la derecha, en segunda vuelta, obtuvo el triunfo. El combate cultural, sin embargo, resultó ganancioso, permitiendo que Francia iniciara cambios profundos en lo educativo y en lo laboral, pero fundamentalmente en la modificación de esquemas tradicionales que habían regido por largas épocas a esa gran nación y, de modo especial, en lo referente a la denominada ética sexual.

Partiendo de la Sorbona y abriéndose paso por sus amplios bulevares, la rebelión estudiantil de mayo de 1968 –cuyos alcances se extendieron hasta junio de 1969– signó toda una época. Tras las barricadas se confundían, en rara mezcla, el maoísmo, trotskismo, anarquismo, cheguevarismo, control estudiantil de los grandes centros de enseñanza, amor libre y liberalidad sexual. “Era algo nuevo en la historia del hombre –recuerda Frank Yerby– la rebelión de los que eran mejor tratados, de los mimados... se echaban a la calle para destruir el mundo que no les gustaba, para quitarse de encima el deber, la responsabilidad, incluso el pensamiento”.

Dentro de este marco, una pareja de norteamericanos se conocen en París y comienzan, paso a paso, una historia de amor. La relación tiene, sin embargo, características muy especiales. Harry Forbes es un negro de Georgia, músico de jazz que ponía a sollozar su clarinete “como un niño oriental que es golpeado”, y que remontaba su música –“plata líquida, luz de luna en un bosque de bambúes, grullas sosteniéndose sobre una pata”– mientras restaba valor a su condición de negro y se convertía en el “filósofo de un derrotismo decadente, tan corrompido como el de Nietzche o Schopenhauer, que no cree en nada”. Katty Nichols era blanca, una sureña de buena familia que disfruta las hermosas noches de jazz en Le Blue Not y que, en medio de numerosos contratiempos, acaba reconociendo su amor por Harry, un amor imposible no sólo por sus connotaciones raciales, sino por lo dificultoso que resulta entenderse con un negro que desafía la negritud increpando que “un accidente biológico no da suficientes motivos para estar muy orgulloso de uno mismo” y que reniega de su raza cuando la ejemplariza en Patricio Lumumba, Moisés Zhombe, Papa Doc, los genocidas de Nigeria o los soldados congoleños. “Si los míos hubieran producido alguna vez algo remotamente parecido a una civilización –afirma Harry–, si pudiéramos mencionar una sola realización negra que no se hiciese en medio de una sociedad extranjera y sobre la base de una cultura extranjera (incluso Leópold Senghor escribe su poesía realmente bella en francés), yo podría sentirme más orgulloso de nosotros”.

En medio de estas insólitas conceptualizaciones (Harry consideraba que un negro norteamericano no era un hombre, sino un “mecanismo de defensa ambulante”), negro y blanca se enamoran. Las dificultades propias, y las que creaba aquel París que asumía posturas contrastantes y que parecía enorgullecerse, en aquella y en todas las épocas, de su vieja y reconocida inurbanidad (“¡Descortesía, tu nombre es Francia!”) y, para entonces, del carisma de su grand Charles (Charles de Gaulle) y su “olímpico desprecio por los seres humanos”, permitirían que se creara un cuadro de urdimbres contradictorias que llevarían a Katty y Harry a desvanecer sus amores en un odio acentuado y terebrante.

En el escenario dantesco de las barricadas parisienses de 1968, el negro de Georgia y la rubia sureña van comprendiendo la inutilidad de sus equivocadas apreciaciones de la realidad, y acaban reconociendo que, entre ambos, hay un lazo sentimental indestructible que se expresa mediante un amor firme que ha podido vencer todas las barreras. Esta novela de Frank Yerby –que leí a inicios de los setenta, a escasos dos o tres años del mayo francés– nos involucra en un discurso narrativo en el que flotan, con habilidad conceptual difusa pero vertida con provecho e imaginación fluida, interesantes consideraciones filosóficas, sociológicas y políticas. El amor entre Harry y Katty se desarrolla entre profundos prejuicios raciales, pero aquellos enamorados enarbolan un sentimiento que Katty proclama y Harry niega insistentemente, y cuando parece que en aquel mayo endemoniado el mundo se les viene encima, es cuando en verdad está naciendo para ellos un mundo nuevo. “Lo que olvidan todos esos tipos generosos y sentimentales que quieren resolver el problema de las razas, es que los gorriones matan a picotazos al azulejo si lo pueden atrapar, y que hasta la pantera negra que no es más que una mutación de color dentro de la especie, es rechazada por los leopardos. El prejuicio es algo tan viejo como el mundo, y tan natural y perdurable como él; es la justicia, la fraternidad, el amor lo que resulta anormal en la raza humana”.

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