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Homenaje a un maestro en mi patria chica

En mi Moca nativa, a instancias del Senador José Rafael Vargas, se celebró la semana pasada un acto en homenaje del educador Juan Crisóstomo Estrella -en el sesenta aniversario de su fallecimiento-, nombre ilustre que lleva la escuela primaria e intermedia, como se denominaba entonces, donde cursamos del primero al octavo grados, antes de pasar al bachillerato en el Liceo Secundario Domingo Faustino Sarmiento. En la ocasión, el Senador de mi Provincia me solicitó que remitiera una carta, que sería leída en el transcurso de la actividad citada, en mi calidad de ex alumno de esa escuela. La invitación me resultó propicia para que la memoria recordara hechos y situaciones inolvidables en nuestra estancia formativa en ese centro educativo de nuestros recuerdos más vivos. Esto fue lo que dije en mi carta a mi tocayo y grande amigo.

"Celebro el trascendente programa que llevas a cabo en procura de que la sociedad mocana actual recuerde y valore a sus prohombres y mujeres destacadas, aquellos y aquellas que construyeron, paso a paso, la historia y las vivencias que convocan la identidad de nuestra patria chica. Se trata de un acto honrador, de justicia y de emotiva valoración, puesto que no han de ser muchos los que conozcan la trayectoria de este educador extraordinario, que llenó muchas páginas de saber y entrega vocacional al magisterio fecundo durante largos lustros en nuestra comunidad nativa. Qué suerte tenemos los mocanos de que tengamos un Senador que se preocupe por redescubrir, especialmente ante las nuevas hornadas de la juventud, a estos auténticos constructores de la mocanidad, y de que logre convocar en este objetivo a las demás autoridades que nos representan ante el país y que tienen sobre sus hombros la responsabilidad no sólo manejar los múltiples deberes que sus altas funciones exigen, sino también la de sostener y solidificar los valores de la cultura, único patrimonio que hace grande a un pueblo.

A los tres años de edad, ingresé al modesto parvulario que tenía en el patio de su casa la inolvidable maestra María Polanco viuda Cabreja, Doña Niña, quien en aquel entorno de precariedades, pero llena de un altruismo vocacional sin precio, nos enseñó -a mí y a muchos- las primeras letras y nos alfabetizó antes de que cumpliésemos los cinco años de edad. Allí llegaba yo cada mañana, llevado por mi madre, con mi sillita al hombro -que aún conservo- porque era tan pobre aquella escuelita que a quienes sus padres inscribían en ella debían aportar el mueble para recibir la educación, porque Doña Niña no tenía recursos para adquirir pupitres. Anotemos que, para entonces, no existía toda esa nomenclatura educativa de nuestros tiempos: Day-care, Nursery, Maternal, Nido, Kinder, Preprimaria... Se alfabetizaba en una escuelita particular y luego se entraba al primero de primaria, y a lo más que se llegaba para la época era a una clasificación no oficial -que lo determinaba el ojo mágico del profesor de turno, si observaba en el alumno condiciones de inteligencia o no, digamos mejor de avance o retardo educativo- de primero atrasado y primero avanzado.

A los cinco años pues, llegamos a la Escuela Ecuador, que era entonces como se llamaba, en plena Era de Trujillo. Allí permanecimos hasta los 12 ó 13 años de edad. Estamos hablando entre los años 1954 a 1962, o tal vez hasta 1963, no podemos precisarlo. A raíz de la muerte del dictador, el país sufrió convulsiones múltiples y la escuela fue afectada por esta nueva realidad, de modo que tanto en la primaria e intermedia, como luego en la secundaria, en algunos años las clases se ofrecieron con mucha irregularidad, por lo que no se pudieron completar las metas cronológicas del proceso educativo. Recuerdo, saltando etapas, que la revolución de Abril nos tomó de sorpresa cuando estábamos en el segundo de la secundaria, ensayando con un grupo artístico que teníamos allí entonces. Ese año no se volvieron a retomar las clases hasta finales de octubre, a causa de la contienda.

Rememoro sin penas un hecho que no olvido. Tuve que repetir el quinto curso de la primaria debido a que, para entonces, era un fanático de leer muñequitos, como le decíamos entonces a lo que los capitaleños llamaban paquitos. Los tenía por cajas en mi casa. Entre los miembros del "club de lectores" que funcionaba en mi hogar, estaban el inolvidable amigo Manuel Agustín Gómez (Niño), quien muriera trágicamente a fines de 1968 cuando acabábamos prácticamente de graduarnos de bachiller; también los hermanos Porrello, Lucas: que llegó a ser médico especializado en oncología, y Pedro: quien llegaría a ser Ministro de Educación en el gobierno de don Antonio Guzmán. El primero, condiscípulo en la primaria, y el segundo era mayor que nosotros pero formaba parte de ese grupo consumidor de paquitos que contribuyó a nuestra quemazón (fuimos varios los afectados). Mi madre los botó a todos de mi casa, cuando tal vez el principal culpable era yo, con todo y las cajas de paquitos que les dijo que se llevaran de regalo. Hoy les agradezco a esos muñequitos mi pasión por la lectura.

En la Escuela Ecuador recuerdo que fui una vez abanderado en un desfile de la Hispanidad, que entonces se celebraba en grande, el 12 de octubre, y me otorgaron el honor de llevar la bandera del país cuyo nombre tenía el centro educativo, debido a mis calificaciones. Nunca olvido ese momento, todos vestidos de blanco, tal vez con siete u ocho años de edad. Tampoco olvido aquel desfile, igualmente de regio blanco, ya con 11 años de edad, para celebrar el centenario del Grito del 2 de mayo de 1861, celebrado semanas antes de que el tirano cayese en Santo Domingo, gracias entre otros, al coraje de un bravo mocano. Si mal no recuerdo -ahora me pierdo en la remembranza de si fue en ese momento o en otro- estaba presidiendo aquel desfile desde una tribuna instalada en las escalinatas del Ayuntamiento, Petán Trujillo. La dictadura estaba en sus finales pero nosotros, niños aún, ignorábamos la realidad histórica del momento.

Cuando cae el dictador y comienzan las acciones por la libertad, la escuela pasa a denominarse Juan Crisóstomo Estrella, en nombre de este insigne educador mocano. Lo que nunca he sabido es quién puso el nombre de Domingo Faustino Sarmiento al liceo, cuando debió llevar el de algún otro educador de nuestro pueblo. Creo que fue obra del doctor Joaquín Balaguer, en aquel proceso posdictadura que eliminó los nombres de los integrantes de la familia Trujillo que llevaban plazas, carreteras, ciudades y escuelas. El liceo entonces se llamaba Presidente Trujillo. Cuando todavía no se le había cambiado el nombre, siendo Escuela Ecuador, llegaron una mañana los estudiantes del liceo a eliminar los cuadros y el busto de Trujillo que estaba en nuestra escuela y a convocar a los estudiantes a la protesta para que se fueran los Trujillo del país. Fue una manifestación en las que recuerdo como dirigentes al hoy notable economista y presidente de la Asociación de Mocanos residentes en Santo Domingo, Eduardo García Michel, a Héctor Balcácer y al hoy mi compadre Punco Díaz Piñeyro. En medio de las bombas lacrimógenas -recuérdese que los Trujillo y sus paleros estaban aún en el poder y se resistían a abandonarlo- mi madre entró en mi búsqueda y me sacó a mí y a otros compañeros por la parte de atrás del amplio patio de la escuela, luego de escalar una alta verja llena de púas.

En esa escuela, ya siendo Juan Crisóstomo Estrella, conocí a los líderes estudiantiles de la época. Recuerdo la vez que nos visitaron y realizaron una asamblea en el salón de actos los entonces dirigentes de los estudiantes de la UASD, con amplia proyección nacional: Asdrúbal Domínguez, de Fragua; José Antinoe Fiallo Billini, José Joaquín Puello, Bernardo Defilló y Lucas Rojas, mocano este último, del BRUC. Nunca olvidaré ese momento.

Son muchos los recuerdos que guardamos de nuestra estancia en aquella inolvidable escuela, donde de alguna manera nos formamos y se inició nuestro proceso de maduración personal, antes de ingresar, adolescentes, al liceo secundario. Son de memoria grata e imperecedera los nombres de nuestros maestros, especialmente de Petronila de Almánzar, la siempre recordada señorita Toní, quien muchas veces nos llevó de sus manos a la escuela porque éramos muy pequeños y ella se encargaba de recogerme en mi casa. ¡Cómo olvidar esa muestra de altruismo, de entrega y de pasión por la enseñanza! A doña Mercedes de Michel, esposa del gran maestro Valentín Michel; a Nelly Marte, Grecia Lantigua, Antonio Rodríguez (El Teniente), Sasa Cabrera, Milín Espinal y otros más cuyo recuerdo permanece inalterable y quienes fueron los responsables de nuestra formación y, sin dudas, de todo cuanto podamos ser hoy en nuestra sociedad. Para ellos, el homenaje de gratitud que no muere jamás.

Rememoro emocionado a mis compañeros de estudios, muchos de los cuales dejamos de ver para siempre, o porque se ausentaron hacia otros destinos y no siguieron en el liceo secundario, o porque partieron ya al sueño eterno. Muchos hay que se pierden en el recuerdo, como es natural. Pero siempre va mi memoria recordando a Ciprián Hernández (que era el líder del grupo, por ser el de más edad, amigo hasta el último minuto de su existencia), Luna Paulino (quien llegara a ser Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea Dominicana y hoy es jefe de la Defensa Civil), Niño Gómez, José Miguel Gómez, José Francisco Pérez (quien luego sería profesor de mi hijo mayor en Ingeniería Civil en INTEC), Jabnel Batista y su hermano, que fueron grandes amigos, y dos que partieron a la capital, a esa capital donde algunos nunca pudimos llegar hasta muchos años después, y que por allí se perdieron para siempre, a quienes recuerdo solo por sus apellidos: Vargas y Durán, amigos de la diaria contienda escolar a quienes la vida los condujo por otros destinos ignorados por nosotros.

La Escuela Ecuador, luego Juan Crisóstomo Estrella, fue la fragua donde se forjaron nuestras metas. He comentado con amigos que suelo soñarme mucho con esa escuela. Y que tengo años por volver a ella, caminar por sus pasillos, sus aulas, rememorar su amplísimo patio, el formidable gimnasio que tenía en el centro de ese patio; su escuela de artes y oficios donde se aprendía carpintería, artesanía, ebanistería, electricidad, como parte de la docencia regular, su formidable salón de actos. Pablo Neruda dice que uno nunca debe volver a los lugares donde alguna vez fue feliz.

Al honrar al educador Juan Crisóstomo Estrella, me planteo cuán importante son acciones como esta, donde se rescatan valores que prácticamente permanecen yacentes, olvidados, cuando necesitamos muchos homenajes como el que hoy se realiza en la escuela que lleva este nombre ilustre, si es que en verdad deseamos enaltecer los verdaderos valores nacionales y cambiar la faz de la nación. Acciones como esta, son las que nos devuelven a unos sueños, a una etapa de inocencia y virtud, a una edad y a una tierra -aquella en que nacimos y crecimos- que orillan vivazmente nuestra humana realidad, que atesoran vivencias inolvidables y que nos acercan de nuevo a la herencia común, aquella que nos une e identifica con un apellido de orgullo y trascendencia nacional: mocano".

www. jrlantigua.com