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José Luis González Coiscou

En la descendencia femenina del Dr. Rodolfo Coiscou Carvajal se ubica el escritor puertorriqueño naturalizado mexicano José Luis González Coiscou, un ilustre desconocido en su tierra natal. Nacido en Santo Domingo en 1926, de padre puertorriqueño y del vientre de la activista cultural Mignon Coiscou Henríquez (hija de Rodolfo y hermana de Máximo, el padre de los Coiscou Weber). José Luis emigró a la Isla del Encanto junto a su familia a la edad de 4 años, cuando despuntaba la prolongada dictadura de Trujillo. A mediados de los 80 del siglo pasado, cuando el escritor y yo nos conocimos en San Juan de Puerto Rico en el marco de un singularísimo seminario ambulatorio auspiciado por la Fundación Ana G. Méndez, me dijo que sus recuerdos de Santo Domingo eran muy nebulosos, machacados por el tráfago del tiempo. Si la memoria no me traiciona -confundida ahora con la espesura de sus propios registros dominicanos- me refirió que sus primeros años los pasó en la calle Arzobispo Portes o en la Arzobispo Meriño ("seguro que era un arzobispo", afirmó), en la zona colonial. Sus relaciones circunscritas al entorno familiar del abuelo Rodolfo, los tíos y los primos.

Para un memorialista nato con garra de narrador, como ciertamente lo fue nuestro escritor, estos frágiles recuerdos no presagiaban buen comienzo. Sin embargo González (más Coiscou Henríquez que otra cosa, ya que fue criado como hijo único por su madre, al parecer un ser fuera de serie, de recio carácter como tantas matronas quisqueyanas, quien se divorció del padre), resultó todo lo contrario. Más bien devino en un precoz escritor de historias breves, ya que a los 17 años publicaba su primer libro de cuentos, titulado En la sombra, precedido de un encendido prólogo de la poetisa Carmen Alicia Cadilla, directora de la revista boricua Alma Latina. En él se dice que "la puertorriqueñidad del cuento de José Luis González consiste en la fusión armónica de la realidad telúrica del individuo y el medio; en la exposición vital de sus pasiones, miserias, virtudes, tradiciones, costumbres y complejidades psicológicas; en la virtud de cosa viva de todo lo que rodea al individuo".

La Cadilla anunciaba un futuro promisorio al joven narrador, colocándolo en perspectiva en "la dimensión espiritual" del sitial que ya ocupaban "el dominicano Juan Bosch, el salvadoreño Salarrué o el uruguayo Juan José Morosoli". El autor adolescente, enfebrecido por ideas revolucionarias que marcarían su trayectoria política, dedicaba su opera prima a "los camaradas del campo", cuyas estampas miserables formaban la materia prima de esta narrativa germinal. La alusión que hizo la prologuista a Juan Bosch, ya considerado maestro del cuento realista, no era fortuita, como lo revela el propio González en una entrevista de rastreo autobiográfico concedida en su adultez.

"No ignoraba que mi madre provenía de una de las familias más ilustres del procerato dominicano: los Henríquez, de la que habían salido, entre otros egregios ejemplares, un amigo íntimo de José Martí (Federico Henríquez y Carvajal), un presidente de la República (Francisco Henríquez y Carvajal) y uno de los más renombrados críticos literarios de lengua española (Pedro Henríquez Ureña). Ese abolengo fue el que me permitió conocer en mi propio hogar puertorriqueño, cinco años antes (1938), al ya gran cuentista dominicano Juan Bosch, que desde aquel primerísimo momento se constituyó en mi mentor y promotor literario. Fue él quien gestionó la publicación de uno de mis primeros cuentos en la revista Alma Latina, de San Juan. En ella y en Puerto Rico Ilustrado, que entonces dirigía don José A. Alegría, seguí yo publicando los cuentos que a la larga integraron mi primer libro, En la sombra, de 1943."

José Luis González (como se dio a conocer en el mundo de las letras y de la militancia revolucionaria durante la caliente Guerra Fría) realizó sus estudios básicos en San Juan, culminando la licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, trasladándose luego a los Estados Unidos para ampliar su formación. Años más tarde, en la Universidad Nacional Autónoma de México obtendría la maestría y el doctorado en Filosofía y Letras. Como lo consignan casi todas las exégesis y cápsulas biográficas, participó activamente en las décadas de los 40 y los 50 en la renovación de la literatura puertorriqueña. Aparte del aludido volumen de cuentos, cuya edición príncipe conservo como verdadera reliquia, publicó Cinco cuentos de sangre (1945), galardonado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, con prólogo de Francisco Matos Paoli, El hombre de la calle (1948), Paisa -un relato de la emigración (1950) prologado por Luis Enrique Délano.

Siguieron otras publicaciones desde México, donde fue a parar nuestro autor debido a su militancia política -enrolado en el efímero Partido Comunista Puertorriqueño que se disolvió en 1954 como "sal en agua" y activo en el movimiento comunista internacional- y gracias a la caza de brujas desatada en la era de intolerancia macarthista, que afectó en la primera mitad de los años 50 todos los ámbitos de la vida norteamericana y su periferia. En la hospitalaria tierra azteca José Luis González se naturalizó mexicano. Con el sugestivo título En este lado, apareció su próxima obra en ediciones de 1953 y 1954, reeditada en 1961 en La Habana hechizada por la revolución de Castro. González -quien antes de su etapa mexicana había residido en Praga por año y medio entre 1950-52, casando con ciudadana checoslovaca- se estableció por seis meses en la Cuba revolucionaria para trabajar en el recién creado Instituto Cubano de Artes y Ciencias Cinematrográficas, en el departamento de argumentos de largometraje. Aunque los guiones abundaban, la escasez de material fílmico y las urgencias políticas obligaban a focalizar el esfuerzo en cortometrajes. Esta razón y los deseos de la esposa por regresar a la patria de Kafka motivaron una segunda estancia de José Luis en Praga, que se extendió por otro año y medio.

En este nuevo período checo -aunque José Luis González se había quedado como una suerte de "comunista sin partido", ya que sus camaradas mexicanos le plantearon la inconveniencia de ingresar al PCM dada su condición inicial de extranjería-, retomó sus contactos con los antiguos camaradas del aparato del Partido Comunista Checoslovaco. Allí se sorprendió al saber que el famoso informe secreto de Nikita Jruschov al XX congreso del PCUS, en el cual denunciaba los crímenes y deformaciones al socialismo de Stalin, no había sido divulgado y apenas era conocido entre la nomenclatura. Su visión estalinista sobre la rebelión de Hungría chocó con la percepción diferente que tenían su pares checos, presagio en cierto modo de lo que sería la Primavera de Praga encabezada por Alexander Dubcek.

Reincorporado a México -donde escribió el grueso de su obra narrativa y sus no menos estimulantes textos ensayísticos sobre la realidad sociopolítica puertorriqueña- González se estableció en la carrera académica como profesor de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, con esporádicas visitas a Puerto Rico, en la medida en que el Departamento de Estado concedía el waiver para su ingreso y estadía en la patria motivo de sus desvelos. En México aparecen en 1972, La galería y otros cuentos, editado por Era, y Mambrú se fue a la guerra (y otros relatos), publicado por Joaquín Mortiz. En 1973, Cuento de cuentos y once más, Extemporáneos, y En Nueva York y otras desgracias, con prólogo del crítico uruguayo Ángel Rama, Siglo XXI. Ese año, en Puerto Rico, Editora Cultural da a la estampa Veinte cuentos y Paisa, con introducción de Pedro Juan Soto y en 1984 publica El oído de Dios.

La saga narrativa de González continuó con Las caricias del tigre, editada en México por Joaquín Mortiz en 1984. Seguida por sendas compilaciones: Antología personal, de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1990, y Todos los cuentos, puesta a circular en México por la UNAM, en 1992. Alfaguara realizó otra antología de la obra narrativa de este autor. Antes, en 1978, González había recibido el Premio Xavier Villaurrutia con la novela Balada de otro tiempo, impresa por Alfaguara en 1997.

Cuando conocí a José Luis González a mediados de los 80 una fuerte corriente de simpatía se cruzó entre los dos. No sé si trataba de mi condición de dominicano y del hecho que era el único de ese origen convocado a un peculiar seminario de varias semanas animado por el politólogo Juan Manuel García Passalacqua y el sociólogo Manuel Maldonado Denis, bajo el generoso patrocinio de la Fundación Ana G. Méndez. O a la circunstancia de amistad de su madre Mignon con mis tíos radicados en México -Mané Pichardo Sardá y su esposa Carmen. Junto a los ya nombrados y a un notable grupo de intelectuales y académicos boricuas, así como al ex alcalde de Miami Maurice Ferré, realizamos jornadas memorables discutiendo las realidades caribeñas de nuestros pueblos.

Iniciando un domingo apacible en la casa de administración de una antigua central azucarera propiedad de la Universidad del Turabo, este seminario ambulatorio se trasladó a la residencia del historiador cubano Leví Marrero -convaleciente de un infarto. Se movió en varios recintos universitarios de la isla y en el local del Colegio de Abogados de Puerto Rico. Salpimentado con magníficas veladas gastronómicas en los mejores ambientes de este género.

Las tesis esbozadas por el maestro González en su ensayo El País de Cuatro Pisos constituyeron el núcleo de nuestras discusiones, al grado que de las incidencias de este ejercicio surgió una magnífica crónica de la pluma fecunda de José Luis, su Nueva visita al Cuarto Piso. En 1997, en México, tierra que lo acogió como suyo, falleció este escritor de cuentos, ensayista, periodista, expositor brillante. Hombre bueno, que fue José Luis González Coiscou. Tan borincano, tan mexicano, tan dominicano.

El autor adolescente, enfebrecido por ideas

revolucionarias que marcarían su trayectoria

política, dedicaba su opera prima a "los camaradas

del campo", cuyas estampas miserables formaban

la materia prima de esta narrativa germinal.