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La cultura durante la crisis sanitaria global

El violín se convierte en el instrumento favorito de estos tiempos de encierro y temor, y resuena en balcones, ventanas y azoteas

El chelista, desde la azotea de su apartamento en un sector de Santo Domingo, sorprende a sus vecinos, ofreciendo un exquisito recital con el instrumento que le ha dado nombre y fama tanto en el principal agrupamiento musical de la nación como en espectáculos populares. Un joven violinista de 16 años de edad sale cada día al balcón de su casa en un pueblo de España y ameniza la vida y la esperanza a su vecindario. Una violinista búlgara se sube al tejado con un Amati de 1763, coloca su equipo de sonido y divierte a los viandantes interpretando música bailable. Un dramaturgo de reconocida solvencia reúne a un grupo de notables teatristas y presenta en las redes una dramatización profesional del teatro revolucionario del fundador de la nacionalidad dominicana. Ara Malikian, el violinista libanés que Rostropóvich señaló como el mejor de su generación, se coloca con su arma de reglamento en la ventana de su piso para honrar en Madrid, donde reside, a los médicos y personal sanitario que trabaja sirviendo a los contagiados. El violín se convierte en el instrumento favorito de estos tiempos de encierro y temor, y resuena en balcones, ventanas y azoteas de Málaga a Miami, de Valladolid a Cremona, de Milán a Buenos Aires, de Costa Rica a Ghana. Aisha Syed vierte a Bach en la web de Diario Libre en tres conciertos que buscan devolver la esperanza. Juan Luis Guerra transforma en son uno de sus más populares merengues como un regalo a sus seguidores para estos tiempos inciertos. Los Rolling Stones, Lady Gaga, Jennifer López, Paul McCartney, Stevie Wonder, Taylor Swift, cantan desde sus hogares para el mundo atribulado. Ricardo Montaner, Alejandro Sanz, Carlos Vives, Luis Fonsi, Diego Torres, Sebastián Yatra, Maluma, Pablo Alborán, separados pero juntos, acuden a la convocatoria de Disney para un concierto que se difunde en los canales de la poderosa empresa de entretenimiento y en otros que se asociaron a la propuesta. Sabina, desmedrado como anda por el accidente sufrido durante su más reciente concierto con el Nano, no canta pero envía un mensaje maravilloso en el Día del Libro, que aparte de lo que es, poeta y lector también le fluyen. Jorge Drexler compone una canción –“Codo a codo”- para levantar los ánimos y la convierte en el primer gran hit en el streaming de esta temporada inédita. “Resistiré”, la sugerente canción que hizo famosa el Dúo Dinámico (y que un amigo me informa que el autor es Carlos Toro, un periodista deportivo famoso en España, autor de un libro magnífico sobre fútbol, “Caldera de pasiones”) se relanza como un auténtico himno en el confinamiento. En África, sus más destacados cantantes componen temas para combatir el mal, alentados por las prácticas anteriores con el VIH y el Ébola, en los ochenta y noventa, que sacudió a ese continente más fuerte que a todos los demás y que ellos están convencidos de que lograron frenar su avance gracias a sus canciones. El reggae, el hip hop, el rap, la cumbia, el vallenato, el country, el pop, el merengue, la bachata, la balada y el bolero que han regresado, llenan como otros ritmos los canales digitales para dar un nuevo rostro y otra mirada a la pandemia. Un video aquí, otro que llega de más allá, arriban a YouTube o se difunden por WhatsApp como remedios caseros, como medicina para el agobio del encierro.

Acudimos al cine para disfrutar lo actual que Netflix y otras plataformas proponen, pero también para regresar a los clásicos y a las producciones icónicas de esa industria. La lectura se ha convertido en una necesidad casi apremiante, y se aprovecha el tiempo en completar el libro que se quedó a mitad, abrir los que aguardaban en los anaqueles desde años tal vez, asumir clásicos olvidados o perimidos, y en especial, sentir el placer inigualable de la relectura. En algunos países incluso, se confeccionan listas de los libros más leídos en la cuarentena. Las salas de concierto y los museos han cerrado pero es posible complacerse con el Festival de Beethoven de Bonn, con numerosas óperas de Berlín, Varsovia o Italia, espectáculos –y hasta clases– de ballet, conciertos de grandes filarmónicas, recitales de prominentes concertistas, y a la vez, dar una vuelta por los museos del Louvre, el Británico, el del Prado, el MET de New York y por la Galería de los Oficios, de Florencia. Los conciertos en línea y los recorridos museográficos son una de las mejores estancias de saber y espiritualidad que nos ha dejado este tiempo absurdo. Todavía hay espacio para los poetas y narradores que llenan casi a diario las redes sociales con sus lecturas, y que son abrevadero y hechizo, lenguaje de signos que abaten este sofocón.

En este ambiente, que no pocos califican de surrealista, la cultura ha hecho explosión y se ha situado, por nueva vez, como la expresión necesaria y, sin dudas, imprescindible, de la humanidad. La que ha podido sortear las arideces de este infortunio. La que ha otorgado un cariz novedoso y menos brutal a la desgracia. La que ha acompañado la soledad y el desafío. La que ha mostrado, con su rostro humano, muy humano, que hay otra verdad, otra realidad y otra solución frente a la tragedia, para hacer que aflore el pensamiento y la alegría, para que fortalezcamos el espíritu abatido, para que nos reconozcamos en la diversidad que la cultura designa y hace florecer en cada espacio yermo, en cada rincón desolado, en cada sensación entumecida, en cada huida necesaria de la fragorosa babel de las noticias contradictorias que nos pretenden guiar hacia el apocalipsis.

Millares de hombres y mujeres de la cultura en todo el mundo están viviendo la globalización de la desventura. Han perdido sus empleos, y lo peor, se han visto obligados a tomarse un descanso que no necesitaban ni querían. En la vida cultural hay muchas ramas y formas de ejercer el oficio. Muchos, tal vez, podrán sobrevivir con los salarios que han de seguir devengando, sobre todo si forman parte de compañías oficiales. Los hay que por sus condiciones de superstar pueden resistir por largos meses la presente condición, sobre todo en el sector de la música popular. Una cantidad importante no tiene otro medio de vida que la venta de sus obras, la producción de sus pinturas, la actuación cinematográfica, oficiar en los escenarios como gente del teatro, del circo o de revistas musicales, y los hay que realizan, como yo los denomino, un arte de constreñimiento con teatros callejeros y otras formas de las artes escénicas. Todos andan en quiebra. Solos. Sin respaldo que valga en medio de las carencias de las muchas y variadas que resquebrajan a este sector y lo envuelven en una gris maraña de inseguridad y desaliento. Algunos gobiernos desdeñan la cultura. Economistas, sociólogos y políticos la tienen a menos en los planes de desarrollo. Dirigentes de estado, incluso, no sólo aparcan el apoyo que debieran ofrecerle permanentemente, sino que no vacilan en dejar claro que la cultura, dicha así de ese modo, no es prioritaria en sus planes. Es una de las grandes torpezas y de las más insólitas injusticias contra uno de los ejes fundamentales de la identidad nacional. La pandemia ha demostrado que sólo la cultura ha podido mover sentimientos, espiritualidades, esperanzas, motivos para volver a pensar en el futuro y para enfrentar las hondonadas de estos momentos infaustos. La cultura, con toda la fuerza de su diversidad, ha sido la gran protagonista en este reinado del COVID-19. Con festivales y ferias canceladas, con la certeza de que, por lo menos durante lo que resta de este año, serán tal vez imposible volver a los conciertos clásicos o populares, los museos, galerías de arte y teatros cerrados, la industria del cine paralizada, la artesanía sin espacio, el turismo cultural detenido, los “picoteos” de músicos, bailarines, teatristas, zanqueros, en el limbo, los gobiernos deben acudir a favor del sector con la misma prontitud con que intentan llegar a otras áreas igualmente desvalidas por la pandemia. Alemania ha proporcionado ayuda de emergencia. Gran Bretaña ha incluido al sector cultural en los 390 mil millones de dólares que ha dispuesto para préstamos y contribuciones. Italia ha creado un fondo de emergencia de 140 millones de dólares para los espectáculos audiovisuales principalmente, pero ha suspendido retenciones de impuestos para las otras áreas culturales. Francia destinó de urgencia 22 millones de euros para la música, los espectáculos, las editoras de libros y las artes visuales y para el cine tiene una subvención especial. México preparó un programa de estímulos para los artistas para que no se queden sin ingresos y un subsidio a los espacios independientes. España evalúa destinar de las ayudas que provea el Consejo Económico Europeo, el 3.2% que es el aporte de la cultura al PIB español. Ojalá el Gobierno de la República Dominicana se integre a planes similares. Sólo se necesita vocación de respaldo, conciencia del valor de la cultura y una buena dosis de sensatez financiera. La cultura es el único patrimonio que hace grande a un pueblo.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.