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La otra Penélope llega al cine

La segunda novela de Andrés L. Mateo plantea una realidad diferente a la primera, que tenía tintes autobiográficos de su paso por un colegio católico salesiano

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La otra Penélope llega al cine
Afiche de la película.

Todavía conservo aquella plaquette que contiene los poemas primeros con los que se dieron a conocer Andrés L. Mateo, Rafael Abreu Mejía y Mateo Morrison. Lo editó el Movimiento Cultural Universitario con una presentación de Héctor Amarante. En la cubierta insertaron el precio de venta: diez centavos. Andrés, entonces con 23 años, encabezaba la publicación con sus poemas “Dos historias terribles” y “Portal de un mundo”, este último título de un libro que anunciaba inédito que creo nunca publicó.

La publicación de treinta páginas, impresa en los talleres de la UASD, es de 1969, pero fue el año siguiente cuando pagamos aquellos diez cheles para comprar el folleto con los poemas de tres figuras jóvenes que comenzaban su aventura literaria con el reconocimiento que le daba ya la fama que llegaba de la capital a la provincia, digamos de los intensos e influyentes aires uasdianos de la época a la aldea donde un grupo deseaba conocerlos. Era 1970, el ámbito literario estaba dando de qué hablar con debates útiles para la proyección de la nueva literatura que estaba naciendo en medio de la proyección de los escritores sesentistas de primera y segunda generación, y en mi pueblo se estaba dando cabida a esas controversias amigables en los que terminaron siendo los célebres Coloquios de Moca que organizaban Bruno Rosario Candelier, Adriano Miguel Tejada y Juan Alberto Peña Lebrón. Yo, con veinte años, ya escribía para el Listín y una reseña del debate sobre la novela había provocado la ira de Antonio Lockward Artiles quien me dedicara un artículo en El Nacional titulado “Moca, aparta de mí este cáliz”, que muchos años más tarde ambos celebraríamos a carcajadas limpias.

Fue aquella la primera publicación de Andrés L. Mateo, quien abandonaría la poesía –hueco celeste de aquella época bravía y sentimental de la posguerra, en la que todos, unos más, otros menos, abrevábamos- para iniciar su andadura por la narrativa, publicando diez años después de la plaquette mencionada “Pisar los dedos de Dios”, que fue su primera novela y su primer libro formal. De aquel folleto tripartito hace cincuenta años (¡carajo!), y de su primera novela, cuarenta. Marcio Veloz Maggiolo que la prologaba destacaba dos aspectos: primero, que “Pisar los dedos de Dios” era “la primera novela dominicana hecha desde un punto de vista totalmente psicológico”, y segundo, que “los aires de una constante fluencia poética” convertían la novela de Andrés en “una pequeña joya de la literatura dominicana”. El maestro le daba lugar de primacía a esta novela en un renglón específico y destacaba su hechura poética. Andrés, por tanto, no había abandonado la poesía. Tal vez nunca la echó al cesto. Sólo la cambió de uso y la ingresó al cuerpo de toda su novelística, corta y espaciada, como parte de un ensamblaje argumental signado por las metáforas de rigurosa configuración que habrían de establecerse en la rica exposición de toda su obra narrativa. Lo que observó Veloz Maggiolo en la primera novela sería una constante en las otras tres (Anotemos que Andrés publicaría su segunda novela tres años después de la primera; la tercera diez años después de la segunda: y la cuarta quince años después de la tercera).

“La otra Penélope”, su segunda novela, plantea una realidad diferente a la primera, que tenía tintes autobiográficos de su paso por un colegio católico salesiano. En esta novela que se da a conocer en 1982, luego de haber obtenido el año anterior el premio nacional en su género, el narrador se adentra en los intersticios dolorosos y crueles del “viento frío” de la posguerra que había dejado secuelas sensibles que se ahondaban en la persecución y el exterminio, prohijado entonces por las autoridades de turno, de los combatientes heridos por la pérdida y perseguidos por la muerte, y que creaba una realidad dura, una vivencial atadura a esquemas y resabios difíciles de frenar, que concluían en una secuela de acechanzas y temores. El narrador se interna en una realidad feroz y acuciante, desmadeja sus trasuntos, sus sombrías veleidades, tras el trasfondo de una mujer liviana que “puteó” sus sueños y “clavó alfileritos plateados” en su cuerpo. Alba Besonia es una paráfrasis de la muerte, de los sueños rotos, de las tesis vencidas “cuando la belleza se alía con la celada y la desesperanza”. El narrador la contrae contra sí mismo, se extasía en sus encantos, sale tras ella contra toda sospecha, la persigue como algo “inalcanzable y huyente”. Alba Besonia es la fugacidad del instante, el rostro de una realidad ungida de desechos: los que se instalaron en el pasado y los que se escurrían entre las máscaras de aquel presente inaudito.

Ella, como todo lo demás, es derrota. Álvaro Pascual, Feliz Marcel, Alba Besonia, el sicario Latorre, masoquista de toma y daca, infame servil del crimen y la maldad en sus más oscuros laberintos. Y lo es también el Roxy Bar –asiento de mutilados-, y la misma vía de El Conde, “maldita calle de decencia y hastío” en aquellos años agrios y turbios. Alba Besonia, empero, crea un contraste estremecedor entre su deseo, sus batallas interiores, su desventura, su aproximación a la muerte y su carnalidad ultrajada por la truhanada costumbre de Latorre. Ella, que como la describe el narrador, “era una mujer cuyos gestos y reacciones tenían que ser deducidos del juego y rejuego de lo que quería olvidar”. La “estación del recuerdo”, esa memoria que lastima y se encarama sobre los instintos y las torpes maquinaciones de un presente que el pasado ensombrece, “traza un círculo a la verdad perdida”. Es la historia del 65, la propia del narrador, la múltiple de los narradores anónimos que nunca pudieron contarla de ese modo, y es la historia del 66 y su secuela de años hastiantes que cercenaron los ideales y sus humanas representaciones.

La Penélope de Andrés L. Mateo es una historia poética, la poesía camina a gusto y disgusto sobre sus trances, sobre sus rutas. Con una descripción cinematográfica, el narrador hace que los tropos cabalguen brillantes y certeros sobre una prosa cálida, fervorosa y sapiente. Una misiva de Alba Besonia a Feliz Marcel, sobreponiendo al texto su savia brutal, se torna clave en todo el movimiento narrativo. Una carta sobrecogedora que marca la novela en su justo centro, y la encauza. Perra vida la de Alba Besonia, caray. Perra vida la de la muerte y sus silencios. Andrés L. Mateo escribió entonces una novela poética, de vibrantes matices, de una belleza textual admirable en medio de la tragedia que narra. A mi juicio, una de las mejores novelas dominicanas, algo que se ha dicho pocas veces, si acaso se ha dicho. Yo lo subrayo. Andrés L. Mateo, que se inició literariamente con la poesía, siguió su andar con cuatro novelas valiosas, y entre unas y otras, se convirtió en uno de los mejores ensayistas dominicanos de cualquier época. Ahora que de sus cuatro novelas cinematográficas, “La otra Penélope” se lleva al cine, hemos de festejar este maridaje entre cine y novela, entre la narrativa dominicana que busca –aunque no sea su objetivo- espacio en el boom del cine dominicano. Y, entre ambos, la poesía del relato y el poema que un filme bien llevado puede producir sobre el texto del narrador. Celebremos este paso importante en el cine nacional y releamos a Andrés L. Mateo, a su Alfonsina Bairán, a su ite missa est, a la adúltera y su violín, a su Penélope suicidada por los golpes del desamor y los baldíos de su existencia.

La adaptación cinematográfica de “La otra Penélope” ha sido dirigida por Bladimir Abud, con guion de Álvaro Collar. Actúan en la misma, entre otros: Frank Perozo, Massiel Taveras, Mariela Encarnación, Richard Douglas, Amaury Pérez, Francis Cruz, Shalín Ortíz y Miguel Angel Martínez.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.