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La palabra cantada

La historia musical dominicana se ha levantado con la creación de composiciones que, al tiempo de viajar por otros lares con merecido reconocimiento, se han nutrido de significativas virtudes para llenar, con su contenido, el alma nacional. Es así como el ser dominicano ha construido con su palabra cantada el argumento de la ternura, el hechizo de la pasión, la ofrenda del desconsuelo y los agravios del desencuentro.

La palabra cantada dominicana ha descrito por décadas, por tiempos que parecen siglos, las excelencias de la mujer amada, el encanto furtivo de un beso, el preludio de un momento que se sueña, que se prende en el corazón resaltando la magia del acto amatorio, del sublime instante de la aventura que el amor genera, la vertebradura del ensueño y la caricia. Bolero, balada, criolla, merengue, bolemengue, salsa, bachata, son montuno, pachanga, rock, jazz y hasta góspel: la composición dominicana es una epopeya delirante. Letra y música, escritura y voz de un desafío vital, de un recorrido vigoroso que ha herido las épocas con su queja de amor y desengaño, con su ritual de poesía y canción, con su discurso de ilusión y abandono.

El paraíso soñado de Manuel Sánchez Acosta, la mágica urdimbre del amor que la letra de Bullumba Landestoy describe, el trajín de un juglar incesante que a media voz designa la vocación sempiterna del amor como Juan Lockward, la saga romántica de Luis Kalaff, el peregrinaje amoroso de Bienvenido Brens, las vocales que inspiran la genialidad de Mario de Jesús, la belleza lírica de las canciones de Cheo Zorrilla, la celebridad del magisterio ensoñador de Luis Rivera, el delirante embeleso de Manuel Troncoso, la maestría clásica de Rafael Solano, son momentos históricos de la trayectoria de la canción dominicana y el aporte vitalizador a la historia toda de la canción continental.

Y con ellos, otros muchos que ayudaron a construir nuestra canción desde la soledad y desde la fiesta de la pasión, desde la voz que describe oleadas de evocaciones, matices, romances bajo la luna, serenatas, dilemas, sortilegios y derroches. Y en el centro, honrando la danza nacional por excelencia, el grito de batalla de aires navideños que reclama el rito del momento, o lluvias de café, acompañadas de yuca y miel, que cual manjar de dioses propician el clímax de andaduras de marolas, la promesa que se coloca sobre la mesita de noche, la ciudad que se vive desde el corazón o la isla que se devora con la amada, una y otra vez. Aquí quedan sus nombres grabados, junto a los mencionados, edificadores de un orden musical y amoroso que no debería quebrarse nunca, que nunca debería morir.

Mañana sábado, cuando la noche está abierta ya al ensueño y al recuerdo, se presentará la Antología de la Música Popular Dominicana: una selección de un grupo de notables compositores que han cantado al país, con amor desgarrador, pero también con espíritu festivo. Como antología que es, se quedan voces sin escuchar, sonidos sin tocar, versos sin saborear. La canción dominicana es tan nutrida y extensa que no es posible abarcar en una sola noche todas sus palabras de viento y sal, destellos relumbrantes de una casa común envuelta en las delicias del cariño y en la fiesta innombrable del amor.

Esta vez son sólo cincuenta compositores. Que son bastantes. Pero, hay muchos más. Todos, contribuyentes eficaces y dignos de la nobleza de la canción dominicana: nobleza de sangre que se queda sobre el tintero y el pentagrama para proclamar una querencia, un requiebro, un trajinar de deseo, un corazón enamorado, una vivencia citadina, una primavera para el mundo, un juego de palabras entre fusones y guitarras bohemias.

Será una gran oportunidad para escuchar nuestra palabra cantada. En las voces de Maridalia Hernández, Cecilia García y Danny Rivera se convierten en concierto de amor, y como corolario de este gran encuentro de la canción dominicana, recordar y reconocer la trayectoria de otro inmortal, Johnny Ventura. Una filarmónica y un coro de niños completarán el programa que promete ser una de las mejores acciones artísticas del año, en momento y época que discurre con las múltiples interrogantes de si lo que ofrece este tiempo es entretenimiento, rebelión de la marginalidad o sonidos que llaman al exterminio del verso bien escrito, de la lírica romántica y de las voces del sentimiento y la pasión.

La canción dominicana, contrario a lo que muchos creen, caminó por muchos países y fue interpretada por voces de extraordinario prestigio internacional. En la época de oro del bolero, ciertamente México, Cuba, Puerto Rico, Venezuela, tomaron las riendas y los grandes intérpretes de esas naciones, tan ricas musicalmente, ofrendaron sus voces para que sus compositores llegaran a todos los rincones de Latinoamérica. Luis Miguel, quizá el último gran cantante romántico y bolerista del continente, reabrió esas puertas de amor y desamor, y mostró a las generaciones distantes a aquellas de los cincuenta y sesenta, la construcción de esas canciones realizadas por los compositores inmortales de época tan sin igual. La válvula parece haber cerrado, pero la canción latinoamericana le debe a ese astro insustituible que tuviese el valor –la voz, el estilo, la pasión- para recoger las letras y notas románticas que signaron a varias generaciones.

Pero, entre esas canciones interpretadas por el cantante mexicano, nacido en Puerto Rico, estuvo la composición del dominicano Mario de Jesús, un petromacorisano que fue cronista de arte en el diario La Nación y que, contrario a lo que se ha dicho, no hizo fama en México, sino que llegó a la capital azteca desde Nueva York en la década del cincuenta siendo ya muy conocido porque sus composiciones habían sido grabadas por artistas de la talla de Alfredo Sadel, Virginia López, Víctor Hugo Ayala, Raúl Marrero, entre otros. Luego, fue suceso cuando grabaron sus temas estos grandes: Lucho Gatica –en el top de la popularidad entonces- Antonio Prieto, María Luisa Landín, Carmen Delia Dipini, Antonio Machín, Libertad Lamarque, Javier Solís, Marco Antonio Muñíz, Felipe Pirela, Olga Guillot, Roberto Yanés, Fernando Albuerne, los Hermanos Arriagada, hasta que su canción llegó en tiempos más recientes en las voces de Julio Iglesias, Plácido Domingo, Vicky Carr y Luis Miguel. Ningún otro compositor dominicano ha sido grabado por tantas voces famosas como Mario de Jesús, quien con su bolero Y, dado a conocer en 1960, obtuvo más de 200 versiones discográficas.

Pero, Mario de Jesús no ha sido el único. Otros compositores dominicanos alcanzaron la cima cuando sus canciones fueron interpretadas por artistas internacionales de gran raigambre. Ahí están los ejemplos de Fernando Arias, Bienvenido Brens, Armando Cabrera, José Dolores Cerón, Aníbal de Peña, Palmer Hernández, Manuel Jiménez, Luis Kalaff, Bullumba Landestoy, Leonor Porcella de Brea, Luis Rivera, Manuel Sánchez Acosta, Cheo Zorrilla, Víctor Víctor, Moisés Zouain, Manuel Troncoso, Rafael Solano y Juan Luis Guerra. Corrió nuestra canción en las carreras de fondo del arte latinoamericano, y esta es la esencia de lo que disfrutaremos mañana en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito: reencontrarnos con las creaciones de los grandes compositores de la canción dominicana, a la que han de faltar, sin duda, a algunos nombres y algunos temas inolvidables y legendarios, pero se trata de una antología, por tanto de una selección representativa de nuestra música popular. Que la noche de este sábado sea recordada por todos los que asistan, gracias a los compositores reunidos en esta antología que reescribieron, desde sus letras y desde sus pentagramas, el país de todos.

En el 85º aniversario de Compadre

Pedro Juan.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.