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Poesía
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La poesía nacida en Moca: cuarenta años después (2 de 3)

Tres años después de la publicación de la antología de Pedro René Contín Aybar (1969), Manuel Rueda y Lupo Hernández Rueda publican el primer tomo de su Antología Panorámica de la Poesía Dominicana Contemporánea (1912-1962), donde volverán de nuevo a brillar las voces de la poética mocana (1972). Aparecerá Aída y surgirá Manuel Valerio, un poeta de nuestra patria chica completamente olvidado hoy y cuya obra es de enorme calidad. Valerio hizo magisterio poético y cultural en Santo Domingo, formando grupos que movilizaban la cultura en sectores capitalinos y reuniendo en torno a él, en tertulias realizadas en su casa, a poetas de la talla de Juan Sánchez Lamouth, Rafael Lara Cintrón y Ramón Francisco. Se trasladó luego a vivir a Puerto Rico y regresó a Santo Domingo para morir en 1979, a los 61 años de edad.

La antología de Rueda y Lupo no completó su ciclo con un segundo tomo por razones particulares, pero Manuel Rueda retomó la tarea veinte y siete años después publicando cuatro volúmenes de poesía y prosa de su Antología Mayor de la Literatura Dominicana, siglos XIX y XX (1999), y ahí incluyó en el tomo dos de nuevo a Manuel Valerio y a Aída Cartagena, agregando a Juan Alberto Peña Lebrón.

Pero, veintidós años antes de la Antología Mayor de Rueda, en 1977, Julio Jaime Julia publica su Antología de Poetas Mocanos, que vendrá a ser no solo la primera muestra formal y pública de la poesía de la mocanidad, sino la primera antología poética de provincia que se publicaba en la República Dominicana. La obra es, por tanto, de especial significación en el contexto de la literatura local y en el ámbito nacional. Un total de trece autores mocanos fueron incluidos por Julio Jaime en su selección: Raúl Cabrera, Gabriel A. Morillo, Pedro Ciprián del Rosario, J. Onésimo Polanco, José Bretón, Octavio Guzmán Carretero, Víctor Lulo Guzmán, Aída Cartagena Portalatín, Estela Rojas Garrido, Pura Dolores Tejada, Juan Alberto Peña Lebrón, José Antonio Viñas Cáceres y Darío Bencosme Báez. Es de extrañar que Julio Jaime no incluyese a Manuel Valerio, un poeta importante que aunque hizo su labor poética en Santo Domingo, nació y creció en Moca, aquí realizó sus estudios primarios y secundarios, y como muchos de nosotros, partió hacia Santo Domingo en búsqueda de nuevos horizontes. De todos modos, es la antología de Julio Jaime Julia la que otorga el valor que le corresponde en la historia de la literatura dominicana a la poesía de autores mocanos, labor que este ilustre intelectual, forjador de cultura, completaría once años después con su Nueva Antología de Poetas Mocanos (1988), donde incluiría a veintidós voces del parnaso local. En total, con esos dos volúmenes, Julio Jaime otorgó presencia y aliento a un total de treinta y cinco poetas mocanos y comenzó a surcar el camino de las antologías provincianas que, hasta ese momento, no existían en la bibliografía dominicana. Su obra fue, pues, trascendente y aportadora, en tanto abrió caminos de conocimiento y proyección a la poesía mocana, al tiempo que de valor histórico por su labor pionera.

Tuve el honor de que don Julio, me escogiese para escribir el prólogo de su antología. Han transcurrido cuatro décadas de esta publicación en la que, en su introducción, luego de evaluar a cada uno de los poetas seleccionados, yo concluía mis palabras del modo siguiente:

Esta es nuestra poesía y estos, nuestros poetas.

Representan épocas diversas de una Moca que hizo, años atrás, de la cultura el patrimonio más hermoso de nuestro pueblo.

El ejemplo de ellos está ahí. Queda mostrado a las presentes como a las futuras generaciones, en un digno reconocimiento cuya paternidad corresponde a otro mocano ilustre, a uno que como el brillantísimo intelectual Julio Jaime Julia se ha mantenido invariable en su conducta de enaltecer a las figuras más nobles de la cultura mocana.

Julio Jaime Julia, a quien habrá de reconocérsele algún día el laborioso rol de investigador y recopilador de excelentes cualidades y méritos, en solo provecho de la cultura nacional, es el que recibe hoy con mayor satisfacción la exposición de los grandes valores de nuestra poesía provinciana. La patria chica, y la grande, a largo plazo, sabrán en su tiempo oportuno brindarle sus respetos y gratitud.

Que valgan pues estas palabras para estampar la máxima de que el poeta nunca canta en vano. “Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo”, decía Neruda. Necesitamos colmar de expresiones y vivencias poéticas los caminos de nuestro terruño aletargado por tantos silencios y angustias. Que resuenen todas las voces en un conglomerado como el nuestro necesitado de luces que hagan espléndida y digna la tradición cultural del país.

Cuarenta años después de la primera antología de poetas mocanos, sale a la luz Voces de una tradición renovada, que comprende a poetas mocanos surgidos en el presente siglo; un libro que a su vez contiene un merecido homenaje para el poeta mocano, nacido en Estero Hondo (aquí podría aplicarse el dicho del beisbolista dominicano que al nacer en Estados Unidos quisieron negarle la oportunidad de representar al país de sus orígenes: los mocanos nacen donde les da la gana), Juan Alberto Peña Lebrón, distinguido miembro de la denominada Generación del 48, que a sus 88 años de edad celebra setenta años de haberse iniciado en el oficio de la poesía, pues justamente en 1948 empezó la publicación de sus poemas –bajo el nombre entonces de Agripino Peña Lebrón- en la famosa página de “Colaboración escolar” que publicaba la dominicana de origen segoviano María Ugarte en el diario El Caribe.

Dieciocho poetas, surgidos después del inicio del presente siglo en la villa mocana, forman el presente volumen conmemorativo de dos importantes efemérides de la historia literaria de nuestra comunidad: los cuarenta años de publicación de la primera antología de poetas mocanos y el setenta aniversario del inicio de la carrera literaria de Peña Lebrón, quien cinco años más tarde publicaría su libro Órbita Inviolable (1953).

La muestra se abre con Rosalba Escaño que notifica los quebrantos de un desencuentro en poemas que orillan el requiebro. Está llamada a solidificar un ejercicio que, en sus manos, luce prometedor. Le sigue Leoni Disla, de origen francomacorisano pero que ha realizado su quehacer literario en Moca. Quizás sea bueno dejar constancia que, por alguna razón tal vez inexplicable, Disla se ha establecido en una tierra que antes fue poseedora del terruño donde nació a la vida. Valdría recordar que en 1885, cuando en el gobierno de Alejandro Woss y Gil se funda la provincia Espaillat como un desprendimiento de la provincia de La Vega, la misma fue constituida por las entonces comunas de San Francisco de Macorís, San Antonio del Yuna, Matanzas (hoy perteneciente a Nagua) y el cantón de Juana Núñez, hoy la ciudad de Salcedo. Conozco a este poeta por un libro formidable Letanías de un suicidio (2012). Por este libro y los poemas insertados en esta selección, Disla anticipa una poesía construida sobre los fuertes muros de una paciente orfebrería. La poesía parece ser en él un haber explorado con certezas y alientos consolidados desde una apacible serenidad, desde una estable sublevación, dejando que el verso se convierta en un instrumento donde se enseñorea el ajuar de los cuestionamientos y el incendio de las pruebas. Disla está llamado a ser, desde hace rato, uno de los poetas importantes del actual siglo dominicano.

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