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La poesía nacida en Moca: cuarenta años después (1 de 3)

La poesía en Moca tuvo siempre destacados cultores. Quiero decir, siempre en Moca se ha cultivado la poesía desde épocas lejanas. Tiempos hubo en que los poetas locales eran reconocidos por la gente del pueblo. Aristócratas, profesionales, estudiantes, la gente sencilla y modesta, valoraba a los hombres y mujeres que se dedicaban al oficio poético. Todos sabían en Moca dónde vivía Gabriel Morillo, por ejemplo. La sociedad le rendía respeto a aquel hombre humilde que tenía su estancia solariega en la calle Colón con sus hijos de nombres patrios y que se mantuvo fiel a su derrotero de poeta comarcal.

Víctor Lulo Guzmán, para conocer otro caso, era una poesía andante. La poesía caminaba con él. Vivía en él. Conversando en el ambigú del Club Recreativo o a la sombra del samán del parque Cáceres, el decir poético le brotaba espontáneo. Y escucharlo, como le escuché tantas veces, declamar sus propios poemas, era una fiesta. Varios de sus poemas los recuerdo aún intactos, pues los recitaba de memoria en más de un convite de aquellos inolvidables años sesenta, sobre todo Hay que tener un norte, y su romántico El árbol de tu boca al que el maestro Luis Ovalles puso música para convertirlo en canción popular.

Pero, fueron pocos, muy pocos, los poetas mocanos que lograron que su poesía trascendiera más allá del lar provinciano. Los poetas transmitían sus legados de forma oral y muy raras veces pudieron ver sus obras publicadas, pues no existían entonces medios para hacer viable este propósito. Aquellos que lograron publicar en libro sus poemarios, lo hicieron con pocos ejemplares que ya el tiempo ha borrado. Por esta situación el conocimiento de las obras de estos creadores poéticos, en casi todos los casos, fue muy fragmentario.

En 1942, Iván Alfonseca publica una interesante antología (entonces, esta labor no era frecuente) donde comienzan a aparecer los poetas mocanos. Tal vez sea esta la primera selección poética donde se reconoce a la poesía nacida en Moca. Su Antología Biográfica, que subtituló La juventud de Santo Domingo en la poesía contemporánea 1924-1942 (Editorial Claridad, Buenos Aires, 1942), incluía a tres poetas nativos de Moca. De un total de sesenta y un poetas, tres eran mocanos: Octavio Guzmán Carretero, Aída Cartagena Portalatín y Víctor Lulo Guzmán. Ya Cachón Guzmán Carretero había dado a la luz Solazo tres años antes (1939), en la editorial El Diario de Santiago de los Caballeros. Tenía veinticuatro años de edad. Fue su único libro. Murió joven, cuando iba a cumplir treinta y tres años. Empero, con ese solo libro Iván Alfonseca ya lo llamaba en su famosa antología “poeta exquisito y de alto valor dentro del movimiento de la poesía contemporánea dominicana” y agregaba que él era “de los pocos que están a la cabeza en el desarrollo de la moderna poesía americana”. Solazo no volvería a ser publicado hasta treinta y seis años después, por iniciativa del Ateneo de Moca que dirigía Adriano Miguel Tejada (Impresora Arte y Cine, 1975) con comentarios preliminares de Marcio Veloz Maggiolo, Héctor Incháustegui Cabral y Aída Cartagena Portalatín. El poeta mocano Carlos Pérez hizo una nueva edición, diez años después, con motivo de los setenta años de nacimiento de Tavito Guzmán Carretero y el primer centenario de la provincia Espaillat (Editora Universitaria UASD, 1985).

Aída tenía veintisiete años cuando su nombre aparece en la antología de Alfonseca. No había publicado libros aún, pero ya era muy conocida porque estaba activa en el oficio desde los quince años, publicando bajo el seudónimo Lirio del Valle en los principales medios periodísticos del país, Listín Diario, La Nación, Ecos, y en muy difundidas publicaciones de Cuba y Ecuador, como Carteles, Bohemia, Vanidades, Guayaquil Literario. Cuando sale la antología de Alfonseca ella aún residía en Moca donde era una activista cultural de primer orden en la sociedad cultural Lumen y en el Grupo América.

Víctor Lulo Guzmán tenía veintiséis años cuando aparece en esta selección, junto a los otros dos mocanos ya citados. No publicó nunca libros y su poesía fue dada a conocer en Listín Diario y en el semanario Enriquillo, de Moca. Toda su fama de poeta le vino de estas publicaciones, a un nivel de que se le llegó a considerar como el poeta joven más importante durante las décadas de los treinta y cuarenta. Consignemos que inició su labor poética a los diecinueve años de edad con la publicación de su poema A Don Quijote en el ya indicado semanario Enriquillo que, al decir de Julio Jaime Julia fue “su tribuna lírica y su atalaya emocional”.

Estos son pues los tres primeros poetas mocanos que aparecen en una antología nacional, donde figuraron también otros grandes nombres de la poética dominicana como Tomás Hernández Franco, Manuel Cabral (todavía sin el “del”), Franklin Mieses Burgos, Héctor J. Díaz, Héctor Incháustegui Cabral, Francisco Domínguez Charro, Pedro Mir, Rubén Suro, Carmen Natalia y Mariano Lebrón Saviñón, entre otros.

Dos años después de la publicación de la Antología Biográfica de Iván Alfonseca, y con motivo de la conmemoración del centenario de la República, en 1944, el republicano español exiliado en Santo Domingo, Vicente Llorens, da a conocer en dos volúmenes –poesía y prosa- una antología que cubría desde la proclama de la Independencia (1844) hasta el año de la conmemoración aludida (1944). La obra, que solo se reeditaría cuarenta años después en la colección de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos (1984), aunque valiosa, no recoge a los autores anteriores al periodo independentista ni a los autores de la época en que se publicó esta obra. Solo recoge producciones de poetas fallecidos, lo que la convierte en una antología póstuma, muy deficiente y parcial. Probablemente, Llorens eliminando la parte colonial y preindependentista, bajo la razonable observación de que solo debían abarcarse los poetas enmarcados en los cien años de vida de la República, también suprimía a los poetas de la época que tenían ya una abierta resistencia al régimen, dentro o fuera del país.

Nueve años después de la antología de Llorens, el poeta Antonio Fernández Spencer publica en Madrid su antología Nueva Poesía Dominicana (1953) que apenas cubriría a nueve poetas, incluyendo al propio antologador. Y dieciséis años más tarde, el crítico Pedro René Contín Aybar da a la luz su antología Poesía Dominicana (1969) en la colección Pensamiento Dominicano de Julio Postigo. Esta obra abarca fundamentalmente a poetas nacidos entre 1845 y 1900, pero dedica una breve sección a poetas nacidos en el siglo veinte. Estas dos selecciones poéticas no incluyen, como la parcial de Llorens, a poetas nacidos en Moca, a pesar de que ya Iván Alfonseca lo había hecho veinticinco años antes con respecto a la de Contín. Este último ignora, en el “Paréntesis Femenino” que inserta en su obra –una insólita segregación que no tenía razón de ser presentada de esa forma, como si su selección fuese exclusivamente masculina y las poetas fueron tan solo eso, un paréntesis, una excepcionalidad- a Aída Cartagena Portalatín que ya había publicado sus poemarios Víspera del sueño (1944), Del sueño al mundo (1945), Mi mundo el mar (1953), Una mujer está sola (1955), La voz desatada (1962), y La tierra escrita (1967). O sea, al momento de Contín Aybar publicar su antología, Aída ya había hecho su obra poética fundamental y era una poeta asentada en las lides literarias del país, con una activa presencia en la academia universitaria. Contín no solo la ignoró sino que privilegió otras voces femeninas menores en su antología. Aída bien cabía en la selección que hizo el entonces principal crítico literario del país de poetas nacidos en el siglo veinte, pues la poeta mocana había nacido en 1918. Contín publicó antes una Antología Poética Dominicana (1945).

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