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Redes Sociales
Cambio climático
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La reescritura del contrato social

Cuando estos movimientos estallan, las elites y las autoridades sienten pavor.

Cuentan que se llama Gladeline Rapozo. Y que produce un programa online en YouTube que se llama “Duck Tape”, la cinta adhesiva o pegante que es conocida como “cinta pato”. Dicen que ella fue quien motivó –sin soñar siquiera sus efectos- que los jóvenes marcharan hacia la Plaza de la Bandera y del Soldado Desconocido (que, por cierto, así es como se denomina oficialmente el lugar).

Había pasado apenas una hora después del desalentador fracaso electoral del 16F. Gladeline tuiteó: “¿Quién es que va a convocar la huelga frente a la Junta Central Electoral a exigirles su renuncia?”. Comenzaron los likes y las repeticiones. Vinieron prontamente las adhesiones, y llegaron los primeros. Y, luego, los segundos. Y, a la tercera fue la avalancha. No sólo la plaza se desbordó en una especie de alucinación patriótica –banderas, himnos, carteles originalísimos- sino que la ola se fue extendiendo a las ciudades, a la diáspora –de New York a París, de Toronto a Holanda-, al monumento santiaguero, a los centros comerciales. Revolución de los popis, dijeron. Cuando se insubordina la alta burguesía, los cimientos tiemblan. El cacerolazo fue un formato adicional que en los residenciales y en los condominios de clase media alta tocó las alturas, y en los barrios, donde están los humildes, los del montón salidos, tocó las calles, en desfile de fiesta cívica, protestataria. Unidad en la diversidad.

El plantón anti-Junta asimilaba otras acciones similares realizadas en distintas partes del mundo, donde los millennials y posmilénicos han sido la fuente inspiradora, utilizando las redes sociales. Occupy Wall Street se desencadenó por un blog de una revista canadiense y Twitter e Instagram hicieron el resto. Durante nueve semanas, la histórica acampada del Zuccotti Park de New York, en pleno distrito financiero, mantuvo una extensa protesta contra la desigualdad social y económica. Como la Primavera Árabe, que acababa de ocurrir, nadie previó los efectos y la trascendencia del Occupy. La protesta en los países árabes, desencadenada cuando un bonzo vendedor de frutas se prendió fuego, fue represaliada con brutalidad por algunos gobiernos, pero en la mayoría conquistó sus objetivos. Como estos tres casos (el dominicano incluido), otros movimientos reivindicativos han tenido como fuentes las redes sociales. El Black Lives Matter, en defensa de la comunidad afroestadounidense, nació producto de un hashtag que llevaba ese título. Aún se mantiene como un movimiento global. Idle No More, nacido por el mismo año de 2012, surgió para defender a los aborígenes canadienses, fundado por cuatro mujeres nativas, bajo el regazo de las redes sociales. El movimiento de los Dreamers, las sentadas de Greta Thunberg frente al parlamento sueco y su discurso de defensa radical a favor del medioambiente, la irreverente música de las Pussy Riot que desafiaron el autoritarismo de Vladimir Putin en Rusia, son ejemplos del activismo social que, gracias a las redes, se ha extendido por todo el mundo.

El motivo central es la desesperanza, a causa de las insatisfacciones sociales, los actos de corrupción gubernativos, la ausencia de libertades, los frenos a la expresión libre, los chascos políticos, las desvergüenzas partidarias, las constipaciones dirigenciales, el acaloramiento que generan los exhibicionismos de prosperidad a causa de acciones non sancta. Rebecca Solnit, una activista norteamericana por los derechos humanos, cree que el motivo básico debe ser la esperanza. “La esperanza es un regalo al que no tienes que renunciar, un poder del que no tienes que deshacerte”. El poder popular que se expresa en estos movimientos sociales constituye un profundo motor de cambio. Los gobernantes viven momentos de pesadilla en una época, como la actual, donde las acampadas, las sentadas, los desfiles y plantones buscan transformaciones vitales que no pudieron ser previstos. No significa que todos estos movimientos arribarán al éxito. No todas las metas se cumplen, por lo menos en lo inmediato. Algunas acciones tardan años en lograr sus objetivos. La desobediencia civil de Martin Luther King estuvo inspirada en la de Ghandi, que a su vez se inspiró en las de Tolstói y en los actos radicales de no cooperación y sabotaje de las sufragistas británicas, según nos enseña Solnit. Es una cadena que va enhebrando ideas y hechos a través de décadas y siglos. “Ideas que en un primer momento fueron consideradas escandalosas, ridículas y extremas se van convirtiendo gradualmente en lo que la gente piensa que siempre ha creído”. Quiérase o no, aunque los gobernantes se hagan los suecos, las fuerzas idealistas que están en marcha en el mundo tienen un poder inmenso, porque están mostrando las heridas visibles del cuerpo social, insistiendo en que sean sanadas con urgencia para evitar males mayores. Cuando las instituciones fallan, cuando no dan respuestas convincentes, cuando personas con formación ética y religiosa comienzan a falsear la realidad, o a ocultarla, el estallido social se va incubando hasta hacer aguas más rápido de lo que pueda preverse. Por eso, estos movimientos son llamados a la esperanza, no a la desesperanza. “Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca perder la esperanza infinita”, en la afirmación de Luther King.

Cuando estos movimientos estallan, las elites y las autoridades sienten pavor. Prefieren los silencios, los miedos, las obtemperancias, a los papanatas, a los parcos, a los páparos. Claman prudencia, reclaman moderación, corren a reunirse con todas las instancias bellacas. Empero, el reclamo que exigen las instancias del poder popular, independientemente de las formas que adopten en la protesta, es la reescritura del contrato social, un nuevo pliego legal que garantice derechos y soberanías, pero al mismo tiempo que detenga los desaguisados, los insumos del odio y el estercolero que ha ido arropando a casi toda la sociedad. Hoy, las hogueras de los levantamientos sociales las encienden el activismo de las redes que son las que instan a la desobediencia civil ante el intenso deseo de justicia y libertad.

En este campo, casi siempre la política sigue detrás de la cultura, y mucha gente no repara en ello. La cultura juega un rol desencadenante. ¿Acaso Juan Pablo Duarte desde La Dramática no incentivó la independencia dominicana, mediante la representación teatral? ¿Acaso Václav Havel, a través de su dramaturgia, no logró la liberación de Checoeslovaquia como satélite soviético, hasta alcanzar luego la presidencia de la República? ¿Ray Bradbury, que fundara en 1964 el teatro Pandemonium, no fue el detonante de una resurrección norteamericana con su novela distópica “Fahrenheit 451” que en los años cincuenta y sesenta alertó sobre el conformismo y la desigualdad? ¿Edward Abbey, gracias a su novela “La banda de la tenaza” no contribuyó a desencadenar el nacimiento de la organización medioambiental Earth First!? ¿El grupo Mujeres en Huelga por la Paz, con sus cantatas y recitales poéticos, no consiguió desde Estados Unidos que se suscribiera el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares, en 1963? El camino a la política es, a menudo, a través de la cultura. Porque, al fin y al cabo, es la política la que ha de ordenar y atender los desalientos y las esperanzas de los movimientos sociales, la que ha de reescribir el contrato social que exige el mundo y al que República Dominicana se acaba de adherir, alegre y pujante, con los trascendentes plantones y cacerolazos de las dos últimas semanas de febrero 2020. Fue la banda checa The Plastic People of the Universe la que obligó a producir la Carta 77 que cambió el destino de su patria. El rock and roll modificó las tradiciones norteamericanas, a la vez que paradójicamente las enriqueció, y esta es solo una muestra de lo que la música ha hecho en la transformación de la humanidad como maquinaria liberadora. Hoy día, el reggaetón, como antes el hip hop, han creado una cultura liberacionista que todavía muchos no comprenden. Las pintadas, los graffitis, la danza callejera, son vibraciones de la cultura que anunciaron, y siguen anunciando, una nueva era. La literatura, de Cervantes a Ginsberg, del Quijote manchego al Aullido de la Generación Beat, desde Whitman hasta Thoreau, desde Sartre hasta George Steiner, ha sido siempre detonante, porque “nadie tiene más esperanza que un escritor, nadie apuesta más alto”. La cultura en la política ha escrito las letras de una música que dice que esta era está acabando o que, tal vez, ya concluyó. La reescritura del contrato social, pues, no puede tardar.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.