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Zino Olivetti
Zino Olivetti

Las Anotaciones de Zino Olivetti

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Las Anotaciones de Zino Olivetti

Joan Sardá -un enigmático sujeto que dice tener parentela conmigo- ha vuelto a contactarme. Vía buzón electrónico me ha enviado unos papeles que afirma haber hallado en sus exploraciones documentales. Contienen anotaciones, a manera de diario discontinuo, de un trotamundos italiano, Zino Olivetti, quien habría visitado Santo Domingo al cierre de los años 20 del siglo pasado. El tipo, al parecer, recibió grata impresión del país y su gente, a la que halló extrovertida y hospitalaria en grado extremo, casi ingenua en su trato con el extraño. Tras meditarlo, decidí compartir los apuntes de Olivetti, ordenándolos un poco, para mejor intelección del lector.

El hombre se movió como pez en el agua, valiéndose de las redes de italianos que operaban hoteles, joyerías y otras casas comerciales en las principales ciudades dominicanas. En la capital se quedó en el Gran Hotel Colombia (anterior Hotel Fausto Anexo), ubicado en Hostos y Billini, frente a la plazoleta Duarte, a pocos pasos de las principales arterias comerciales, oficinas gubernamentales y sitios de interés histórico. Recibiendo esmerada atención de su propietaria, la gentil señora Casabianca.

Por alguna razón que desconozco, nuestro visitante pronto se trasladó a Santiago, alojándose en el Hotel Mercedes, inaugurado a finales de 1929, propiedad de los peninsulares Gabriel y Francisco Robledo García. Llegó un viernes a este confortable hospedaje -también llamado boarding-, un lugar ideal para tomar el pulso a la dinámica urbe del Cibao, la región más rica de la república reputada por sus excelentes vegas tabacaleras.

En 1936 funcionaría la emisora HI9B, “Broadcasting del Hotel Mercedes” y en los 50 sería regenteado por el italiano José Riggio Schiffino.

En sus salones, conoció Olivetti a la norteamericana Eleanor Meerkins, quien recogía datos para un libro sobre las islas del Caribe. Al comerciante Manuel Marichal, procedente de Montecristi. Al dinámico periodista Opinio Álvarez Mainardi, editor de la revista Cromos, quien dirigiría La Palabra y la Sociedad Dominicana de Prensa. En gestiones de negocios, encontró a su compatriota Antonio Barletta, empresario importador radicado en Santo Domingo, hermano de Amadeo Barletta, representante de General Motors.

Otro huésped que contactó Zino en el Hotel Mercedes se identificó en su tarjeta personal como L. Pardo, cónsul de Noruega y comisionista, agente de la línea de vapores Clyde en Santo Domingo. Sin dudas, Eleazar “Lazar” Pardo Lazarus, judío sefardí natural de Altona, Hamburg, residenciado aquí desde finales del XIX. Fue agente de la Cía. de Seguros Sol de Canadá y casó con la curazoleña Evelina de Marchena Coen en 1891, según texto de Antonio Guerra Sánchez.

Registrados residentes en la capital, se alojaban Adolfo Steffans, ajustador, y Harold Jones, ingeniero. Los comerciantes y comisionistas Marcial Giraldez, Trifón Munné, Manuel Valencia y Rafael Esteva.

Al siguiente día de su estancia, Olivetti conoció en el hotel al Lic. Emilio Prud’homme, un caballero mulato elegante, conceptuado “culto y apreciado jurista, autor de la letra del himno nacional”, por demás educador de gran prestigio. Natural de Puerto Plata, viajaba junto a su hija, la señorita Ana Emilia. Otro señor le fue presentado, identificado como un “distinguido y acaudalado comerciante francés”. Su nombre, Achille Petit.

Tuvo oportunidad de entablar relación con empresarios tabacaleros de prestancia, como fuera el caso de Oquet, Sollner y Copello. Quienes le aleccionaron sobre el cuidado al que obliga el cultivo del tabaco, cuya planta requiere constante seguimiento a manos de personal conocedor del ramo. Probó los robustos cigarros de las vegas cibaeñas, cuya textura asoció a los afamados habanos. Desconocía fabricáramos cigarrillos de marcas variadas con sello de calidad, ligándolos al punto con nuestro aromático café de altura. El italiano quedó literalmente anestesiado, como si hubiese degustado una “cena de humo” organizada por Kelner y Pro-Cigar. Antes de despedirse del grupo, le obsequiaron una hermosa litografía de La Tabacalera.

Aún en Santiago, se produjo el incendio del establecimiento de Abraham Sued, comerciante de la notoria colonia libanesa, asegurado por $40 mil dólares, según leyó en la prensa, que afectó otros locales como La Favorita de Diez Hermanos y un comercio de Pedro J. Hapud.

Inquieto, Olivetti quiso dar un salto y llegar a San Pedro de Macorís. Tanto le habían hablado de ese sugar town cosmopolita. Puerto pintoresco de rica arquitectura que atraía como imán gente de todas partes. Multiétnico, rodeado de chimeneas azucareras y cruce de ferrocarriles, donde se habían asentado algunos italianos (Oliva, Di Carlo, Prota). Un Gran Hotel Savoia (antiguo Universal) le esperaba con los servicios de hospedaje dispuestos.

El hermoso edificio que alojaba el hotel, cuyo inmueble era del mallorquín Antonio Morey Castañer, con diseño arquitectónico soberbio, dominaba una esquina en la calle Duarte. Gestionado por los empresarios italianos Vicente Di Carlo y Antonio Magurno, en 1917 abrió con 53 habitaciones, ampliadas luego a 70. Una verdadera joya en el Caribe.

Allí se unió como huésped al hacendado Luis Bancalari, de Jovero. A Enzo Rallo, Miguel A. Guerrero R., de la capital, y a Ramón Emilio Valverde, residente en Las Pajas y jefe de la Policía Rural. Un hombre de negocios, de Santiago, ocupaba una de las confortables habitaciones del Savoia, el señor Federico Spagnolo. Recorriendo las animadas calles de la Sultana del Este, le fue presentado un caballero delgado vestido de dril beige y tocado de sombrero de pajilla, don Pedro Mortimer Dalmau, junto a su consorte Lucinda Febles, padres de quien sería tenaz exiliado antitrujillista en Venezuela, Luis Dalmau Febles.

En el Hotel Restaurant Apolo, cuya cocina le recomendaron, Olivetti conoció a Paris E. Goico, del Seybo, quien se alojaba allí, a Nayip E. Rissi, presidente del Centro Sirio Libanés y al legendario general Luis Felipe Vidal, administrador del ingenio Cristóbal Colón, quien le convidó a un tour por el mundo del azúcar. También a Faustino Llaneza y a Juan Alejandro Ibarra, acaudalado empresario inmobiliario de la capital que acudió a un sepelio.

Estando todavía en Macorís del Mar, se presentó en el pueblo –al parecer en gira de inspección- el general Rafael Trujillo, comandante jefe del Ejército Nacional, sin causar bulla. Se celebraba un campeonato de volleyball, disputándose el trofeo Di Carlo.

De nuevo en Santo Domingo, Olivetti optó por el Hotel Fausto, frente al Parque Colón, del empresario boricua E. A. Benítez, dueño del Hotel Colón, ubicado en El Conde de cara a la plaza. Así, pensaba, estaría más céntrico. Además, el hotelero ofrecía “dancing aristocráticos” los domingos y los jueves en ambos recintos.

En el Colón pudo apreciar a Julio Alberto Hernández, “joven profesor y culto musicógrafo”. Al Lic. Jafet Hernández, directivo del Partido Republicano de Estrella Ureña y al Dr. Leovigildo Cuello, del Progresista de Velázquez, todos de Santiago.

Se enteró por la prensa que un Dr. Juan I. Jimenes-Grullón, especialista en enfermedades tropicales y ginecología de la Facultad de Medicina de París, ofrecía consulta en la Pte. Vásquez. Que el Dr. Horacio Read Barreras hacía lo propio como cirujano dental y el Lic. Antinoe Fiallo en asistencia legal.

Desde su ventana, la ciudad se le abría risueña, con sus mejores lustres, la vetusta Catedral Primada incluida, el Palacio Consistorial y las apacibles palomas revoloteando sobre las cabezas de los contertulios que frecuentaban la plaza. Soltando las piernas, avistó Olivetti un Packard en el salón de exhibición de Alfaro Reyes, en la Nouel, una ensoñación sobre ruedas. En El Conde, Santo Domingo Elegante le mostró sus vitrinas con Stetson Hats y Horn Cravats, mientras Los Muchachos desplegaba novedades en fina sedería y La Margarita perfumaba el ambiente con aguas de colonia y talcos aromatizados. Entró a la Joyería Italiana de José Oliva, ricamente surtida, que competía con Prota. Y en Baquero, los juguetes se anticipaban a los Reyes.

Rodando por Las Mercedes tropezó Zino con olores familiares, originarios de las vaquerías de Italia. En el local de Fco. Salvucci los quesos parmesano, picantino, caciocavallo, provolone, Enmental, junto a una pastosa mantequilla, estimularon su olfato. Alcanzó el Café Restaurant Nacional, frente al P. Independencia, para saborear la cocina de Hoy y Meng Chez.

Consignó en sus apuntes de viajero observador los relajantes paseos vespertinos y nocturnos por el malecón Presidente Billini con sus bancos coloquiales. El balneario de Güibia todavía salutífero y las retretas semanales en los parques Independencia y Colón, a cargo de las bandas, municipal y militar, ejecutando programas balanceados de buena música. Tuvo tiempo para acudir al Teatro Colón, en la parte trasera de la Casa de España, donde se presentaba la Compañía de Comedia Moderna Serrador-Mari, con la obra Raquel del dramaturgo español Honorio Maura.

Tan satisfecho quedó con esta pareja española que procreó 4 actores, que repitió apuntándose a la comedia francesa Papá Lebonnard, de Jean Aicard. Un tipo voraz, capaz de engullirse la ciudad con sus encantos, aprovechó su hospedaje al lado del Capitolio y vio Fashion in Love con el magistral Adolphe Menjou.

El buen café de Benito Paliza le tocó, al asistir a la apertura de La Cafetera, en El Conde 47. Degustó el bon pain de la Panadería Parisien Quico, de Francisco Caro, con dos franceses, uno panificador y otro repostero, manejando los hornos.

Carreras de caballos en La Primavera, partidos de béisbol en el Gimnasio Escolar frente al mar Caribe, boxeo en el Coliseo Malecón de Félix W. Bernardino. Tardes de toros en la explanada de Güibia. Un baile en el Club Unión a dos orquestas. Qué más podía pedir este inquieto Zino Olivetti. Sólo que el destino lo amparara y no lo atrapara San Zenón y el zarpazo de la fiera de San Cristóbal. Y así fue. De esas dos se libró.

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José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.