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Las lecciones humanas de las catástrofes naturales

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Las lecciones humanas de las catástrofes naturales
Detalle de los daños en un poste del tendido eléctrico y la vegetación afectados por el paso del huracán María, en la localidad de Aguas Buenas, Puerto Rico. (EFE/THAIS LLORCA)

Las catástrofes ponen de manifiesto las múltiples facetas de la naturaleza humana; el heroísmo y la cobardía; la solidaridad y la mezquindad; la bondad y la maldad. Por esa razón, una revisión a los pormenores de lo ocurrido en torno a los huracanes Harvey, Irma y María, y el terremoto en México, supone una gran lección, aparte de las que necesariamente deben aprender los gobiernos en materia de gestión de riesgo.

Y así, de héroes están llenas las zonas de desastre, los noticiarios de televisión, los periódicos y las redes sociales; de ejemplos dignos de imitar y que envían el mensaje de que hay ángeles vivos en este mundo.

Ejemplos de ello son el vecino que ofrece su casa como refugio, reporteros que arriesgan sus vidas para informar a la ciudadanía, personas que, de corazón, hacen donativos para las víctimas, voluntarios que enfrentan la muerte en su misión de rescate, ciudadanos que recogen escombros para limpiar su barrio y gente que comparte lo poco que le queda o recibe.

Pero resulta increíble que en medio de cuadros de inenarrable dolor, donde la muerte se enseñoreó con sus peores manifestaciones, donde desposeídos de la fortuna vieron hacerse polvo sus pocos haberes, donde muchos resultaron heridos o mutilados o, en el menos malo de los casos, sin los servicios básicos para satisfacer sus necesidades más perentorias, también se alza en su máxima expresión la miseria humana.

Abundan los oportunistas de toda laya, como los comerciantes que aumentaron los precios de los productos necesarios para enfrentar catástrofes, aprovechando el pánico colectivo; gente que pide a nombre de las víctimas para su propio provecho, delincuentes que robaron en comercios o en casas desoladas, personas que negaron sus espacios para acoger refugiados y otras que ahora alegan pérdidas para recibir ayuda de los gobiernos o las instituciones, restándosela a los que sí la necesitan.

A otros les ganó la vanidad y se vanagloriaron con fotografías en las redes sociales de las “vacaciones” que se dieron el lujo de tomar para “pasar el huracán”. Y a propósito de redes, hubo quienes entorpecieron las labores o se pusieron ellos mismos en riesgo, para ganar el dudoso mérito de grabar un video viral, y corrió un mensaje como respuesta a los que critican que los animales sean salvados con un mensaje contundente: “Hay perros rescatando gente”.

También, post catástrofes, hay quienes hacen cuantiosos aportes para las víctimas, en un gesto de desprendimiento que sería loable, de no ser por el empeño en ufanarse de esa acción, pues sienten más satisfacción en ser adulados o en hacer relaciones públicas que en ayudar a los destinatarios.

Ante tanta desvergüenza, jactancia y falta de sensibilidad cabe preguntarse hasta dónde son capaces de llegar ciertas personas para obtener algún beneficio, si es que nunca se han visto en riesgo, o si es que de verdad creen que la naturaleza selecciona a quién perjudicar con su furia.

Cada quien debería autoanalizarse para determinar hasta qué punto aportó o perjudicó, y revestirse de sensibilidad y empatía ante fenómenos naturales destructivos que cercenan tantas vidas, como los huracanes y el terremoto ocurridos recientemente.

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