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Lecturas en cuarentena: el diablo en campaña (1 de 2)

Hace justo treinta años, Mario Vargas Llosa decidió entrar a la liza política, inspirado en el propósito de producir una gran revolución liberal que llevara a la modernización a su patria. De hecho, el gusanillo de la política se le fue introduciendo en sus venas desde muy joven. Estuvo inmerso en el debate social e ideológico cuando era apenas un adolescente; combatió los gobiernos militares de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez; enfrentó en los cincuenta la dictadura del general Manuel Arturo Odría (en la que basó posteriormente su novela “Conversación en la Catedral”); hay quienes creen que la propuesta del presidente Fernando Belaúnde Terry en su segundo mandato de 1980 a 1985 para que fuera el primer ministro de su gobierno fue la causa principal de su interés en la política, pero su hijo Álvaro cree que hubo un antecedente más influyente que los anteriores y fue la campaña liderada por su padre contra el intento del presidente Alan García de nacionalizar la banca y tener el control absoluto de la economía peruana, que tuvo su jornada más exitosa con la realización de un mitin multitudinario en la plaza San Martín, de Lima, en agosto de 1987, donde el escritor pronunció el discurso central. Es probable pues, que justo en ese momento Vargas Llosa, con el respaldo de su familia –menos de su entonces esposa Patricia- tomase la decisión de aspirar a la presidencia del Perú.

La historia comenzó en junio de 1989 cuando formalmente proclamó su candidatura presidencial en su pueblo natal, Arequipa, bajo la sombrilla de su movimiento Libertad, más tarde convertido en Frente Democrático (FREDEMO), al que se unieron los partidos Alianza Popular, de Belaúnde Terry, el Partido Popular Cristiano y otros partidos menores. Aquél comienzo no fue muy auspicioso. Perú vivía una época de terror que, prácticamente, frenaba cualquier intento político de cambio, y penosamente hundía al país en el miedo y el escepticismo. Existían cuatro grupos terroristas: Sendero Luminoso, que ya había salido de la franja rural y selvática, y se había introducido en las zonas urbanas; el Frente Patriótico de Liberación, el movimiento Túpac Amaru, y hasta el partido gobernante, el APRA, tenía sus comandos paramilitares. De hecho, fueron los apristas quienes irrumpieron en la primera manifestación electoral de Vargas Llosa, apaleando a los asistentes. Álvaro Vargas Llosa refiere que en una conversación que sostuvo su padre con el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, éste le confió que le había advertido al presidente Alan García –de quien era su compadre y mentor político- que no agrediera a los manifestantes contra su gobierno ni atacara a Vargas Llosa. “No me escuchó y salió perdiendo”, le dijo Pérez. En efecto, en la medida en que Alan García enfrentaba a Vargas Llosa (comprando periodistas y periódicos completos, haciéndole campaña sucia que incluyó leer diariamente por la radio la novela erótica “Elogio de la madrastra” acusando al escritor de “perverso y maniático sexual”, espiando sus movimientos de forma permanente, fustigando a los adherentes políticos del candidato), Libertad, el movimiento de Vargas Llosa, aumentaba sus simpatías en el electorado.

El gobierno de Alan García pasaba por su momento de mayor descrédito y acoso público. Económicamente, había producido una hiperinflación y un déficit fiscal (los precios subieron un 114%), los peruanos tenían que hacer colas para adquirir gasolina para sus vehículos; los costos de combustible, electricidad y alimentos de la dieta peruana alcanzaron cifras astronómicas; el Banco Central demostró incapacidad para detener la tasa del dólar; la corrupción llegó a niveles insostenibles, y la mentira como arma política se instituyó en su gobierno de forma tal que la sociedad peruana entendía como falso todo lo que el gobierno comunicaba a la población. Alan García buscaba perpetuarse en el poder, fabricando a un candidato que no tenía las condiciones para dirigir a ese país, Luis Alva Castro, que no logró prender en el electorado, a pesar de ser un economista reconocido. En el momento en que Vargas Llosa se lanza al ruedo electoral, el candidato con mejores posibilidades era el socialista Alfonso Barrantes que había dejado una estela de honestidad y de logros tangibles cuando fue alcalde de Lima. Fundador de Izquierda Socialista, fue el principal contendiente contra Alan García en las elecciones que ganara este último en 1985.

Lo primero que hizo Mario Vargas Llosa fue buscar asesoría para su campaña. Mientras Alan García se apoyaba en asesores de dudosa reputación, el escritor dirigió su mirada hacia la agencia inglesa Saatchi & Saatchi que había servido con éxito a Margaret Thatcher. Al final, optó por la norteamericana Sawyer/Miller cuyo principal ejecutivo tenía relaciones con Saatchi & Saatchi, y en cuya nómina de logros electorales estaban Corazón Aquino, de Filipinas; Virgilio Barco, de Colombia; y la campaña del “No” en Chile que tuvo una rotunda influencia en los cambios que luego se producirían en esa nación andina. La campaña de Vargas Llosa se centró en cinco aspectos esenciales: modernidad, defensa y auge de la iniciativa privada, mercado libre, prosperidad económica, y combate contra la corrupción. Era una propuesta liberal que buscaba sacar al Perú del estancamiento y crear un ambiente de libertad y sosiego. La formación del kitchen cabinet o gabinete en la sombra, que establecía las estrategias de campaña y le daba seguimiento a las mismas, se formó con especialistas muy cercanos al candidato, mientras que los dirigentes de los partidos aliados y del propio FREDEMO conformaban un equipo aparte que proponía acciones pero que no tomaba decisiones. Fue una modalidad arriesgada que, sin embargo, produjo resultados muy positivos para el candidato. Álvaro Vargas Llosa, que fue la mano derecha de su padre en la contienda, se oponía a las aburridas sesiones del kitchen cabinet, porque lo consideraba “enemigo de la eficiencia en una campaña política, que es el escenario donde deben primar la rapidez, la coherencia, el secreto y la unidad monolítica, en un espíritu cuasi leninista”.

En medio de estos avatares internos, Mario Vargas Llosa ascendió al 45% de la preferencia electoral, dejando muy atrás al candidato socialista Alfonso Barrantes –que había sido en su momento, antes de la aparición en el ruedo de Vargas Llosa, el candidato preferido de las mayorías- y mucho más lejos aún al candidato aprista Alva Castro, escogido por Alan García, de cuyo gobierno había sido primer ministro. El sector periodístico tuvo una fuerte influencia en la campaña, adoptando posiciones a favor o en contra de Vargas Llosa, de manera abierta. Los diarios de mayor tirada lo apoyaban (El Comercio, Expreso, y Ojo) con tan mala suerte que, debido a la crisis económica debieron reducir sus tiradas. En su contra tenía nueve diarios, los de menor circulación (La República, La Tribuna, Página Libre, Hoy, La Crónica, entre otros) que durante siete meses dedicaron primeras planas a combatir al escritor-candidato. Una popular revista entonces, “Caretas”, repleta de anuncios del gobierno, defendía al candidato de Alan García. La radio y su periodismo amarillista era igualmente adversa a Vargas Llosa, mientras que la televisión tenía al joven Jaime Bayly, aliado del escritor y para entonces muy popular, como un vocero que asumió grandes riesgos a favor de esa candidatura. Hasta las agencias internacionales de prensa entraron en el caldero. UPI apoyaba al autor de “La ciudad y los perros”, France Press, Reuters y Associated Press lo enfrentaban, y EFE unas veces lo favorecía y otras, no. Empero, el principal rival de Vargas Llosa era el presidente Alan García. “Su odio visceral contra mi padre era materia de las conversaciones sociales en el Palacio de Gobierno”, recordaba el hijo mayor del escritor. Alan García llegó a fundar un “Comité de Damas para la defensa del honor Madre de Dios” que repudiaba a Vargas Llosa por sus novelas “La tía Julia y el escribidor” y “Pantaleón y las visitadoras” en actos de detestable puritanismo. En un momento cumbre de la campaña, Izquierda Unida –marxista radical, que no era igual a la Izquierda Socialista moderada de Barrantes- decidió enfrentar a Sendero Luminoso y convocó al FREDEMO de Vargas Llosa y a las otras fuerzas políticas, menos al gobierno, a una gran marcha por la paz. El escritor de forma sorpresiva aceptó el reto. Izquierda y derecha se unían por un propósito común. Cada partido salió desde una plaza diferente, mientras la multitud seguía a pie o desde los balcones de sus casas aquella impresionante manifestación. El expresidente Belaúnde Terry se unió a la multitud en uno de los tramos de la marcha. Cuando se encontraron en la Plaza Grau, Vargas Llosa y el líder comunista Henry Pease se dieron un gran abrazo. Aunque resultara insólito, el escritor legitimaba a Izquierda Unida y ésta le daba un espaldarazo al primero, cuya fuerza popular en el desfile, obviamente, fue mucho mayor. Vargas Llosa aumentaba puntos y estaba ya en la cúspide, rumbo al poder. Entonces, apareció el chinito en medio de la contienda, y el carro de la elección segura de Mario Vargas Llosa a la presidencia del Perú, comenzó a dar reversa. ¿Fue el chinito obra del azar político o parte de la conjura antiVargas Llosa del presidente Alan García?

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.