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Los cuentos leventes de Sócrates Nolasco (1 de 2)

A Toñito, un inolvidable personaje de mi infancia que se sentaba en las noches comarcales, en la acera de mi casa materna, a referirnos, con gracia y estirpe fabuladora, sus fantásticos cuentos de camino.

Sócrates Nolasco fue un escritor tardío. No hemos podido comprobar las razones, pero creemos que influyó mucho el hecho de haber nacido en Enriquillo, provincia Barahona, en 1884, cuando todavía esa comunidad era una aldea remota y pobre. Su lugar específico de nacimiento se llamaba Petit Trou, lo que revela cuán importante era aún la influencia haitiana en esa parte del sur profundo a pesar de que se había producido la independencia de la República Dominicana cuarenta años antes. También un poco, tal vez, a que dedicó una parte importante de su vida al ejercicio diplomático y a la política. Lo primero a lo mejor no tenga mucha relevancia pues Nolasco solo permaneció en su ciudad nativa hasta entrada la adolescencia cuando se trasladó a Santo Domingo para sus estudios de bachillerato. Lo segundo sí que pudo tener alguna influencia en el retraso, por decirlo de algún modo, que sufrió su producción literaria. Ocurrieron incluso tragedias familiares que afectaron, sin dudas, el desarrollo y la proyección de su escritura. Eran tiempos sombríos para la patria dominicana.

Consignemos que Nolasco era su apellido materno, pues su padre fue el general restaurador Manuel Henríquez y Carvajal, lo que quiere decir que Sócrates era sobrino de Francisco y de Federico Henríquez y Carvajal, y por lo tanto primo hermano de Francisco, Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña. Precisamente, en la escuela que dirigía don Federico, Sócrates realiza sus estudios de bachillerato en Santo Domingo.

A los veintidós años de edad, el joven barahonero se marcha a Cuba a estudiar literatura. A su regreso, siete años después, se instala de nuevo en Barahona a ejercer el magisterio. Pronto, la política lo gana. Comenzó una carrera pública que lo llevó al congreso, como diputado constituyente y luego como senador, y a servir en los consulados de Puerto Rico y Venezuela. Incluso, algo tal vez poco conocido, el presidente Horacio Vásquez le encomendó, en 1924, la fundación de la provincia Pedernales con la finalidad de impedir que continuase el tráfico de habitantes de Haití hacia el territorio dominicano, labor que Nolasco completa en 1927 cuando logra llevar al nuevo enclave geográfico a familias procedentes de Duvergé, Villa Jaragua, Oviedo y Barahona, para dejar constituida la nueva provincia. (Pedernales cumplió pues 90 años de existencia en el 2017).

Es cuando tiene cincuenta y cuatro años de edad –para entonces, casi una edad longeva– que publica su primer libro, El general Pedro Florentino y un momento de la Restauración (Editorial El Diario, Santiago de los Caballeros, 1938). Hace ochenta años de esta publicación. Desde esa primera obra, Nolasco comienza a manifestar su interés por la anécdota histórica, por la narrativa sobre situaciones y personas de la historia nacional que luego, de distintas formas expresivas, serían constantes en su bibliografía.

Anotemos que Nolasco era un brillante articulista. El centro primario de su escritura eran los diarios de la época. De modo que antes de libro, sus escritos aparecían en los periódicos. A partir pues de su primera obra, comenzarían a sucederse las demás que completan su importante labor bibliográfica. Los Cuentos del Sur se dan a conocer un año después de su obra prima (1939), la primera serie de Viejas Memorias en 1941. Escritores de Puerto Rico, en 1953. (Consignemos aquí que este libro fue producto de su estancia en la capital puertorriqueña donde era asiduo participante en las tertulias convocadas por figuras principalísimas como los escritores José de Diego, Luis Llorens Torres, Nemesio Canales y Luis Muñoz Marín, quien devino luego en fundador del Estado Libre Asociado y en gobernador de la isla borinqueña). Luego, se publicarán: la antología El cuento en Santo Domingo (1957), Cuentos cimarrones (1958), El diablo ronda en los guayacanes (1967) y la segunda serie de Viejas Memorias (1968). En Santiago de Cuba publicará Una provincia folklórica: Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo (1952). En pequeño folleto dará a conocer sus Comentarios a la historia de Jean Price Mars (1955) que se insertaría luego en la segunda serie de Viejas Memorias; José María Cabral, el guerrero, 1816-1899 (1963); Comentarios diversos (1975); y, Ocupación militar de Santo Domingo por los Estados Unidos 1916-1924, publicado en 1971. En total, 13 obras. La primera, repetimos, publicada cuando tenía cincuenta y cuatro años de edad, y la última cuando había alcanzado los ochenta y siete años de vida. Casado en 1927, cuando tenía cuarenta y tres años, con Flérida Lamarche Henríquez, de quien era pariente, procreó con ella a su única hija, Ruth. La esposa y madre –conocida en el ambiente literario como Flérida de Nolasco- fue una distinguida escritora, especializada en música y folklore. Y la hija, una educadora de estirpe. Fue mi profesora en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Don Sócrates Nolasco murió en Santo Domingo (no en Santiago de los Caballeros como se ha afirmado) el 2 de julio de 1980, a los noventa y seis años.

*****

Los cuentos de camino eran frecuentes en tiempos de nuestros abuelos. La oralidad funcionaba aún como en los albores de la civilización. Se transmitían de boca en boca las hazañas, las leyendas, los mitos, las fantasías que, muchas veces basadas en situaciones reales, iban siendo modificadas por los cuenteros a medida que se traspasaban las historias de un grupo a otro. Cada cual pues, iba agregando algo a la historia original que, no pocas veces, eran producto de la enorme creatividad de la gente de antaño, sobre todo de los habitantes de la ruralía que no encontraban entonces otro medio de entretenimiento en las noches lóbregas o en las quietas nocturnidades de luna llena.

El cuento oral fue tarea común en todos los pueblos del mundo y de ahí saltaron raudos a la escritura que logró recoger una gran parte como capítulos de sus literaturas. El cuentero o hablador fue una figura de primer orden en la vida de las comunidades de antaño, en la civilización oriental, en las agrestes llanuras manchegas o en las aldeanas comunidades de origen latino. La sociedad dominicana no fue ajena a ese ejercicio que de algún modo terminó siendo sinónimo de artificio, de embrollo, de embuste. El fabulador tenía gracia para la narración, sabía sondear la historia para ir añadiendo patrañas al relato, de modo que cada vez que se contaba aparecían nuevos ingredientes que fortalecían la ficción y la asentaban con bases firmes en el auditorio aldeano. Los viejos solían decir “esos son cuentos de camino”, cuando el trapalón venía con algún relato de dudosa catadura que el patrañero daba por cierto.

Los Cuentos Cimarrones de Sócrates Nolasco nacen de esa tradición. Son leyendas transmitidas por la oralidad, de origen montaraz, sin autor definido, sin orígenes establecidos. Nadie supo tal vez nunca de dónde surgió la primera versión del relato que iría luego transfigurándose hasta convertirse en un cuento de camino, silvestre. Nolasco los recoge por boca de diferentes habladores o cuenteros que les fueron transmitiendo las leyendas y el escritor las recogió agregándole también nuevos momentos dándole el barniz literario que esas historias necesitaban para ser perpetuadas.

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