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Iglesia
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Martín Lutero reivindicado

Cuando estudié, y luego enseñé, Historia de la Cultura en el bachillerato, siempre sentí atracción por la figura de Martín Lutero. No entendía bien el por qué la Iglesia católica condenaba a alguien que había proclamado dos o tres verdades para mejorar la vida eclesial.

El texto escolar no traía mayor información en torno a las propuestas de Lutero, sino que se limitaba a plantear la dinámica de los contrarios: Reforma y Contrarreforma, sus orígenes y sus consecuencias. Un día, por pura casualidad, encontré en la biblioteca de un sacerdote sabio un libro sobre Lutero que contenía las 95 tesis que este monje eremita agustino había dado a conocer en 1517. Los textos de entonces, y la tradición hasta hoy, anotan que las propuestas luteranas fueron claveteadas en la iglesia del castillo de Wittenberg. Hay quienes aseguran que no existe ninguna constancia de esa acción y que es probable que el monje la hiciese llegar a las autoridades eclesiásticas con algún mensajero. Este detalle, poco importa.

Leí una biografía de Lutero, que no conservé, y que ahora pienso que estaba sesgada por el dogmatismo y que no se situaba en su justo lugar el rol del hombre que iniciaría, sin proponérselo, el episodio histórico conocido como la Reforma. Con el tiempo, me olvidé de Lutero hasta que hace varios años visité en Praga un templo luterano, sorprendiéndome de su similitud con cualquier iglesia católica preconciliar. En junio de este año, conocí en Dresde, Alemania, la impresionante Iglesia de Nuestra Señora, que es una de las principales del luteranismo y que está considerada como un patrimonio mundial. Y por esos mismos días, pude conocer varias iglesias luteranas más en Hungría, sobre todo una que sobresale en un promontorio en un bellísimo pueblo llamado Karlovy Vary, famoso por sus aguas termales y su prestigioso festival de cine.

Esas visitas me regresaron a Lutero. Y volví a escarbar en los relatos sobre su vida religiosa y sus tesis reformadoras. No parece ser que el monje agustino estuviese interesado en producir una división dentro de la Iglesia ni en crear un movimiento como el de la Reforma que terminó saliéndosele de las manos. Lutero buscaba renovar una Iglesia que estaba viviendo una severa crisis de autoridad, de corruptelas, de paganismos en los más altos niveles del clero y del papado. Cuando se releen sus noventa y cinco tesis, nos damos cuenta que todas se concentran en una sola finalidad: la corrupción eclesial y la venta de indulgencias. Además, Lutero planteaba la Penitencia y la Misericordia como aspectos doctrinales que salían directamente de la Biblia. Situémonos históricamente. La Iglesia seguía afectada por lo que se conoció como el Cisma de Occidente, que produjo la existencia de tres papas que se peleaban entre sí y se excomulgaban unos con otros. El aspecto teológico se desarrollaba en un ambiente enrarecido donde se cuestionaban determinados aspectos de las Sagradas Escrituras. Las actitudes piadosas eran solo un signo exterior, porque interiormente estaba ausente en los altos prelados y en parte del sacerdocio. Y para colmo, el papa León X encomendó a un sacerdote domínico a viajar por algunos países con la finalidad de vender indulgencias para construir la Basílica de San Pedro, en Roma. De modo que mucha gente adquiría esas indulgencias y se sentía ya completamente libre de pecado. Cuando Lutero comenzó a ver que muchos de los fieles de su parroquia habían adquirido esas indulgencias plenarias y argumentaban que ya no necesitaban confesión pues sus pecados estaban definitivamente perdonados, el fraile agustino entró en cólera. Para entonces, ante esta situación, ya se había conformado un sector de la Iglesia que reclamaba una renovación y esa situación genera en Lutero, previo debate con otros clérigos, la confección de sus tesis reformadoras, persiguiendo que los caminos del catolicismo se enrumbaran por su verdadera misión y de que se volviese al estudio de la Biblia, no con el deseo de plantar nuevas raíces al margen de la vida eclesial. Pero, Roma en vez de llamar a un encuentro para conciliar las divergencias, que era lo que proponía Lutero, respondió a éste con indiferencia en un principio, y luego con su excomunión. Lutero respondió quemando la bula papal y no se arrepintió de su discurso: “No puedo sostener otra cosa; esta es mi postura. ¡Que Dios me ayude!”.

En lo adelante, aquel intento de renovación dentro del catolicismo tomó otro curso y Lutero, que ambicionaba la unidad, se dio cuenta que ya era imposible lograr la misma: “Estamos divididos y enfrentados y así permaneceremos eternamente”. Ni siquiera el Concilio de Trento que el papado convocó cuando se dio cuenta que la propuesta luterana había tomando un rumbo peligroso para la Iglesia, le hizo cambiar. Desde luego, Lutero tenía una formación medieval –hay que situarse en su época- y puso la Reforma en manos de nobles y políticos, dando paso al surgimiento de iglesias confesionales separadas, locales y regionales. Después de morir Lutero, las nuevas confesiones siguieron formándose en el cristianismo universal: algunas como la de Inglaterra, que depende del monarca de turno, o como los anabaptistas y los evangélicos, diseminados bajo múltiples rectorados que aún siguen ramificándose hasta el infinito. Los luteranos se expandieron por Alemania, Hungría y Suiza. Lutero buscaba renovar la Iglesia católica y, por ende, el cristianismo. Su propósito no era fundar una nueva Iglesia. Roma lo empujó a hacerlo. Se dividió la Iglesia católica, pero también la Reforma. El pluralismo cristiano no era el objetivo de Lutero. Por eso, el teólogo Walter Kasper considera que el nacimiento de una Iglesia luterana propia no representa el éxito, sino el fracaso de la Reforma.

Más tarde, la Iglesia católica respondería con la Contrarreforma, que tuvo en primer lugar a los jesuitas como su baluarte principal. El vasco Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús, con rigor militar, para enfrentar la disidencia, aunque también contribuyó, desde una perspectiva mística, la Orden de los carmelitas descalzos con Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, al frente de esta cruzada misionera. Con el paso del tiempo, la Iglesia Católica ha ido comprendiendo los valores de Lutero y se ha cuestionado internamente la forma como desde Roma enfrentaron aquel propósito de reforma dentro de la vida eclesial y no fuera de ella. El monje agustino, que era doctor en la Sagrada Escritura, hoy es considerado como un padre de la Iglesia común, o sea tanto de la evangélica como de la católica. Y esta actitud ha dado origen al ecumenismo que renació con el decreto Unitatis Redintegratio del Concilio Vaticano II, y luego con mayor fuerza en los últimos tiempos con los papados de Benedicto XVI y Francisco. En el primero, comenzaron los aprestos ecuménicos. Un representante del papa plantó un árbol de tilo en Wittenberg y los luteranos respondieron yendo a plantar un árbol de olivo en Roma. Y ahora, recientemente, en preparación a los quinientos años de la difusión de las tesis de Lutero que habrán de conmemorarse el año próximo, el papa Francisco ha ido a tocar las puertas luteranas en busca de reconciliación y unidad, en lo que se ha denominado “diversidad reconciliada”, lo mismo que se busca con los ortodoxos griegos, ya casi convencidos, y con los ortodoxos rusos, más cerrados en su religión oficial.

Dice el cardenal Kasper que “Lutero descubrió que la justicia divina no es la activa justicia compensadora, castigadora y vengativa, sino la pasiva justicia que hace justo al hombre y, por tanto, lo libera, perdona y consuela. Y esta justicia no se nos imparte en virtud de nuestras obras humanas, sino solamente por la gracia y la misericordia de Dios, no en virtud de formas exteriores de piedad, como las indulgencias”. Un concepto muy a tono con la plática central del papa Francisco. En un momento en que los cristianos –católicos, ortodoxos, evangélicos- están siendo perseguidos y asesinados en distintas partes del mundo, parece propicia la unidad. No deben seguir enfrentados, ajenos cada uno a la misión del otro. La mesa del ecumenismo, por la que abogó Vaticano II hace cincuenta años, está servida.

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