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Messi se va del Barça

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Messi se va del Barça (LUIGGY MORALES)

Los empeños del nuevo gobierno y el agobio de la COVID-19 fueron insuficientes para impedir que también en los medios informativos nuestros se publicara la noticia que ha recorrido el mundo: Messi se va del Barça. Desplante histórico que trasciende el mero cotilleo deportivo y prueba —¡falta que hiciese!—, la universalidad de un deporte que también desmarca los asientos culturales en esta isla caribeña. Arrebata en una tercera parte, y en los otros dos tercios apenas interesa salvo la fiebre estacional del Mundial cada cuatro años.

Muy bien acompañados en el radio de acción de la noticia deportiva más importante del año: por momentos superó a la pandemia como lo más buscado en la plataforma de Google. Razones hay. Lionel Andrés Messi Cuccittini, que vio luz hace 33 años en Rosario, Argentina, es el mejor jugador del mundo. Ha perfeccionado un estilo impecable, implacable con las defensas rivales, desde que se incorporó en diciembre del año 2000 a la escuela de formación del Fútbol Club Barcelona conocida como La Masía. En 2004 debutó ante el otro equipo de la capital catalana, el Español, y ahí arrancó en toda ley una carrera impresionante que ahora parece terminar abruptamente mediante el envío de un burofax a la directiva. Este tipo de comunicación española sirve de prueba legal frente a terceros ya que se entrega siempre bajo firma del destinatario, lo que añade un nuevo ingrediente a una saga decepcionante.

La salida del delantero es catastrófica para la hinchada del Barça, entre cuyos damnificados me cuento. También para el fútbol español. Sigue a una derrota humillante frente al Bayern de Múnich en los cuartos de finales de la Champions. El traspiés minó la paciencia del rosarino y el golpe de gracia sobrevino con el despido destemplado de su compañero y amigo íntimo, el uruguayo Luis Suárez, otro de los jugadores azulgranas a los que les pesan los años.

El club acusa una descomposición progresiva, producto de los errores garrafales en las contrataciones, cambios de entrenadores y el envejecimiento de la plantilla. Así, el Barça ha dejado de ser el hogar donde se esperaba que Messi concluyera su carrera exitosa. Detrás quedan 737 partidos jugados, 634 goles y 34 títulos, entre ellos 10 ligas y cuatro Champions. Nadie ha firmado más dianas que él en LaLiga, nadie ha ganado más títulos que él de azulgrana, apuntaba El País.

Que se vaya Messi a otro país y a otra liga tiene un significado punzante en estos momentos de crisis pandémica, cuando aflora con más vigor el desequilibrio económico entre la Europa del Sur y la del Norte. La economía española ha necesitado de la solvencia económica de sus socios ricos en la Unión Europea. Por momentos se temió que la insolidaridad se irguiese como nuevo estandarte. El decrecimiento violento de la economía española por el coronavirus ha coincidido con el punto bajo de los clubes que compiten en LaLiga. Tanto el Real Madrid, como el Atlético de Madrid y el Barça sucumbieron frente a rivales que unos pocos años atrás se consideraban inferiores. Buena parte de la recomposición del Bayern de Múnich, triunfador en la Champions donde se mide la élite futbolística europea, se debe a un entrenador catalán, Pep Guardiola, ahora con el Manchester City inglés y a donde se especula irá Messi.

En España, el fútbol es más que el deporte rey. La mejor descripción la descubrí en un anuncio televisivo de promoción de LaLiga, en inglés, y que se airea en las transmisiones en el exterior. En el corto publicitario se presenta el regreso de un niño oriental a su país luego de visitar España. En el taxi camino a casa desde el aeropuerto, la madre le pregunta qué tal le pareció España. La respuesta la asumo como propia con las emociones a punto de ebullición: “Los nativos parecen un poco locos, se rematan con el fútbol. Hacen las cosas más increíbles para atraerles buena suerte a sus equipos. A los niños los inscriben en los clubes incluso antes de que puedan caminar. Antes llegan tarde a una boda que perderse un partido. Ellos no miran el juego simplemente, lo sienten. Cuando pierde su equipo, la gente llora; pero llora aún más cuando gana. Lo más increíble... es totalmente contagioso. Es que cuando miras un partido... ¡te conviertes en uno de ellos! Eso no puede ser fútbol, tiene que ser otra cosa”.

Por supuesto, en una de las escenas finales aparece un Messi sonriente luego de anotar uno de esos golazos que lo han catapultado al Olimpo y a embolsicar 50 millones de euros netos cada año.

Otra lectura apunta hacia los problemas catalanes por la política proindependencia del liderazgo en el gobierno autonómico y el parlamento regional. A la inestabilidad política y baja económica en Cataluña se añade ahora el declive del Barça, otrora la potencia futbolística no solo de España sino también de Europa. Con Messi a la cabeza, ahora dispuesto a explorar nuevos rumbos lejos de la España a donde llegó con 13 años en busca de tratamiento para el problema de crecimiento que lo afectaba. La Pulga, como se le conoce por su tamaño y la libertad con que se mueve en el campo, quiere otro cuerpo deportivo.

Sin importar género ni raza, posición social o ideas políticas, decenas de millones de personas urbi et urbe siguen o juegan con fruición un deporte que con toda propiedad puede llamarse universal pese a su génesis europea. Países industrializados y en vías de desarrollo han encontrado un campo común en el que las diferencias se miden en goles, la rivalidad se resuelve en dos períodos de apenas 45 minutos cada uno, sin bajas graves entre los contendientes y sin necesidad de artilugio alguno.

Todos los continentes cuentan con ligas profesionales y de aficionados, tal es su popularidad. Cada cuatro años, los mejores equipos nacionales se citan en una cumbre mundial que acapara la atención incluso de sociedades donde otro deporte reina, verbigracia los Estados Unidos y la República Dominicana, o Jamaica y Australia. El fútbol es pasión, arte, estrategia, ilusión, destreza y resistencia. Entusiasma y deprime; alegra, entristece; y a todos revela la verdad de cuánto significa el trabajo en equipo. Ha permitido invertir una perogrullada y con las manos se desbarata lo que se hizo con los pies.

Hay jugadores brasileños, argentinos y colombianos en China, los países árabes, Turquía, Europa Oriental y los Estados Unidos. Ni hablar en Europa, donde también unos fornidos y raudos atletas africanos se han convertido en verdaderas luminarias, con millones de euros, libras o rublos en sus cuentas, engrosadas además con ingresos provenientes de la venta de su imagen y el patrocinio de productos comerciales. La dificultad inherente a la práctica del fútbol escapa a cualquier otro deporte, precisamente porque no se practica con las manos, los instrumentos humanos por excelencia para crear y ejecutar las maniobras más simples o complicadas. Excepción hecha, todo el cuerpo humano entra en el juego, hasta el trasero. Como en ninguna otra disciplina, la capacidad de creación adquiere una dimensión mayor porque prácticamente envuelve toda la anatomía. Como señalaba de entrada, el balompié es arte y comparte expresión con la danza y la acción dramática, por ejemplo.

Como símbolo social, la potencia del fútbol es inigualable. Incierto que sea machista y ha quedado probado en los Estados Unidos donde más de tres millones de jóvenes, equilibrado el total entre ambos sexos, participa en las diferentes ligas de aficionados. También hay una Copa Mundial Femenina de la FIFA, no así en el sexista béisbol. El juego se basa en la solidaridad y de ahí que a los equipos se les llame combinados. Raras veces las jugadas son individuales y la comisión de un gol está a menudo precedida de varios pases y por tanto asociados. Manda el colectivo porque la posición no otorga el protagonismo. El héroe podría ser lo mismo el portero que un zaguero, un mediocampista o un delantero. Al final, todo el equipo.

Del genial Jorge Luis Borges proviene la frase lapidaria de que el fútbol es una cosa estúpida de ingleses. No jugaba solo, pero en el equipo contrario tiene a atletas intelectuales de la talla de Albert Camus, en un tiempo portero en Argelia y que atribuye a la trayectoria arbitraria del esférico uno de sus mayores aprendizajes en la vida. Rafael Alberti se inspiró en un arquero húngaro y si distantes políticamente, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa coinciden en su reconocimiento al balompié. No se les quedan en la zaga Miguel Hernández, Eduardo Galeano y Camilo José Cela.

Leo Messi desparrama talento en el campo, con el balón como instrumento para canalizar su savia creativa. Se mueve con agilidad felina y supera a los rivales con gracia inimaginable, con un arte que se renueva en cada jugada. A balón parado, lo he visto colarlo a la red por un rincón del arco en una parábola mágica, desde 30 metros de distancia. Lo he visto escabullirse entre cinco defensores y con su izquierda áurea anotar en un santiamén el gol ante un portero atónito.

Alguien se refirió a ese deporte grandioso, vital y sofisticado como la música del domingo. Siempre estoy dispuesto a escucharla cualquier día: al final del concierto las sensaciones son las mismas de quien ingiere un poco de vida.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.