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Notas de una canción

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Notas de una canción (ILUSTRACIÓN: RAMÓN L. SANDOVAL)

En continua añoranza del ambiente y calidad sónica de los clubes tradicionales de jazz, con frecuencia paso por alto quiénes están en cartel convencido de que la prestancia del local asegura buena música. Pocas veces me he equivocado, y el Jamboree, en el 17 de la Plaça Reial, Barcelona, jamás ha figurado en mi lista de tropezones jazzísticos. ¿Cómo podría estarlo si en la apertura ya lejana de este templo de un género que ya es universal ofició el gran pianista catalán Tete Montoliu?

La puerta de ingreso sirve también a un tablao flamenco vecino, sospechoso para mí de trampa turística. A la chita callando, el nacionalismo catalán ha vetado expresiones culturales de autenticidad española, de lo que por suerte ha escapado otra grande, la juvenil Rosalía. Al bajar las escaleras, un bar; y bajo una bóveda enladrillada, la pequeña sala donde en la tarde moribunda de un estío incubado en el infierno se presentaba Charles McPherson (era su cumpleaños 80), excompañero del legendario Charles Mingus.

Actuación impecable; pero impresionante fue el preámbulo para el segundo número, Nature Boy (Chico de la naturaleza), una canción con la que me he deleitado infinidad de veces en versiones cantadas e instrumentales. Embobado, escuchaba al saxofonista McPherson contar la historia de la famosa composición en un inglés con ritmo que delataba su cuna, un pueblito del Sur profundo norteamericano, en Misuri. Al volver al hotel, una búsqueda rápida, ávida, de la mano de Google, corrigió algunos datos y engrosó mi admiración por unas letras que ya apreciaba y ahora respeto como fuente de reflexión.

El autor es un neoyorquino que mudó su nombre a eden ahbez, en minúsculas porque consideraba las mayúsculas una exclusividad divina. Llevó la composición a Nat King Cole en una de sus presentaciones en Los Ángeles, en 1947, y ante el impedimento de entrega optó por dejarla con el valet. Amor a primera vista: el afroamericano de voz aterciopelada, melodiosa y arte de puertas abiertas de par en par a las emociones, la incorporó de inmediato al repertorio de su trío. Quiso grabarla, pero obtener el permiso de ahbez se convirtió en tarea difícil. Finalmente lo encontraron, viviendo como un desarrapado debajo del icónico letrero de Hollywood que, como guardián vestido de consonantes y vocales, vigila desde una colina pronunciada el paisaje urbano robado al desierto. Una vez subí hasta allí, y lamenté hacerlo. Las letras son verdaderamente enormes, tanto como la desolación que aprecié, quizás un contrapeso al bullicio de la meca del cine mundial y que tanto tiene de este por los contrastes sociales que proyecta.

Ahbez se ganaba la vida tocando el piano en bares de mala muerte y acampaba con su esposa e hijo debajo de una de las eles de la señal gigantesca. A regañadientes aceptó una porción de las regalías que le correspondieron luego de que la grabación, archivada por el sello Capitol por dos años, se convirtiese en un éxito de venta. Contaba McPherson que vieron al pianista y compositor repartiendo dinero a dos manos en las calles de Los Ángeles.

Lo creían un loco y en verdad fue uno de los precursores del movimiento hippie de la década de los años sesenta. Se había enrolado en un movimiento que patrocinaba la vuelta a la naturaleza, combinado de varias filosofías europeas y de cuyo nombre, Nature Boys, provino el título de la canción. Había viajado extensamente, entrado en contacto con otras culturas y desarrollado ideas que encajan perfectamente en corrientes sociales de hoy y que, empero, en su época le valieron el sambenito de extraño, excéntrico cuando no tarado. La canción es autobiográfica, permeada por el misticismo con el que ahbez caminaba por la vida: “There was a boy (Había un chico)/A very strange enchanted boy (Un chico encantado muy extraño)/They say he wandered very far, very far (Dicen que deambuló muy lejos, muy lejos)/ Over land and sea (Sobre tierra y mar)/ A little shy and sad of eye (Un poco tímido y de ojos tristes)/ But very wise was he (Pero era muy sabio).

Perdido durante dos años en la memoria empresarial del sello Capitol, la resurrección del disco fue circunstancial. Una protesta laboral había desembocado en una prohibición de acompañamiento musical en grabaciones. Ante la imposibilidad de lanzar al mercado nuevos productos, Capitol rescató Nature Boy y la carrera de Nat King Cole tomó un nuevo giro. La acogida favorable de una grabación impecable, con una orquestación de primera y una voz que había ganado ya cierta fama, rompió el dique del racismo. El crooner afroamericano dejó de necesitar afeites para esconder su negritud y caminó sobre las notas de Nature Boy hacia el gran público blanco. Sin esa canción cuyo compositor no pudo entregársela personalmente como era su deseo, probablemente se le hubiese hecho mucho más cuesta arriba convertirse en el primer artista afroamericano con su propio programa televisivo de variedades.

Curiosamente, las vueltas del calendario han sido benévolas con Nature Boy y razones objetivas hay. Seleccionada una y otra vez por diversos intérpretes y arreglistas, ha remontado los primeros lugares del favor popular en múltiples oportunidades y épocas. La última versión que conozco también ha sido todo un éxito en uno de esos dúos que combinan estilos diferentes y que, sin embargo, alcanzan niveles de perfección insospechados. Nada menos que Tony Bennet y Lady Gaga en la producción discográfica Cheek to Cheek (Mejilla con mejilla).

Integrada al repertorio de standards, algunas de las versiones de jazz son sencillamente espectaculares. Sus grandes maestros han ejecutado en algún momento esa pieza magistral, inmune al paso del tiempo. Quizás la interpretación de John Coltrane sea una de las mejores. Corrijo, porque hay varias, incluyendo la de unos ocho minutos y la otra de siete, ambas en The Classic Quartet. Una tercera más modesta en términos de duración se encuentra en The Lost Album, puesto a circular el año pasado. Hay quienes aventuran que al mejor álbum de jazz de la historia y el más vendido, Kind of Blue, le faltó la canción mágica de ahbez. Ya antes de esa joya musical que acaba de cumplir 60 años y en el que un desconocido Coltrane fue uno de los dos saxofonistas, Miles Davis había grabado una toma propia.

En Spotify hay decenas de interpretaciones. En mi búsqueda, tropecé con una entrega excelente de la brasileña María Bethânia en portugués, recostada su voz grave sobre el registro de las cuerdas de la guitarra de su hermano Caetano Veloso. Un toque final en inglés convierte en imprescindible el arreglo de este último: la voz añadida de Vinicius de Moraes. Y con otra de José Feliciano que ya coloqué en mi apartado de favoritas y que también desconocía. Se encuentra en un LP grabado en 1966 cuando el cantante puertorriqueño mutó en veinteañero. Nat King Cole y su voz suave de barítono habían callado el año anterior.

La gloria coexiste con el infierno. Un compositor judío lo llevó a los tribunales por plagio y el hippie a destiempo argumentó en su defensa que la música y letras de Nature Boy habían llegado a sus oídos mientras estaba en el desierto...¡susurradas por un ángel! Un acuerdo transaccional y, en consecuencia, la acusación nunca fue probada.

Después de sus viajes y aventuras en que las influencias de dos escuelas alemanas de filosofía lo colocaron en la ruta de lo esóterico, ahbez tropezó con una suerte de gurú que lo influenció profundamente. Lo refleja en su canción cuando dice: “And then one day, (Y luego un día)/ One magic day he passed my way (Un día mágico él se cruzó en mi camino)/ And while we spoke of many things, (Y cuando hablábamos de muchas cosas)/ Fools and kings... (De idiotas y reyes”...)

Como San Pablo, el chico de la naturaleza tuvo su conversión. Mientras a aquel, de acuerdo al relato evangélico, el resplandor del cielo lo tiró del caballo y lo dejó ciego, el camino de Damasco del artista vagabundo fue un abrir de ojos a una verdad que le permitía vivir en paz debajo del letrero emblemático de Hollywood; y en su pobreza material, rechazar los miles de dólares que le reportaba una composición musical que había dejado abandonada en manos del valet de un artista afroamericano al que no conocía.

La última estrofa de Nature Boy es un resumen apretado de la gran lección que ahbez ha trasladado en la canción que Nat King Cole inmortalizó hace casi tres cuartos de siglo, que tantos otros artistas han grabado: un mensaje de vigencia eterna.

Vi más de una lágrima asomar a ojos repentinamente iluminados en la oscuridad cuando el octogenario McPherson recitó la última estrofa. Y el punto final lo convirtió en seguido para entonar con su saxo alto notas familiares súbitamente nuevas, sublimes como el mensaje de ahbez. Luego de vagar por el mundo, al chico encantado muy extraño, un poco tímido, de ojos tristes pero muy sabio, le llegó su día mágico: “This he said to me/ The greatest thing/you'll ever learn/ Is just to love/ and be loved in return”.

“Y esto me dijo: la cosa más grande que aprenderás jamás es justamente amar y ser amado a cambio”.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.