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Pecados, virtudes y vicisitudes de Pedro Santana (2 de 3)

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Pecados, virtudes y vicisitudes de Pedro Santana (2 de 3)

Pedro Santana es un líder militar y un hacendado rico para la época en que se produce la separación de Haití. Ambas condiciones, unido a su carácter arrogante y a su espíritu bizarro lo convierten en un hombre temido, respetado y, en ocasiones múltiples, imprescindible.

Haití no ha abandonado su misión fundamental: recuperar el territorio perdido de la parte oriental de la isla que por varios lustros fue propiedad suya. Charles Herard, que no pudo dominar la situación cuando se enteró de lo que se gestaba para proclamar la separación, insiste en regresar con sus tropas para reinstaurar la dictadura haitiana en nuestro territorio. El pánico se esparce en aquella población escasa y pobre que era el Santo Domingo de entonces. Como ocurrirá muchas veces después, se acude a los mellizos Santana para que defiendan la nación en cierne. El nuevo país no tiene una milicia formal. Sólo hay hombres con armamento rústico –lanzas, machetes y unos pocos arcabuces- y valor, sobre todo con la decisión de luchar para no regresar al pasado. Sólo los Santana tienen poder económico, hombres que les obedecen –unos dos mil se dice- y coraje suficiente para enfrentar al ejército que comanda el general haitiano. El equipamiento y la alimentación de esos hombres corren por cuenta de las finanzas de los mellizos seibanos. La Junta Central Gubernativa apremia a los Santana, quien luego de un largo trayecto llegan con sus abigarradas tropas por Pajarito, lo que hoy es Villa Duarte, justo la zona donde se fundó originariamente la ciudad de Santo Domingo. Las milicias santanistas cruzan en débiles bateles las aguas del Ozama. Bobadilla, que preside la junta de gobierno, lo recibe en la otra orilla y lo convoca a una inmediata reunión donde Pedro Santana es designado General de Brigada y se le encarga la misión de salir en defensa de la patria. Los mismos que le encomiendan la difícil tarea dudan de su éxito. Bobadilla sigue reuniéndose a escondidas con el cónsul francés en busca del protectorado. Nadie cree en la independencia pura y simple. Sólo Duarte que está en el exilio aún, y los trinitarios, en ese momento muy minimizados, donde algunos también comienzan a manifestar ambivalencias.

El dominicano, empero, no desea volver a ver a los haitianos en su territorio. Y el ejército de Pedro Santana ve aumentar sus fuerzas humanas a medida que se adentra hacia el sur. Muchos hombres a los que sólo los une el temor a los haitianos y su arrojo, se suman a las tropas del líder militar del momento inicial de la nación dominicana. Hace apenas veinte días que el trabucazo de Mella, bajo el ideario independentista creado por Duarte, ha dado nombre al territorio de la parte este de la isla. La República Dominicana existe ya. Lo que sigue es defender la nueva bandera y el nuevo rumbo de sus habitantes. Azua será asiento de la primera prueba. En Santo Domingo, la atemorizada población observa a muchos preparar sus bártulos para huir en frágiles embarcaciones rumbo a las islas vecinas, cuando lleguen las noticias de que Santana ha fracasado. El 19 de marzo, luego de que el comandante Lucas Díaz fuese el primero en abrir fuego contra el ejército haitiano, Santana comanda la primera gran batalla después de la proclamación de la independencia. Dura alrededor de tres horas. Con sus poco más de 3,000 hombres enfrentados a un ejército de 30,000 haitianos, bien armados y entrenados. Nada pudieron hacer los vecinos contra las agallas dominicanas. Bajo la dirección de Pedro Santana se gana la primera contienda. Su liderazgo se consolida. Ya es, definitivamente, un hombre a quien temer, y un comandante a respetar. Desde luego, esa batalla sirve para mostrar la capacidad de otros comandantes: Antonio Duvergé, José María Cabral, Vicente Noble. Santana no ha actuado solo, pero ha sido el jefe enérgico a quien no puede contradecirse ni violentarse sus normas. Al fin y al cabo, así se hacen las guerras.

Once días después del triunfo en Azua, otro ejército y otros líderes militares en embrión defienden los tres fuertes creados en Santiago por Achilles Michel, quien es el primero que utiliza las palabras sacrosantas del escudo duartiano y denomina los mismos “Dios”, “Patria” y “Libertad”. Es el ejército del norte que gana la batalla del 30 de marzo frente a las tropas, igualmente superiores, del general haitiano Jean-Louis Pierrot. Ramón Santana llegó a Santiago desde Baní, donde se había acantonado su hermano Pedro, y trae hombres dispuestos a la pelea, pero la gloria de este suceso militar recae sobre la bravura de José María Imbert, que dirige la batalla por encomienda de la Junta Gubernativa, así como de Fernando Valerio, Gaspar Polanco, Francisco Antonio Salcedo, Pedro Eugenio Pelletier, entre otros. Ya hay pues, dos ejércitos y una docena de buenos comandantes. Entonces, llega Duarte de su exilio y se entera de todo lo ocurrido en su ausencia. Ha de suponerse que sus seguidores le refieren desde la forma cómo se desarrollaron los acontecimientos que desembocaron en la gloriosa noche del 27 de febrero, hasta las últimas dos batallas en defensa de la soberanía. Santana está en Baní, replegado con sus tropas. A los integrantes de la Junta Gubernativa no les gustó la decisión de Santana de abandonar a Azua después de la victoria del 19 de marzo. Es una táctica de Santana que temía que los haitianos regresasen para pelear de nuevo y encontrasen a sus tropas cansadas, o que tal vez el azar no le favoreciera a los dominicanos en la segunda ocasión. Esa táctica no la entiende Bobadilla ni la comparte Duarte. Entonces, la Junta envía a Duarte con el mismo rango de Santana para que le recrimine su táctica y para que, si es necesario, lo sustituya al frente de las tropas. Es un grave error que traerá consecuencias. Como Martí, Duarte es el intelectual, el apóstol. No es militar. Cuando Martí intentó –bajo protesta de Máximo Gómez– ceñirse la estola de combatiente, apenas cabalgó unos pocos kilómetros y cayó en Dos Ríos fulminado por un balazo certero. Gómez se lo había advertido.

Es de suponer que entre Duarte y Santana hubo discusiones. Santana hubo de explicarle su táctica de repliegue a Baní. Duarte no queda convencido y decide atacar él a los haitianos con las tropas que Santana dirige. Las contradicciones entre Santana y Duarte acaban de instalarse formalmente. Enfurece a Santana que Duarte escriba en tres ocasiones a la Junta pidiendo autorización para reiniciar la guerra contra los haitianos. Bobadilla y su grupo de gobierno reculan. Ahora no quieren salir de Santana, que ha sido el gran héroe de la lucha contra los haitianos. Tengamos en cuenta que Duarte no es aún el prócer sin máculas. Es el jefe político de un grupo, los que proclamaron la patria en el baluarte del Conde. Bobadilla encabeza otro grupo. Y Santana, sin duda alguna, ya es un líder militar con amplio reconocimiento civil. A Duarte lo hace regresar Bobadilla, con la orden de que deje a Santana gobernar su contienda en el Sur. Bobadilla y Santana son enemigos íntimos, pero coinciden en algo en lo que Duarte no cederá jamás: son anexionistas. Santana teme que los haitianos regresen y ya no sea posible vencerlos. Algo estarán tramando para una ofensiva final, piensa. Y envía a Buenaventura Báez, que peleó con grado de coronel en la batalla de Azua, un recado a Bobadilla pidiéndole que busque ayuda en el extranjero para acabar con la situación. “Como hemos convenido y hablado tantas veces, debemos proporcionarnos una ayuda de ultramar”, le escribe Santana a Bobadilla vía Báez. Los tres están en sus aguas. Y todo esto a pesar de que Duvergé vence a los haitianos en El Memizo y que Juan Bautista Cambiaso derrota a la flota naval haitiana. Otros dominicanos están luchando y no sólo es Santana. Pero, sin dudas, ya Santana quiere estar más allá del campo de batalla. Es un líder militar y político. Se enfrenta a Duarte y rivaliza con su viejo amigo Francisco, el hijo de Narciso Sánchez. Las empobrecidas masas capitalinas lo reciben alborozadas cuando llega a Santo Domingo precedido de la leyenda de sus victorias contra los haitianos. Se encamina hacia la sede de la Junta Gubernativa y cruza palabras nada amistosas con Sánchez que es ahora el presidente de la misma. El partido de los trinitarios tiene el poder. Santana, las armas y la simpatía popular. Apenas nace la república, ya los hombres que la han proclamado y que la dirigen, andan divididos. La batalla política está al rojo vivo en una nación que acaba de nacer.

Santana entiende que para gobernar la nueva nación hay que unificar el mando. Solicita detener las pretensiones de Ramón Matías Mella que proclama a Duarte presidente de la República con asiento en Santiago, aun cuando éste nunca aceptó del todo esta designación. Pide que ambos sean apresados. A Duarte lo encierran en Puerto Plata. A Mella cuando llega a Santo Domingo. Sánchez es detenido al separarse de la Junta. Junto a Mella, Pina, Juan Isidro Pérez y otros miembros del partido duartiano son llevados a la Torre del Homenaje como prisioneros. Duarte y su grupo –que, en principio, iban a ser fusilados- son enviados al destierro. Insólitamente, es penoso afirmarlo, el santanismo se populariza y varios pueblos le manifiestan su respaldo. Se ha iniciado ya la etapa oscura del general Pedro Santana.

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