Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Libros
Libros

Pecados, virtudes y vicisitudes de Pedro Santana (3 de 3)

Al general Pedro Santana le adornaron tres virtudes esenciales: valentía, estrategia militar eficaz y honestidad, pero su rosario de pecados lo llevó a sufrir -vivo y muerto- las vicisitudes más dolorosas de nuestra historia. De Libertador a Verdugo de la Patria. De Héroe a Traidor.

El influyente y valeroso líder militar de los inicios de la República fue, sin embargo, un bárbaro. Héroe indiscutible de las campañas bélicas para impedir el regreso de los haitianos al gobierno de nuestro territorio, exhibió una conducta salvaje, capaz de las peores ruindades. Su pasión por el protectorado extranjero no fue sólo suya. La refrendaban muchos hombres notables y, tal vez, una parte importante de la población “semidesnuda y semidespoblada”, como la definió Joaquín Balaguer.

No fue tampoco Santana el único adalid de las contiendas independentistas. Otros se le asemejaron en voluntad y arrojo. Pero, el general seibano no permitió que nadie hiciera sombra a la gloria que había alcanzado en los campos de batalla y a la leyenda que había creado su intrepidez y que le repetían sus áulicos tempraneros y la propia gleba que le salía en los caminos y en las callejuelas de Santo Domingo a entronizarlo en el altar de la heroicidad. Santana fue el primer héroe por aclamación de la República. A esa hora, ni Duarte ni los suyos eran tan conocidos ni poseían la simpatía que las mayorías sentían por el mellizo seibano.

Aquel hombre glorioso no supo, sin embargo, estar a la altura de su heroicidad. Cuando ordena legislar para que el país fundado por los trinitarios tuviese una Constitución, obliga a agregarle un artículo que le otorgaba poderes especiales. La Constitución de San Cristóbal, bien concebida, termina siendo un espantajo cuando se le agrega el artículo 210. Y comienza la barbarie. María Trinidad Sánchez, con cincuenta años de edad, la mujer que junto a Concepción Bona confecciona la bandera dominicana, se convierte en la primera víctima del despotismo político en la historia de la nación. Le acompañan a la hora de su fusilamiento, su sobrino Andrés, hermano de Francisco del Rosario, y otros dos ciudadanos que mostraron descontento con el empeño dictatorial de Santana. Y busca que el hecho coincida con el primer aniversario del grito de independencia de los trinitarios, el 27 de febrero de 1845. No es el inicio de sus atrocidades. Ya se había entrenado fusilando en El Prado a Bonifacio Paredes, un pobre hombre que había robado de su finca un racimo de plátanos.

El país, ignorante y sin orientación alguna, siguió su curso. Los haitianos insistían en regresar a sus dominios, y los comandantes militares dominicanos (Duvergé, Puello, Salcedo, Cambiaso, Imbert) continuaban defendiendo el honor de la nación. El azar siempre estará presente en ese tramo inicial de la historia de la nueva República. Los líderes haitianos, una y otra vez, se pelean entre sí, lo que permite a los criollos organizar sus fuerzas y avanzar en la construcción de la naciente república. Desde el asesinato del líder de la revolución que proclamó su independencia Jean-Jacques Dessalines, las expatriaciones de Toussaint L’Ouverture y de Boyer, el suicidio de Henri Christophe, los derrocamientos de Pierrot y otros gobernantes, Haití –hasta hoy– ha visto desarrollarse en su seno una historia de terror y traición sin término. Justamente por el derrocamiento de Pierrot y la crisis interna de Haití en ese momento, Santana aprovecha para afianzar su poder. Pronto caerán bajo las armas otros héroes militares que ayudaron a Santana en la lucha encarnizada contra el enemigo: los hermanos José Joaquín y Gavino Puello, Pedro de Castro y Manuel Trinidad Blanco. Los hace fusilar en la víspera de Nochebuena. Para colmo, la Iglesia aplaude el desatino. El arzobispo Tomás de Portes Infante realiza una misa de acción de gracias por haber Santana fusilados a los que tramaban contra su gobierno. Hasta que Santana se cansa de tantos complots en su contra, y enfermo se retira a El Seibo. Pronto volverá. Los haitianos se reponen y anuncian que vienen por su anterior posesión. De nuevo se recurre al seibano, a sugerencia de Buenaventura Báez. Santana es, sin vuelta alguna, el recurso militar en quien más se confía, obcecados todos con sus gloriosas campañas. Santana regresa de El Seibo y toma las armas de inmediato para enfrentar a los haitianos que ya se han establecido en Azua. En Sabana Buey, lo esperan el presidente Manuel Jimenes y el general Antonio Duvergé. El que manda es Santana. Frente a él no hay presidente ni general que valga. Insólitamente –¡ay, esta historia nuestra tan llena de contradicciones!– Francisco del Rosario Sánchez que ha regresado al país (tía y hermano fusilados por Santana, su líder Duarte aún desterrado, junto a su madre y parientes), se pone a sus órdenes y permanece junto a él en esta jornada. Cuando, terminada la batalla en Las Carreras, el presidente Jimenes ordena a Santana su retiro, todo el país se declara a favor de Santana contra Jimenes. Su liderazgo y poder son absolutos. Jimenes tendrá que embarcarse, derrotado. Pronto, el Congreso declarará a Santana Libertador de la Patria. Se retirará enfermo a Santiago donde se le practica una intervención médica y en el Cibao se queda por cuatro meses convaleciente. Prepara incluso testamento, pero aún no llegará su hora. Báez ya es presidente de la República. Al término de su mandato, el mellizo regresa a la presidencia. Es ya, para entonces, un hombre pobre. Todos sus recursos han sido puestos al servicio de las batallas militares. Inicia entonces su formal intento de obtener el protectorado español. Muchos dominicanos tienen la misma aspiración. La historia no puede ser acomodada. Incluso, Mella ayuda a Santana en ese propósito. Nunca estuvo solo en su intención anexionista. Ni tampoco en muchos de sus pecados. Su antiguo amigo, el arzobispo Portes es enviado al exilio junto a otros sacerdotes. El general Duvergé, Tomás de la Concha, Juan María Imbert son fusilados. En el caso del “centinela de la frontera” no sólo asiste a su fusilamiento, sino que luego patea el cadáver del héroe de Azua, El Memiso, Cachimán, Beller, El Número. Algunos antisantanistas permanecen a su lado porque el peligro haitiano es permanente. José María Cabral, héroe de Santomé, es uno de esos enemigos de Santana que obedecen sus órdenes porque el haitiano acecha constantemente.

Comienzan las acusaciones formales contra el bárbaro. Algunos cambian su título de Libertador por el de Verdugo de la Patria. Le recuerdan sus crímenes. Le enrostran sus brutalidades. Se impone desterrarlo. Vendrá con sus escoltas desde El Seibo para que lo encierren en la fortaleza Ozama. Pronto, lo montarán en una goleta hacia Martinica, donde no le permiten desembarcar. Regresa a Santo Domingo pero le prohiben descender. Que la goleta se quede dando vueltas hasta ver lo que se hace con él. Finalmente, lo hacen bajar y lo conducen en un barco francés hasta la isla de Guadalupe. Quedará, sin embargo, en Saint Thomas. No tardarán para llamarlo de nuevo. Se convierte en un imprescindible. Y siempre volverá por sus fueros. Esta vez no vacilará. En la frontera, los haitianos roban en las fincas, ejercen el contrabando y amenazan con volver a nuestro espacio. Luego de intensos cabildeos, se produce finalmente la anexión a España. La proclama se hace el 18 de marzo de 1861. Santana cambia, como dice Balaguer, el gran título de Libertador de la Patria por el ridículo de Marqués que le concede la reina de España. Fusila en Moca a José Contreras y a varios más que protestan el 2 de mayo por la anexión. Sánchez, que había partido al destierro, regresa por Haití, porque no podía hacerlo por otra parte, y es fusilado por Santana en San Juan de la Maguana. Todavía le queda tiempo para fusilar a Aniceto Freites, inválido, a quien llevan al cadalso en silla de ruedas. Pero, ahora el Capitán General de Santo Domingo pasa a ser un don nadie. Los españoles no le aceptan sus órdenes ni su preeminencia. Lo aborrecen. Lo maltratan. De nuevo se escucha la voz de “traidor”. Ha surgido Luperón y las armas van tras el mando de los líderes restauradores. Santana se da cuenta que la anexión es un fiasco para él y la nación, pero ya es tarde. Hasta sus propios compueblanos de El Seibo lo repudian. Se retira a vivir a Santo Domingo, en la Hostos con Luperón. Ahí morirá, abandonado, triste y muy enfermo, el 14 de junio de 1864. Sus vicisitudes continuarán ya muerto. Lo entierran en la fortaleza Ozama, para que su tumba no sea profanada. Quince años después depositan sus restos en la iglesia Regina Angelorum. Cincuenta y dos años más tarde lo trasladan a El Seibo y le dan sepultura en la iglesia parroquial. Lo volverán a cambiar de lugar en el mismo templo. Hace cuarenta años –114 años después de su fallecimiento– el presidente Balaguer lo conduce al Panteón de la Patria, recriminándole frente a sus huesos haber sido un “apóstata que vendió a su propia patria” y una “especie de monstruo”, aceptando además que estaba cometiendo “un verdadero sacrilegio”. Balaguer lo hace no por teorías ideológicas (que tanto se parecen a las teorías de la conspiración) sino alentado por historiadores y subalternos, civiles y militares. Ahora desean extraer de nuevo sus restos y llevarlo a El Seibo. Como llover siempre sobre mojado. Yo lo dejaría donde está y colocaría bajo su lápida una amplia tarja donde se inscriban todos sus pecados, junto a sus virtudes (valiente, estratega militar eficaz, honesto, nunca robó un chele de las arcas públicas). No le permitiría nuevas vicisitudes. Bastaría con mostrarle al visitante al Panteón de la Patria el amplio rosario de pecados de este héroe bárbaro. Esa sería su peor condena. Al fin y al cabo, nos ayudó a existir.

TEMAS -