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Pepín y El Men: armonías antagónicas

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Pepín y El Men: armonías antagónicas

¿Cuál sería el factor fundamental en el que se estableció y progresó el milagro dialéctico de un lazo afectivo entre un obrero comunista y un empresario capitalista? Interrogante que se hizo demandante, al contemplar la gráfica que superó lo que no podía describir la palabra: aquella en la que el país contemplaba estremecido, en un vespertino nacional, un acontecimiento singular, de esos que al decir de Antoine de Saint Exupery, en “El Principito”, “desbordan sin pudor, la capacidad de asombro”. Porque en dicha foto, salía a la luz la amistad imperecedera entre uno de los más emblemáticos empresarios de la cosmovisión capitalista dominicana, José Luis Corripio Estrada, (Pepín), y uno de los grandes símbolos de la comunista, el alto dirigente del Movimiento Popular Dominicano, (MPD), Jorge Puello Soriano (a) “El Men”.

Establecida la polarización en un escenario tan complejo del pensamiento humano, como el ideológico, es que podemos, transmitir la magnitud de la expectación causada por la mencionada noticia y la gráfica: el citado magnate, Don Pepín, de pie, reverente, contrito, al lado del cuerpo inerte del señalado líder de la izquierda radical.

Entonces entendí lo del llamado insistente del empresario, para que yo escribiera el panegírico no solo del amigo, sino y muy especialmente, el del camarada. Porque no se trataba solamente de una simple apología, sino de una coyuntura inapreciable, para conocer su itinerario revolucionario y de las sucesivas generaciones de luz.

En ese contexto, yo le garantizaba además de historiadora, la objetividad que aporta el valor de la crónica testimonial, ya que la trayectoria del camarada yo la conocía a plenitud. La compartimos desde generaciones diferentes y parcelas progresistas similares. Aunque dicho propósito, por razones de fuerza mayor no se logró entonces lo concretizamos ahora desde perspectivas más promisorias.

Porque el funeral nos colocó frente a una impensable faceta de ambos protagonistas de proyecciones humanamente enriquecedoras: la inusual relación afectiva aquí exaltada, del universo dialéctico donde transcurrió, sus derivaciones, lecciones e influjos...

Descubrimiento que también nos situó de repente frente a un insospechado desafío, de esos que solo la curiosidad, ventana por donde avizora el investigador, trataría de resolver. Esa, que hace de la fe, una búsqueda de certezas. Partí de la fundamental: la que concernía al referido contexto social, donde había germinado dicho afecto.

Por suerte Pepín, quizás sin sospecharlo, nos ayudó, al dar declaraciones a la prensa criolla, de cómo surgió y se fortaleció su relación con el citado líder comunista desde la infancia y la adolescencia. Transcurrió en una de esas fronteras incorpóreas donde en razón del subdesarrollo inciden y fraternizan distintos escaños de la espiral social.

Aunque con frecuencia algunos de estos sectores de la clase alta o media se queda, otros se mudan, en la medida que la reproducción incontrolable de dichas zonas va desdibujando las barreras que levantan los añejos blasones del orgullo, o donde al decir de Buñuel, suele atrincherarse “el discreto encanto de la burguesía”. Mientras que los de abajo, casi siempre se quedan, en la medida que la actividad lucrativa que realizan donde viven, les permite subsistir dentro de sus estrecheces.

En el caso que nos ocupa, ambas familias se quedaron, para alegría de un segmento humano, que como los niños, en el marco de su dinámica socializante, desconocen los intereses de quienes elevan las aludidas murallas, o los que las ignoran. Por eso las democratizan saltándolas con una candidez aterradora, para jugar juntos béisbol, montar bicicleta, en los solares yermos de la vecindad, en el patio de la escuela... Es que la niñez como la muerte, iguala.

Fue con semejante candidez que el niño que se apodaría “El Men”, asumió la mudanza de sus padres de San Pedro de Macorís a Santo Domingo, al barrio de Villa Francisca, en la calle Barahona 152. Allí continuaría el oficio de zapatero, al que se dedico toda su vida, incluso al pasar a una fabrica del mismo renglón, donde creó un sindicato, premisa política de la vocación revolucionaria que desarrolló, hilo conductor de su vida.

No muy distante de esos meridianos urbanos donde “El Men” trillaba, quizás sin sospecharlo, los caminos de la historia, se encuentra el pintoresco sector de San Carlos, donde se instaló la familia Corripio-Estrada, al llegar al país, siguiendo la tradición de sus ancestros.

Porque según el destacado educador Jesús de la Rosa, sancarleño de pura cepa, dicho sector fue fundado por descendientes de emigrantes españoles de las islas Canarias desde el siglo XVlI. Este, ubicado en pleno centro comercial de la capital, facilitaba la actividad lucrativa, a la que se dedicaban, incluso el padre de Pepín, continuada por él, exitosamente.

Descrito el evocador espacio urbano, tan prodigo en universos extrapolados, donde nació y se desarrollo, dicha amistad, es necesario conocer las fuerzas en pugna que la encarnaban para analizarla desde una perspectiva dialéctica, como la que fundamenta la armonía de opuestos.

Porque mientras Pepín crecía en el marco de la dinámica del desarrollo capitalista, hasta convertirse en una de las figuras cimeras del empresariado dominicano, “El Men”, iba en dirección contraria promoviendo la comunista. La primera, lucha por el desarrollo de la clase empresarial, en función de la ganancia que obtiene del capital pecuniario que invierte en sus negocios.

La segunda, de acuerdo a la ortodoxia marxista, propugna por el progreso de la clase trabajadora, en función de que de dicha ganancia se destine la parte correspondiente al obrero, por el capital que en fuerza de trabajo aporta.

No obstante, es obvio que la confrontación que se daba en el señalado acontecer económico, también aflorara en el político, como la relacionada con la democracia representativa, que es la que promueve, favorece y defiende los valores e intereses del capitalismo. De sus cuadros más prominentes, como los poderes facticos: las clases dominantes, cuerpos armados, el gran empresariado, capillas religiosas; etc.

Es sobre tal pretensión, consagrada por la burguesía triunfante en el marco de la Revolución Francesa en 1789, que dichos sectores se atribuyen la representación del pueblo en los poderes del Estado, característica que despoja al primero de sus derechos inalienables.

De ahí es que los obreros luchan por la democracia participativa, con la cual interactuarían directamente en los referidos mecanismos de poder, en función de sus objetivos clasistas. Es lo que sucede, por ejemplo, en los sindicatos en el terreno laboral y en el político a través de dispositivos de esencia popular como las Asambleas Constituyentes.

Frente a confrontaciones de tal magnitud, que se insertan en la contradicción determinante de las relaciones de producción capitalistas y que emanan de las respectivas ideologías que sustentaban nuestros protagonistas, se podría concluir que las mismas eran las que nutrían la lógica de los opuestos, que en principio pudo pesar en el progreso de la rememorada amistad.

Sin embargo, no fue así. Porque a pesar de ellas, vimos que su relación, que surgió en principio en el marco de esa abstracción inocente y espontánea de la niñez; siguió fluyendo igual de adulto. ¿Cuál sería la incógnita tras un acontecimiento tan extraordinario? Resolverla será el leitmotiv de la próxima entrega.

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