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Redes sociales: el caso Pilcaya

No todos andamos por las redes. En mi caso, me aturden y aburren. Y esto último en su sentido más asnal. Pero sí todos somos tocados por las redes. Y la red es un espacio múltiple donde se cuecen todas las alquimias del suceso humano: las que forjan una solidaridad y apremian una nobleza, del tipo que sea; o las que desencadenan un alboroto en el cortijo y estropean una reputación o distribuyen infamias.

Unos, no se hacen nunca usuarios. Otros, utilizan las aplicaciones esporádicamente. Pero, los power users tienen siempre activadas sus ociosas presencias a través del imprescindible móvil. Y en esa marejada donde la condición humana obliga a una nueva tasación de los expertos para poder reconocer sus reales cualidades y deterioros, estamos obligados a diseñar una estructura mental, que tal vez antes no previmos, que nos ayude a diferenciar la verdad de la engañifa, la nota cierta del bulo.

En el remolino se arrebañan lo mismo un fenicio venido a menos en la cantera de las oportunidades, que un malandrín que encuentra cobijo seguro en la trastornadura de la realidad y en la mudanza de los sentidos. Pero, igual también, el ingenio que se escuda en titulación fingida, en anonimato ruin, como el usuario verificado que traspasa una noticia como cierta sin haber comprobado su veracidad y que luego no aclara su falsa expertise, y así se queda. En este terreno se cuelan muchos periodistas y periódicos. A veces, credulones y cándidos. Otras, metiéndose en el sendero como en un aquelarre. Las noticias ya son productos y la información cambió su nombre por contenido. Fake news y posverdad ya entraron en la casa como una novedad que debe compartirse. Así andamos.

Ilustro con un caso que sucedió en Ciudad de México el año pasado. Se le conoce como el caso Pilcaya. Era la mañana del 4 de abril, según nos cuenta Esteban Illades. Las redes se pusieron temprano al rojo vivo. Un automóvil Aston Martin había colisionado en la madrugada con otro de marca menor. Anotemos que Aston Martin es un auto de lujo y de alto rendimiento, de fabricación británica. Léase, para gustos y bolsillos exquisitos. Su costo supera los quinientos mil dólares. La noticia sensacional: el conductor y propietario del Aston Martin era el alcalde priísta del municipio de Pilcaya, del estado de Guerrero, Ellery Guadalupe Figueroa Macedo. Digamos en este punto que Pilcaya tiene un 25% de población en pobreza extrema y un 73% de pobreza. A las 9:35 de la mañana, 132 personas habían visto y compartido el tuit con la información. Y comenzaban las quejas de que cómo el alcalde de una comunidad tan pobre y con un ayuntamiento en quiebra podía ser propietario de un Aston Martin. Pero, el tuit provenía de la cuenta oficial de Azteca Noticias. Era creíble, pues, según el canon.

A las 2:30 de la tarde, la revista Proceso ofrecía en la red más detalles: una vista del choque, el Aston Martin destrozado en la parte delantera y el otro automóvil totalmente averiado. El tuit había sido compartido por 77 personas. A las 3:05, el diario El Sol de Acapulco repetía lo del conductor y el alcalde protagonizaba una noticia que a esa hora se expandió por todo México. A las 3:26, el periodista de Proceso, Ezequiel Flores, que escribía sin identificar fuentes, aseguraba que el conductor era el alcalde de Pilcaya. A las 3:27, un minuto después, Radio Fórmula afirma lo mismo que Flores, pero ya le atribuye la noticia a Joaquín López Dóriga, un jeque noticioso de Televisa. A las 4:00 de la tarde, la cuenta de Twitter de Proceso, con 4.36 millones de seguidores, comparte la nota de Flores, 839 personas la replican, 364 la guardaron, 273 escribieron sus comentarios. A las 4:07, un congresista de Guerrero comparte la nota aludida con otra fuente procedente de la agencia Quadratín, esta última ofertada solamente como un reporte.

A las 4:22, la fiesta sigue. Javier López Díaz, un conductor de radio en Estados Unidos con 643 mil seguidores, se acoge a la noticia dada por la revista Proceso. A las 4:28 MVS Radio entra al ruedo (lo que está de moda, no incomoda) y elabora su propia nota, que eso de seguirle la huella al burro no tiene gracia. Profesionales, carajo. Y esta radioemisora informa que “de acuerdo a testigos” el alcalde Pilcaya, conductor del Aston Martin, se había dado a la fuga. ¿Hacia dónde?

A las 4:40, Óscar Mario Beteta, un periodista con su cuenta propia y 93.400 seguidores, difunde una versión similar a la anterior, y todavía nadie cita fuente ni nombres de testigos del suceso. Todo es rumor. A las 4:43, otro periodista, Federico Sariñana, tuitea: “Importante: Aston Martin abandonado en Ciudad de México no es del alcalde de Pilcaya. En un momento más información...” Sólo dos personas hicieron caso al tuit de Sariñana, mientras las noticias de Proceso y de los otros medios que se metieron en el globo se esparcieron a los cuatro vientos. Y el alcalde en el candelero. A las 5:04, la cuenta verificada de Anonymous Hispano formula su propia versión, haciéndose eco de los reportes anónimos previos. A las 6:19, una cuenta denominada @AutosyMAS con 100 mil seguidores en ese momento, bautiza al alcalde como #LordAstonMartin y pedía retuits para difundir la nota. No había dudas. Como dice Illades –que es editor en la revista Nexos y columnista del periódico Milenio, por tanto periodista- la historia de pobreza de Pilcaya era perfecta para la indignación: un político corrupto que roba a los pobres y se compra un Astin Martin de cuatro o seis millones de pesos mexicanos, porque hasta en esto las notas divulgadas en las redes diferían.

Es a las 6:29 de la tarde, cuando el ayuntamiento de Pilcaya emite un comunicado afirmando que el Aston Martin no era del alcalde y que tampoco lo manejaba al momento del accidente. El alcalde Figueroa Macedo inicia a esa hora una gira por todos los interactivos radiales y programas de panel televisivos. Y afirma en ellos que si alguien demuestra que el Aston Martin es suyo, renuncia a su posición. No valió lo del comunicado ni las declaraciones del alcalde. El rumor siguió su navegación en las redes. La noche de aquel 4 de abril continuó siendo receptáculo de todo lo que Twitter vomitaba contra el alcalde y su lujoso auto británico, propio de lores ciertamente.

Y llegó el día siguiente. La mañana del 5 de abril se inició con la perorata de un rey de los matutinos radiales, Alejandro Martí, quien decía que el accidente del alcalde era un ejemplo de la corrupción nacional. A las 12:09, cuando ya han pasado más de veinticuatro horas del suceso, la periodista Fernanda Familiar, con 852 mil seguidores, cuestiona en su cuenta: “¿Qué tal el Aston Martin con permiso a nombre del alcalde de Pilcaya, Guerrero, que chocó ayer en la madrugada? Dicen que cuesta 6.5 millones de pesos”. “Dicen”.

Cuando la controversia cesó, dos días más tarde, y el alcalde había sido ya enviado a freír tusas, un par de medios comenzó a desmontar la desinformación, publicando versiones que Illades califica de “más complejas y plausibles”. El Aston Martin ciertamente, no pertenecía al alcalde. Era propiedad de un ciudadano con billetes que el pobre alcalde nunca tendría. Lo que sí existía, nada pecaminoso, era un permiso del ayuntamiento de Pilcaya por treinta días para que el auto pudiese circular por dicho municipio. Un permiso que sólo costó 205 pesos. La revista Proceso entonces inició una nueva andanada. Cambió el chucho. Y comenzó a informar que había una red de corrupción en Pilcaya con la venta de esos permisos. Y en la juerga le siguieron Anonymus Hispano y otros medios. La cuestión parece no perder nunca el pleito. “Para el 9 de abril –nos cuenta Illades- los tuits sobre el alcalde disminuyeron notablemente y para el 11 no hubo uno solo. La indignación duró cuatro días y después cayó en el olvido”. Empero, la reputación del alcalde quedó para siempre en entredicho. Lo que dijeron Proceso y los demás aún se puede leer en internet. Nunca se borran las falacias. “Y cuando usted menciona Pilcaya, lo relaciona con un Aston Martin chocado, propiedad del alcalde que se hizo rico a costa de un municipio pobre”. Fake News. Y parece no haber remedio.

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