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Rafael L. Trujillo
Rafael L. Trujillo

Rubi, un pasatiempo de mujer rica

Porfirio Rubirosa –que tuvo lados oscuros al servicio del régimen trujillista, aún no suficientemente dilucidados– merece una serie cinematográfica menos burda que una que hemos sufrido en meses recientes.

El francomacorisano Porfirio Rubirosa Ariza apenas tenía 22 años de edad cuando Trujillo lo convirtió en uno de sus ayudantes con rango de teniente del ejército. Custodiar la puerta de entrada al despacho del Generalísimo con una ametralladora Thompson en sus manos fue el primer oficio que conoció en su vida, lo que lo acercó, muy temprano, al poder y sus veleidades.

Hijo de diplomático con muy buena posición social, se educó desde niño en París, regresando a su patria cuando había cumplido los 17 años. En la capital francesa comenzó a conocer, siendo menor de edad, la vida de los bares y burdeles, las relaciones con jóvenes de fortuna y las escapadas con chicas de la alta sociedad. Cuando Trujillo le ordena acompañarle a su nueva mansión en San José de las Matas -donde acostumbraba a pasarse meses, dirigiendo desde allí su gobierno-, a pesar del desaliento que aquella responsabilidad obligada le produce por el ambiente solitario y bucólico del lugar, después de su intensa adolescencia parisina, es en esa comunidad donde comenzará a labrarse su destino y su historia de amoríos desenfrenados.

Sus biógrafos acuerdan que tenía donaire, don de gentes, buenos modales y porte atractivo. En aquel promontorio matense, residía junto a su padre Flor de Oro, la hija primera del mandamás dominicano. Tenía apenas 17 años, no era bella pero sí encantadora y avispada. No se sabe con certeza quién lanzó el primer dardo. Ella pidió a su padre que le asignara al teniente para sus prácticas de jineteo y pronto ambos aprendieron a amarse, entre montes y arbustos. Cuando Trujillo vino a darse cuenta, ya era tarde. Ella plantó cara a las pretensiones de su padre de alejarlo de Porfirio, pero nada pudo contra ella ni contra el joven practicante de boxeo, jugador de béisbol y entrenador de fútbol. Como otras veces, el dictador mandó a encarcelarlo, lo alejó de su entorno, en ocasiones posteriores sufrió incluso el exilio, pero, al final, siempre terminaba haciéndole regresar a sus dominios. La boda la ofició en la Catedral Primada monseñor Rafael Conrado Castellanos -el arzobispo Nouel estaba retirado del servicio por enfermedad-, con el boato propio de cortes imperiales. Rubirosa fue ascendido a capitán y designado subsecretario de la Presidencia. Ramfis, que muchos años después sería su amigo de correrías por los predios parisinos, estuvo presente en las nupcias de su hermana con apenas cinco años de edad. Meses más tarde, Trujillo se divorciaría de Bienvenida Ricardo –quien nunca gustó de Porfirio- para matrimoniarse con la madre de su primer hijo. Flor de Oro era su primera hija, procreada con Aminta Ledesma.

Menos de un año después, Rubirosa partía a Berlín donde inició su atropellada carrera diplomática. Golpeaba a Flor de Oro, contra toda consecuencia, y Trujillo decidió extrañarlo del país. Al mismo Trujillo le confesaría su esterilidad y el dictador, al saber que no tendría descendientes con él, pidió que se divorciara de su hija. Ella, sin embargo, seguiría con los años persiguiendo su amor y su cama. Testigo de importantes acontecimientos históricos, Rubirosa pudo conocer de cerca la racha nazista y la invasión de Alemania a Francia. Entre el gobierno de Vichy, Berlín y París, su vida transcurrió dicharachera y orgiástica, en plena guerra mundial. Valiente y arriesgado -nunca fue un pelele- enfrentó el asedio nazi y mantuvo su presencia en el gobierno del general Petain. Llamado varias veces por la soldadesca del Fuhrer, nunca cedió a sus propuestas. Utilizó con soltura el lenguaje diplomático para salir a flote en medio de aquella situación, pero también se fue a los puños con un oficial alemán cuando éste le ofendió en un bar. Fue la época en que conoció, en plena calle, a la primera mujer que conquistaría con sus argucias y sutilezas: la actriz Danielle Darrieux. Se casaron en 1942 en plena guerra. Pasaron su luna de miel en Portugal y luego establecieron residencia en Ile de France, donde Danielle poseía una hermosa villa. Contribuyó con la resistencia francesa y estuvo entre la multitud que celebraría la liberación de Francia. Tiempo después, Trujillo lo destinaría a Roma. Su fama comenzaba.

Fue en la capital italiana donde una periodista de la revista Harper’s, Doris Duke, llegó para entrevistarlo. Se enamoraron a primera vista. Ella era en ese momento una de las mujeres más ricas del mundo. Danielle no tuvo más remedio que salir del escenario de Porfirio. En 1947 celebraba su boda con Doris en pleno consulado dominicano en París. Él le regaló un anillo de rubíes. Y ella, un anillo de oro, varios autos de carrera, un avión B-25 y le abrió una cuenta con 500 mil dólares. Su fama corría ya por todo el universo y su leyenda comenzaba su curso. A partir de Doris Duke, Rubirosa comenzó a ponerle precio a sus amores. En lo adelante, el romanticismo quedaría relegado y sus arreglos matrimoniales contenían cláusulas que implicaban montos relevantes en caso de divorcio. Giacomo Casanova había escrito su historia sexual dos siglos antes. La leyenda fabricada de Rodolfo Valentino tenía más de una década que una úlcera péptica la había consumido. Rubirosa creaba ahora su propia historia, era el suceso masculino de la hora y ya comenzaban a compararlo con el aventurero veneciano y con el actor italiano.

Todo lo que vino después tuvo aliento de bohemia inacabable, parranda cotidiana, aventuras falderas sin término y una insuperable manera de cautivar a cuanta mujer se le cruzó en su camino, a ritmo de guitarra, buen vino y un requiebro a quemarropa que paralizaba corazones. En “Plegarias atendidas”, Truman Capote escribió sobre su desmesura fálica que es otro de sus mitos más divulgados. Lo único cierto es que fue un genio de la conquista, ejercitante asiduo del magisterio del amor en los tálamos de sus prendas europeas. En el #me too actual hubiese sido un perseguido. Acosaba con elegancia, explotaba a las féminas sin remedio y sabía dar azotainas frecuentes a las mujeres que intentaban poner frenos a sus ambiciones o restricciones a sus gastos. Con un Remy Martin al frente casi siempre, logró la atención de emperadores y personalidades de alcurnia, como el rey Farouk de Egipto o el príncipe Ali Kham. Con su equipo de polo Cibao-La Pampa se adueñó de los campos de juego de Europa y Asia. Fue uno de los fundadores del jet set y lo de play boy nació en su cuna. Zsa Zsa Gabor, Barbara Hutton, y algunos afirman que Marilyn Monroe, Susan Hayward y Dolores del Río, grandes mujeres del cine de la época, fueron sustraídas por sus encantos, a tambor batiente. Un testigo asegura que hasta Evita Perón estuvo a punto de caer en sus redes. Entonces llegó Odile Rodin, el amor final y único, tal vez. Buenos Aires, Bruselas, Roma, Miami, California, a más de Alemania y Francia, conocieron de sus hazañas y de su celebridad. En La Habana –era embajador allí entonces- recibió la revolución en su día triunfal. Su gran aventura lo llevó a ser parte de grandes momentos de la historia. Cuando a los cincuenta años comenzó a perder su vigorosidad, sintió que la vida se le acababa. Había vivido para el dinero, la cópula y el renombre. Perdió toda su fortuna –Ramfis le tendió una celada y le llevó lo que quedaba en su cuenta US$500 mil, vendiéndole falsamente Molinos Dominicanos, días antes de huir del país en noviembre de 1961-, en la cama ya no pudo ser más lo que había sido y su ego varonil comenzaba a desmoronarse. Conduciendo su hermoso Ferrari, borracho como uva riojana, se estrella contra un árbol de castañas en la Bois de Boulogne. Tenía 56 años y era 5 de julio de 1965. Los comandos abrileños estaban esa noche defendiendo la ciudad intramuros de los aprestos invasores para tomar la ciudad. El país ardía. En París, una leyenda moría. Como dijo Zsa Zsa Gabor: “Rubi es el mejor pasatiempo que una mujer rica puede comprar”.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.