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Novelista
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Toni Morrison y una corta carrera larga

Con Ojos azules Toni Morrison inauguró un estilo narrativo en la literatura norteamericana

Toni Morrison publicó su primera novela, Ojos azules, en 1970, cuando tenía 39 años de edad, y la segunda, Sula, en 1973, cuando ya había cumplido 42. Con ninguna de las dos obtuvo el aprecio de los lectores y de la crítica y ella misma aseguraba que no fue hasta veinticinco años más tarde que Ojos azules logró una edición digna. Es con su tercera novela, La canción de Salomón, cuando la crítica comienza a reconocerla y se le otorga en 1978 –apenas ocho años después de ella lanzarse al ruedo literario- el National Book Critic Circle Award. Publica en 1981 La isla de los caballeros que la crítica –ya con su atención puesta en ella- advertiría que era una de sus obras más relevantes. Y con su quinta novela, Beloved, obtiene el Pulitzer, en 1988. Tenía ya 57 años de edad. Cinco años después, en 1993, cuando ella ya contaba 62 años, le conceden el Premio Nobel de Literatura. En apenas veintitrés años, la escritora norteamericana hizo toda su carrera literaria, alcanzando el máximo galardón de las letras universales. En total, publicó 12 libros –la mitad publicada después del Nobel- y alcanzó el estrellato de lectura y crítica en muy pocos años. La crítica literaria norteamericana vino a darse cuenta del suceso que ella significaba apenas unos años antes de que se le concediese el gran galardón sueco.

Comencé a leerla en los ochenta. Llegó a mis manos La canción de Salomón. Me convertí en un lector consecuente de los libros suyos que, por entonces, resultaba difícil localizar en alguna de nuestras librerías. Mi suscripción a una importante sociedad de lectores de España, hoy prácticamente disuelta, me facilitaba la obtención de sus obras. Hasta hoy, admiro la manera como esta gran novelista desentrañaba sus historias a través de un lenguaje de excitantes matices, coloreada con el vigor y la belleza de su prosa cautivadora.

Con Ojos azules, su primera novela, Toni Morrison inauguró un estilo narrativo en la literatura norteamericana. Fue la primera que utilizó efectos visuales en la confección de sus historias y en la plasmación de su escritura, agregando juegos verbales y sintácticos que consiguieron su objetivo de provocar a una masa de lectores que, como la de Estados Unidos, no estaba acostumbrada a ese “deportivismo” literario.

La novela es la historia fundamental de una niña negra, Pecola, que pasaba “largas horas mirándose al espejo, esforzándose en descubrir el secreto de su fealdad” y que cada noche rezaba para tener los ojos azules de Shirley Temple, que para entonces era una niña que actuaba en seriales famosos de la televisión norteamericana. Pero, la novela es, a la vez, la historia de tres familias y cómo se entrelazan las vidas de sus integrantes para crear un sendero de dramas diversos en medio de las gravedades y los dolores sobre los cuales sobreviven en las cuatro estaciones del año.

Hay existencias periféricas que la historia de Morrison muestra en esta novela: la de la familia que vive en la calle (“Siendo una minoría tanto por casta como por clase, nosotros nos movíamos de todos modos en el margen de la vida, pugnando por consolidar nuestra debilidad y permanecer allí, o por trepar sin ayuda hacia la sólida parte central”). Las debilidades de una sociedad donde el racismo y la diferencia de clases marcaban distancias. Las familias negras del barrio sufrían el escarnio de los blancos, pero, al mismo tiempo, algunos negros no asumían la certeza del color de su piel y se negaban a aceptarse como tales (“En el desprecio hacia su propia negrura estaba el mordiente del primer insulto”). En medio de su propia autoaversión, cultivaban su desesperanza y la absorbían en una “piña de desprecio que durante generaciones había fermentado en las profundidades de sus mentes, se había atemperado y se derramaba por encima de los bordes de la afrenta consumiendo cuanto hallaba al paso”.

Con severidad y rigor, y a la vez con elegancia en la descripción de personajes y ambientes, la autora transita por aquel mundo de sorprendentes recuerdos y dilemas con la sagaz perspectiva de quien observa el paso de las estaciones con la cabeza trastornada por los desvaríos del tiempo y el hechizo de la palabra cuando se asienta en los conceptos y en la propia realidad. Todo, sin que quede fuera la condición humana, la “bajeza de la pasión” con su amplia gama de emociones. La familia Breedlove, que era la de los padres de Pecola, eran pobres y negros y además se creían feos (“Y tomaron en sus manos la fealdad, se la echaron encima como una capa y se fueron por el mundo con ella”). Había otras familias negras, pero una cosa era ser negro y otra ser gente de color. Los padres de niños blancos no gustaban que estos jugasen con negritos, aunque podían admitir que sí lo hiciesen con niños de color. Estos últimos eran “limpios y discretos”, los negritos “sucios y ruidosos”. Era una línea divisoria entre ambas clasificaciones tan arbitrarias que “no siempre era concluyente: sutiles signos reveladores amenazaban con difuminarla y había que permanecer constantemente alerta”.

La novela es, en medio del drama que narra, encantadora. Toni Morrison fue, en toda su obra literaria, una mujer que uno hubiese deseado conocer por la forma como escribía, por su belleza humana. Su prosa es limpia, sin arrugas; sus descripciones, precisas y hermosas; su relato, perfecto. Nunca he entendido como los críticos norteamericanos de los setenta no pudieron advertir que estaban frente a una de las narradoras más asombrosas de su época. Morrison describe y narra de forma mágica, bajo niveles de excelencia. Unos pocos libros y un tiempo corto la llevaron rápidamente a considerarla apta para el Nobel de Literatura. Había recorrido un largo trecho en poco tiempo.

Cuando el daño a Pecola estaba consumido, ella fue olvidada para siempre: “Y los años se plegaron como pañuelos de bolsillo”. Sammy se marchó de la ciudad; Cholly, el padre de Pecola y quien la deshonró embarazándola, murió en la cárcel; la señora Breedlove siguió desempeñando, entre lágrimas y una rara fortaleza vital, sus acostumbradas faenas domésticas; y Pecola se quedó vegetando en la vida ya sin soñar en lo imposible: tener los ojos azules de Shirley Temple. Tuvo que convivir con sus ojos tristes, los que la vida marcó en su rostro, los que su rostro recogió de la vida (Blue es azul en inglés, pero también triste). Toni Morrison escribió una novela contra las diferencias raciales, sin esconder la autoaversión racial de muchos negros. De esta manera, enfrentó rudamente las concepciones sobre la belleza que se imponía en aquella sociedad, el canon que establece la hermosura y la fealdad. La autora relata la escala de belleza que malogró la vida de una familia y de la niña Pecola. “Como algo tan grotesco –explicaba luego Toni Morrison- como la demonización de toda una raza podía echar raíces dentro del miembro más delicado de la sociedad: una niña; el miembro más vulnerable: una criatura del sexo femenino”. Contrario a lo que se afirmó por mucho tiempo, la historia que cuenta Morrison no fue la de su vida. Ella creó un relato, en base a experiencias conocidas, y con el mismo quiso “tocar el nervio despellejado del autodesprecio racial, sacarlo a la luz, luego sedarlo, no con narcóticos sino con un lenguaje que reprodujese la acción” que ella descubrió en su primera experiencia con la belleza. Hay que tomar en cuenta que la historia que se narra ocurre entre los años 1965 y 1969, como explicó la autora, que fueron tiempos difíciles para la comunidad negra norteamericana. Increíblemente, Ojos azules, como la vida de Pecola, “fue desechada, trivializada, mal interpretada”. Hubo que esperar que le concedieron el Nobel a Toni Morrison para que veinticinco años más tarde, aquella primera novela de esta escritora maravillosa que aún releo, fuese reconocida como uno de los grandes momentos en la literatura contemporánea de Estados Unidos. Toni Morrison, nativa de Lorain, Ohio, falleció el pasado 5 de agosto, en un hospital de Nueva York, a los 88 años de edad.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.