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Últimos años con Juan Marsé

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Últimos años con Juan Marsé
El escritor español, Juan Marsé.

Declaro ser un lector tardío de Juan Marsé. Hay casos en que uno no termina de ser conquistado por un autor, y lo peor, sin haberlo leído. Noticias suyas siempre llegaron, pero mi defectuoso olfato terminaba por imponerse. Marsé no era escritor a defender en una buena lectura. Me extrañaba que Francisco Umbral no lo incluyera en su Diccionario de Literatura (Planeta, 1995), ni en su Diccionario político y sentimental (Círculo de Lectores, 1999), ni siquiera que lo mencionase en sus memorias literarias Las palabras de la tribu (Planeta, 1994). Hubo un tiempo en que Umbral dirigía la desafinada orquesta de nuestros gustos literarios, porque durante esa época nos parecía un semidiós arrinconado en sus cultivos sapienciales de ojerizas y en su tabladillo de dicterios. Y como que uno se va creyendo todo, sin conocer lo que se esconde tras el Paco, el pacotillero.

Un amigo me sorprendió un buen día y me dijo: ¿lo conoces? Dije que sólo de nombre, como si acaso en algunas tertulias o escrituras literarias hubiese escuchado o leído sobre sus quehaceres. Que sí, que había oído hablar de él de a mucho, pero que de a poco no me entusiasmaba leerlo. El prejuicio bizco de todo lector que alguna vez, muchas veces, desestima un buen palique para irse de farra con un ruidoso sonajero. Sucede. No lo podemos negar: sucede. “Toma, te lo regalo. Léelo. Y me dices”. No fue cosa de ayer, pero digamos de hace relativamente pocos años. Entonces, dejó en mis manos Si te dicen que caí, la mejor novela que había leído en varios años. Y soy cauto. Un regreso, o una vuelta, a la infancia, en medio de la posguerra española, las taras del franquismo, y todo el recuerdo envuelto y revuelto de una adolescencia perdida. La novela data de 1973. Creo que para entonces Neruda y los del boom llenaban todas las expectativas, la narrativa española comenzaba a dejar atrás a sus renombrados de las épocas anteriores al franquismo, o surgidas dentro de la dictadura misma, y de cualquier modo las simpatías o apremios ambulaban por otra parte. De cualquier modo, dudo que Marsé fuese conocido en República Dominicana para los setenta. No lo sé. La edición que me regalaba el amigo era muy posterior a ese año. Marsé era ya, sin embargo, un escritor aplaudido. Medianamente, porque Francisco Franco y sus censores agrupaban en sus manías sus miedos más sañudos. Y la literatura suele producir estos miedos en los regímenes autoritarios. El Caudillo tenía ojo avizor para cualquier hechizo que terminara encandilando a lectores avispados y avisados. En suma, esa novela de Marsé fue reprobada en España y el autor se fue a México a publicarla donde obtuvo premio y creció su fama. La edición que mi amigo me obsequiaba traía las revisiones y arreglos que Marsé solía realizar sobre sus obras ya conocidas. Edición tras edición las revisaba, encontraba cosas que sobraban y otras que faltaban, redistribuía sus capítulos, eliminaba vocablos, sustituía episodios, hasta que, al fin, lograba la edición definitiva. La que me tocó leer entonces de Si te dicen que caí era, por suerte, la versión final. Ya no la recompuso más.

Poco tiempo después, asistí por primera vez a la feria del libro de Guadalajara, y allí estaba Juan Marsé presentando en la carpa de Plaza & Janés la primera edición mexicana de su novela El embrujo de Shanghai (que me dedicó amablemente). Era el gran invitado de la prestigiosa feria mexicana, donde se le entregaría el premio Juan Rulfo, hoy premio FIL de literatura en lenguas romances. Con la compra venía de regalo un pequeño libro titulado Señoras y señores. Retratos con retoques, unos cuadros muy críticos, poco clementes, salvo uno o dos damas, sobre determinadas figuras de la literatura, del arte y de la política española. Fue el predecesor en este ángulo sin misericordias, del Umbral inquisidor que no pretendía nunca –no era su preocupación- otorgar perdones. De Isabel Preysler (“con su firme voluntad de ser y de estar en el querer y en el poder, o en las cercanías del poder”), de Julio Iglesias (“voz de terciopelo raído”), de Sarita Montiel (“una guapa actriz que nunca supo interpretar, que nunca supo cantar, que nunca supo bailar. Nadie menor pertrechado para el estrellato ha derramado tanta luz”), Y así, Felipe González, Plácido Domingo, Fernando Fernán Gómez, Rocío Jurado, Fernando Vizcaíno Casas, Fernando Savater, Marguerite Duras (“prosa tricotosa...menudo coñazo”), y más. Manuel Vazquez Montalbán le puso prólogo al librito y exaltó la prosa del “mirón dentado y despegado... que se asoma a los escotes del mundo y deja una mirada, a veces incluso un mordisco”. Los retratos habían sido publicados originalmente en una revista de la época y en el diario El País.

Luego vino todo lo que vino después. Todo Marsé. O casi todo. Sus relatos, sus artículos periodísticos (¡Uff!, esas sabrosas “Confidencias de un chorizo”, Planeta, 1977, que debieran figurar en los temarios de cualquier escuela de periodismo), sus novelas. Nunca he alcanzado a conocer sus cuentos infantiles que Alfaguara sigue publicando, y sobre todo sus dos libros primeros, “Encerrados con un solo juguete” y “Esta cara de la luna”, novelas de inicio que datan de cuando éramos niños aún, de 1960 y 1962, y que, según algunos críticos, fueron forjando el prestigio del prosista y del narrador impetuoso y sobresaliente que nacería para la gran mayoría justo después de esos dos textos, cuando publica su tercera novela, y la más conocida, Últimas tardes con Teresa, donde crea a su personaje Pijoaparte, un marginal en busca de movilidad social rápida, surgido de las sombras de su barrio con “esa feroz coquetería de los grandes solitarios y de los ambiciosos superiores”. Y al frente, o al lado como sucedería pronto, Teresa, estudiante, integrante de la aristocracia catalana, suelta, seductora. La novela, celebrada entre las mejores de la novelística española, publicada aún en pleno franquismo (1966), y ganadora del premio Biblioteca Breve, termina una historia de amor, romántica hasta el delirio, pero a su vez la fotografía de una época y de una sociedad de carencias y ambiciones acumuladas. Sigo pensando que la mejor novela de Marsé es Si te dicen que caí, o por lo menos la que termina de patentizar la calidad literaria de su narrativa, y con la que logra su momento de mayor esplendor. Pero, Últimas tardes con Teresa es un clásico de la literatura ibérica contemporánea. Como dice Vázquez Montalbán, miembro de su generación y ambos con antecedentes republicanos: “Pijoaparte estaba obligado a ser implacable con los hombres y Marsé estaba obligado a expresar esta sed de hembra con la que los españoles se levantan y se acuestan, nacen y mueren, una sed de hembra cultural y vergonzante, como el culto a la madre que nos parió y el respeto por los callos a la madrileña”. Una opinión risueña tan válida para su novela como para sus “retratos con retoques”. De cualquier modo, en vez de una, Marsé escribió dos de las mejores novelas de la posguerra española. Y creo que eso le basta. Que eso le bastó para, en sesenta años de ejercicio literario –que justo cumplía en este 2020- quedar consagrado como un escritor de talla y un novelista tan alto, tan denso, tan colina, alborozo, brazada y lustre, como lo fue, como lo seguirá siendo. El escritor de pluma mejor afilada de España, le llamó alguien por estos días. Con algo de gresca y cabriola, camaleón catalán que deja huérfana de sus travesuras literarias a una Barcelona que le resultó siempre manantial y cuna de su creatividad, de sus recreaciones epocales, de su vívida letra insurrecta y cautivadora.

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Juan Marsé murió en la Barcelona donde nació hace 87 años, el pasado sábado 18 de julio, por viejos achaques cardíacos y pulmonares. Perteneció a la generación de los 50 en la literatura española. Fue autor de 15 novelas, cuatro colecciones de relatos, dos libros de cuentos infantiles, dos de columnas periodísticas y siete libros más donde incluye crónicas de viajes, ensayos y retratos de figuras del cine. En 2008 obtuvo el Premio Cervantes.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.