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Un minuto para el absurdo

Los libros de Anthony de Mello fueron escritos para ayudar a los creyentes y no creyentes de todas las religiones. En este, el sacerdote jesuíta, relata de forma breve y accesible un compendio de sabiduría. Probablemente el lenguaje del Maestro resulte misterioso, exasperante y un poco absurdo. Pero a medida que se va entrando en cada página, es posible que se descubra la silenciosa enseñanza que se esconde en cada una de ellas. Así se va cambiando sin ningún esfuerzo. Que nos transformamos, creámoslo o no, por el simple hecho de despertar en la realidad que no son palabras y quedan fuera del alcance de dichas palabras. Son muchos los libros de Anthony de Mello, sin embargo, ahora volvió a caer en mis manos “Un minuto para el absurdo” que aunque ya lo había leído hace algunos años, llegó a traerme un nuevo mensaje.

Es un libro que parece escrito para los pueblos donde todo se ha convertido en saco, corbata, zapatos carísimos, yipetas hermosas y palabras huecas. Sé que muchas de las personas no están dispuestas a renunciar a sus celos y preocupaciones, a sus resentimientos y culpabilidades, ya que estas reacciones negativas, con sus “punzadas”, les dan sensación de estar vivos. Eso lo dice el Maestro. Y puso un ejemplo: “Un cartero se metió con su bicicleta por un prado a fin de conseguir un atajo. A mitad del camino un toro se fijó en él y lo persiguió. Finalmente, y después de pasar muchos apuros, el hombre consiguió ponerse a salvo.

“Casi te agarra, ¿eh?–le dijo alguien que observaba lo ocurrido.

“Sí, respondió el cartero, “como todos los días”.

Esas palabras, como usted, mi querido lector, mi estimada lectora, son anécdotas, verdades o como quiera llamarlas, pero sí son hermosas e invitan a la reflexión. Leer un libro que lleva a la meditación es como una oración que pone en nuestras almas las transformaciones más positivas por las que hemos luchado.

Aquí en Denver, con el frío que congela la existencia o el calor que quema la mirada, lo mejor es quedarse en la casa y leer, leer, leer, porque salir a la calle es imposible. Ayer le decía al hijo de una amiga al que le regalé un libro, que leer es una manera de ampliar nuestra existencia. Es cierto que ahora lo que se usa es la computadora con sus amplios inventos, los celulares que nos permiten no hablar ni preguntar, pero para nosotros los “pasados meridianos”, aunque hemos accedido a una parte de este “modernismo”, leer un libro, página tras página, subrayar lo que más nos guste, es como una “rosa cuajada de rocío” como dice la canción.

Releer un libro que aparece de nuevo en nuestras manos, yo lo considero como “un pedacito de ternura, un retacito de abrazos, hilo de besos, trocitos de miradas, voces que quedan en el recuerdo, dulces momentos ya vividos, bolitas de color, cuentos de osos y lobos, de Caperucita y abuela del bosque, y que ocupa un lugar preferido en el corazón, con un baúl de recuerdos donde se guardaron momentos del pasado, y hasta de la infancia”.

Denver, Colorado