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Vicenzo Mastrolilli y los premios Siboney

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Vicenzo Mastrolilli y los premios Siboney

Hugo Tolentino forjó el proyecto y se lo llevó a su amigo entrañable, empresario batallador y de buena fortuna. El país literario dominicano pasaba por un tiempo de inquietante sequía. Pensando a la distancia, uno puede entrever la agitada marcha de los sesenta con todos sus albures políticos, sociales y culturales. Fueron diez años cruciales en todos los sentidos, donde sucedieron demasiados acontecimientos marcadores: el fin de la dictadura, los aires de libertad, las primeras elecciones generales, el ascenso y caída de Juan Bosch, la entramada golpista, el Consejo de Estado, el Triunvirato, la revolución abrileña, nuevas elecciones, el ascenso de Balaguer, los nuevos exilios, el inicio del proceso de exterminio de las fuerzas de izquierda. Uno no puede creer hoy como encontraron cabida tantas acciones históricas en apenas dos lustros.

En ese proceso iba a entrar de lleno en la historia el rol intelectual. El país se abría a una nueva etapa y los escritores comenzaban a trillar un camino de mayor libertad expresiva, sin retrancas ni temores. Los sesenta parieron dos generaciones literarias, y casi tres. Una, provenía de los años finales de la Era de Trujillo, específicamente aquellos escritores que publican entre 1960 y 1964. Esos autores –parte de ellos ajenos al trajín trujillista y su poética del péndulo- fundan sin pretenderlo quizás, la generación posdictadura con obras relevantes en narrativa, poesía y teatro, fundamentalmente. A partir de 1965, desde el momento mismo del estallido rebelde, surge una nueva generación literaria con otros protagonistas y con nuevas obras donde el vínculo protestatario agotará casi todas sus proclamas en ejercicios hoy olvidados por sus propios gestores. Empero, la mayoría de los integrantes de esa generación marcan derroteros que van a influir en el destino literario inmediatamente posterior con obras que cumplen una finalidad diferente a la que planteaba el sello insurreccional y la utopía.

Cuando poco tiempo después comienza a expurgarse la temática de protesta y a crearse una obra que trasciende lo específico y lo pasajero, se gesta una nueva generación –llámele usted: grupo, movimiento, escuela, episodio- en los linderos ya de la década de los setenta próxima a iniciarse. Generación intermedia, la de los setenta tenía por delante el peso y la huella gravitante de los sesentistas que, de alguna manera, afectaron su desarrollo, por lo cual de aquel grupo algunos todavía no han cumplido a cabalidad su marcha literaria y otros se fueron quedando a la zaga y abandonaron el oficio, aunque es saludable consignar que unos pocos levantaron sus propias preocupaciones y estilos, y a la fecha tienen obras que mostrar tan importantes, y mayores, que la de muchos autores de los del grupo del sesenta y cinco.

Seguramente, estoy diciendo cosas que nadie ignora, pero lo que deseo resaltar es la seca literaria que se percibe en la década de los setenta, y la necesidad que existía entonces de producir un sacudimiento que permitiera salir a flote a nuevas voces literarias que se gestionaba calladamente. Hugo Tolentino visionó la realidad del momento y su importancia, con toda seguridad evaluada en alguna peña con amigos intelectuales, y se acercó a su amigo Vicenzo Mastrolilli para que respaldara la creación de un lauro que ayudara a germinar ese temblor que necesitaba la literatura dominicana. El entusiasmo con que Mastrolilli acogió el proyecto (una historia que Hugo debiera contar completa) dio nacimiento a los premios Siboney, con toda certeza el proyecto de mecenazgo literario más importante del siglo veinte dominicano, especialmente por lo que supuso su creación y desarrollo en el surgimiento de los valores literarios que cambiarían de alguna manera el trillo lento de la escritura creadora nacional.

Los premios Siboney se inician en los finales de los setenta y van a lograr su mayor auge en los ochenta, que es por cierto el periodo donde nacerá la contraparte auténtica de los sesentistas, la generación poética que se levantará contra ésta con postulados estéticos totalmente contrapuestos. Gracias a este lauro que llenó un cometido esencial en el desarrollo de la nueva literatura dominicana, salen a la luz autores hoy consagrados que entonces publicaban por primera vez, y obras que hoy son paradigmas en nuestra historia literaria. Un breve repaso de una historia que con nuestro descuido habitual parece como si hoy no se valorase como se debiera, nos permitirá demostrar lo que ya hemos anotado. En poesía surgen obras tan fundamentales como “El fabulador” de José Enrique García, “Banquetes de aflicción” de Cayo Claudio Espinal, “Revivir un gesto tuyo” de Rafael García Bidó, “Palabras” de G.C. Manuel (Manuel García Cartagena) y “Urbi et Orbi” y “Flagelum Dei” de Juan Carlos Mieses. Hay una más, “De puño y letra” de Manuel Marcano Sánchez, un autor del que no tuvimos jamás noticias.

En narrativa, anoten estos títulos y estos nombres: “Las devastaciones” de Carlos Esteban Deive, “Goeíza” de Manuel Mora Serrano, “Los tiempos revocables” de Diógenes Valdez, (“Tu sombra)3 de Francisco Nolasco Cordero, “El reino de Mandinga” de Ricardo Rivera Aybar, “Vicente y la soledad” de Georgilio Mella Chavier, y “Ciclos de nuestro origen” de Claudio Soriano. Una figura intelectual de la talla de Bruno Rosario Candelier fue de los que acentuó su carrera literaria en los premios Siboney, luego de haber publicado su puntal ensayístico “Lo popular y lo culto en la poesía dominicana” en 1977. Bruno gana el Siboney dos veces con textos clave de su obra general: “La imaginación insular” y “La creación mitopoética”.

Ya sea dentro del lauro o como parte de la colección bibliográfica que se publicase con el sello de Siboney, la literatura dominicana fue enriquecida notablemente con obras como las siguientes: “Retiro hacia la luz: 1944-1979” que permitió conocer en toda su extensión la obra poética de Freddy Gatón Arce, hasta ese instante poco conocida para la mayoría, completada con el formidable estudio de María del Carmen Prodoscimi de Rivera titulado “La poesía de Gatón Arce. Una interpretación”; “Imágenes de Héctor Incháustegui Cabral” de José Alcántara Almánzar; “Ensayos de sociología” de José del Castillo; “Historia de un sueño importado” de José Luis Sáez; “La magna patria de Pedro Henríquez Ureña” de Soledad Alvarez; “Hostos y la literatura” de Luis M. Oráa; “Historia del derecho colonial dominicano” de Wenceslao Vega Boyrie; “La fonología moderna y el español en Santo Domingo” de Rafael Núñez Cedeño; “Heterodoxia e inquisición en Santo Domingo” de Carlos Esteban Deive; “El proceso electoral” de Julio Brea Franco, y el teatro de Carlos Acevedo, la única vez que recordemos que se ha honrado editorialmente la trayectoria de este dramaturgo en la historia litería del país.

Como puede verse, los premios Siboney crearon una generación literaria en la República Dominicana, como en Cuba, guardando distancias y especificidades, las revistas “Orígenes” y “Ciclón” dieron curso a una troupe intelectual de primera magnitud a través de las cuales ha girado y parece girar aún, la literatura cubana. Las generaciones no debieran ser solo cronológicas, sino que debieran fijarse en función de episodios específicos, como reunión de creadores e investigadores alrededor de una publicación o de un lauro que los agrupa. Por eso, afirmamos algo que antes no se ha dicho: existe la generación Siboney, que forjó en gran medida el porvenir de la literatura dominicana desde espacios poéticos, narrativos y ensayísticos, como resultado de los veredictos de esta presea que, en su momento, fue meta a la que quisieron arribar muchos escritores. Los pocos que lograron conquistarla tienen hoy un puesto de honor en nuestra literatura. Un grupo importante se dio a conocer por primera vez en este premio. Otros, incrementaron su nombradía en cierne. Algunos más, fijaron definitivamente su estela en el espacio de la literatura y la investigación con obras pioneras. Tan poco conocida entonces era la mayoría de este grupo de laureados literarios, que las librerías de la época no quisieron nunca poner sus libros a la venta. Solo Virtudes Uribe los acogió, hasta que llegó el día que los premios Siboney dejaron de existir, entre otras razones, por lo incosteable del proyecto y la poca atención que pusieron los lectores a su desarrollo y a sus logros evidentes y palpables.

No podemos dejar de mencionar los jueces que actuaron en ese certamen señero y redentor. Entre ellos, Pedro Troncoso Sánchez, Hugo Tolentino Dipp, José Alcántara Almánzar, Freddy Prestol Castillo, Virgilio Díaz Grullón, Ramón Francisco, Antonio Zaglul, Máximo Avilés Blonda, Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda. O sea, una constelación de saberes, experiencias y ejercicios que otorgó lustre y credibilidad a galardón tan preciado.

Don Vicenzo Mastrolilli ha fallecido en días recientes. No leí ninguna reseña destacando el mecenazgo literario que protagonizó en beneficio del desarrollo y elevación de nuestra literatura. Tampoco leí ninguna esquela procedente del sector oficial de la cultura, o algún testimonio de tantos cuyas luces literarias de hoy fueron encendidas por este ítalo-dominicano que bien se merece el recuerdo y el respeto de toda nuestra sociedad literaria. Una calle, un centro literario, una escuela, algún día deberá llevar su nombre para dejar sellada la impronta de su gran aporte a las letras nacionales. Mientras tanto, recordado don Enzo, vade in pace.