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Un buen comienzo

Si bien los insumos son muy importantes, para mejorar el desempeño estudiantil, hay que reivindicar el aprendizaje de los contenidos establecidos en el currículo como propósito y medida de desempeño

La escuela pública fue duramente golpeada por las luchas políticas que siguieron a la caída de la tiranía. Y justamente cuando una nueva revolución tecnológica obligaba a volcar atención y recursos en el fortalecimiento de la educación, el gobierno dominicano decidió soltar la escuela pública en banda. Manejándola como un asunto ajeno, al cual solo se le prestaba atención cuando su movilización afectaba la paz pública.

Preocupadas por los riesgos, muchas familias comenzaron a hacer sacrificios para enviar sus hijos a centros privados. Y a fuerza de crisis, el sistema se fragmentó. La escuela pública, referencia y espacio común,  devino en un lugar crecientemente destinado a estudiantes provenientes de familias de menor ingreso, por lo general controlado por ciudadanos que enviaban sus hijos a centros privados.

Suelta en banda por el gobierno, abandonada por la emergente clase media e ignoradas por élites, aquella escuela pública, todavía la débil, pequeña y rural, heredada de la tiranía, creció y se urbanizó en medio de la hostilidad política y la precariedad financiera. En ese ambiente fue tomando cuerpo una cultura de confrontación, donde el desafío a las normas, el irrespeto a la autoridad y las frecuentes interrupciones de la docencia se volvieron habituales. Y la consecución de insumos, no de aprendizajes,  se convirtió en propósito y medida de desempeño de los actores.

La crisis económica de los 80 ahondó el deterioro de la escuela pública y elevó los niveles de confrontación. En 1991 el presupuesto de educación cayó por debajo del 1 % del PBI y una huelga de maestros paralizó los centros públicos por varios meses. Con la educación pública al borde del colapso, diferentes grupos sociales se activaron. En 1992 surgió el Plan Decenal de Educación.

Desde entonces, se introdujeron las pruebas nacionales. Se modificó la estructura de la educación preuniversitaria. Se desarrolló un nuevo currículo. Se aprobó una nueva ley de educación que incluyó el 4 %. Se implementaron importantes programas de apoyo al estudiante y a la familia. Se distribuyeron millones de textos, y montañas de equipos y materiales. Se rehabilitaron y construyeron miles de aulas. Se fortalecieron las escuelas de Formación de Docentes. Se titularon miles de maestros. Se introdujo el concurso como mecanismo de ingreso. Se inició la jornada de día completo. Se revisó el currículo y se ajustó a la nueva jornada escolar. Se contrataron profesores y empleados por cientos de miles. Se mejoró la remuneración de todo el personal, convirtiendo a los docentes del sector público, en el grupo profesional mejor pagado dentro del Estado. Se elaboraron muchísimos estudios y normativas, tres pactos educativos, y varios planes de largo plazo. Todo ello financiado con un presupuesto de educación que pasó de US$120 millones, en 1992, a US$1000 millones en el 2012. Con la aprobación del 4 %, superó, los US$4000 millones en 2022.

No obstante, las evaluaciones nacionales sugieren que en los últimos 30 años los estudiantes no han mejorado su dominio de los contenidos de lenguas materna y extranjera, matemáticas, ciencias, sociales y artes establecidas en los currículos. Las evaluaciones internacionales señalan que en esas disciplinas el estudiante dominicano permanece en la cola. Y evaluaciones a diferentes grupos profesionales, incluyendo a docenas de miles de aspirantes a maestros, insinúan que  la situación de la educación superior podría ser aún peor.

Atrapados por la cultura surgida en aquel largo periodo de precariedades y confrontaciones, los mejores esfuerzos de estos últimos 30 años se han centrado en la consecución de más personal, aulas, mobiliario, materiales, equipos, alimentos, uniformes y salarios. Y han sido exitosos. Las mejorías en las condiciones materiales de los centros, las condiciones de vida de su personal y las condiciones económicas de  los grupos políticos, sindicales y económicos que giran alrededor del sistema, son visibles. Pero aquellas evaluaciones no miden los insumos que entran a la escuela, sino los aprendizajes con los cuales los estudiantes egresan. Y esa es otra cosa.  

Si bien los insumos son muy importantes, para mejorar el desempeño estudiantil, hay que reivindicar el aprendizaje de los contenidos establecidos en el currículo como propósito y medida de desempeño. Centrar la atención en la escuela, que es el espacio real o virtual donde el estudiante aprende. Hacer buen uso de lo poco o mucho que se tiene,  no de lo que se espera tener. Y trabajar duro, de manera continua y comprometida, hasta dejar el forro y sudar el cuero.

En un sistema educativo perseguido por tantos intereses particulares, no será fácil poner el foco y reorientar hacia los aprendizajes. Pero a los 30 años del Plan Decenal, la simple clarificación de la tarea es un buen comienzo.

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