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Despierta, clase media dominicana

La clase media es el real motor de la economía, juntos somos fuertes

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Despierta, clase media dominicana

Mi día comenzó con el repiqueteo incisivo de un trabajo de albañilería que están haciendo los vecinos del local de abajo. Ayer domingo, intentaron hacer lo mismo, de hecho, me despertaron a las 8 a.m., dando mandarriazos a los muritos del parqueo (nada urgente), solo que hice valer mi derecho al descanso y el respeto de la ley. Fui vista como “intolerante”, “porque eso no e na mi doña”…

A las siete de la mañana de este lunes todavía es tenue el ruido en la Sarasota, a la altura casi de la Defilló. Pero a las siete y veinticinco se desata el infierno. El colegio en la esquina con la avenida forma el tapón del siglo. Bocinazos y más bocinazos amenizan mi café mañanero, auguran un lunes lleno de todo lo que cotidianamente nos vamos tragando, con tal normalidad que asusta.

Me veo en medio del tráfico, algo más que caótico, que supera el realismo mágico por cuanto no tiene belleza, es, más bien, una neurosis colectiva. Carritos chocones, pero intentando no chocar. Los yipetones (si son negros, peor), que se te abalanzan desde el otro carril y que si no te quitas te aplastan; los Sonata yendo a 40 km por hora aún por los túneles y elevados, los motores saltando por los techos, subiendo paredes; los guagüeros inclementes, los de todas las marcas y tipos de carros, sin olvidar “al pobre coquero” que va cuesta arriba y que te da pena, aunque por su culpa te cambie el semáforo.

Avanzamos a lo que tengamos como trabajo, y arranca el correcorre, porque cada vez tenemos menos tiempo para hacer todo lo que humanos “civilizados” debemos hacer. Nos despertamos cada vez más temprano, para que no nos “agarre el tapón”, por lo mismo, se retrasan las diligencias de la tarde. La llevadera y traedera de los muchachos. ¿Ir a algún trámite médico?, ¡Misericordia! Llegas tipo 8 de la noche, o 9, si tienes que pararte en el supermercado, a arrastrar el carrito por el descaro de los altos precios. Recuerdas el titular de que el “Gobierno asegura que han bajado de precios varios artículos”, y quieres como darle un trompón a alguien.

Desde las góndolas salen las burlas, como relojes derretidos de Dalí; muecas que te dicen que tus propios ojos y bolsillos están desmintiendo el titular hace rato. Recuerdas que, en plena Pandemia, cuando se puso a prueba la solidaridad de los pueblos, los supermercados dominicanos en su mayoría comenzaron a subir los precios “de a chin”. No era suficiente con las ventas desproporcionadas que generaron el encierro y el miedo, no. Y así, tranquilamente hoy vemos que el presupuesto, sencillamente no da.

Con ese pudor lamentable y absurdo de la clase media dominicana, vamos silenciosamente calculando si nos pasamos con el carrito. Y sí, nos pasamos. La cuenta supera lo que calculamos. Es como si no lo creyéramos del todo. Como si cada vez, frente a las cajas registradoras de farmacias, tiendas, ferreterías, se nos esgrimiera la miserable vida que nos espera si seguimos sumergidos en la inercia, adormecidos con esta especie adulterada de morfina, mientras se nos escapa como agua de las manos el mal logrado bienestarcito del que disfrutábamos.

Me viene a la cabeza el video de la profesional santiaguera que mostraba sus diplomas de licenciatura y maestría y lloraba con real desesperación por no poder pagar el abusivo recibo de la luz. Voy llorando por dentro con ella. Yo, como tanta gente, no he hecho otra cosa que trabajar de manera honesta. Estudiar y adquirir habilidades y conocimientos. Yo, llevo más de 20 años arando en el mercado, tratando de aportar algo a mi país, y yo, como tantos otros, vemos que justo cuando llegamos a la madurez, se nos escapa lo que legítima y constitucionalmente merecemos como ciudadanos formados, trabajadores, que han pagado sus impuestos y que respetan las leyes del orden y la convivencia. Mientras tanto unos y otros juegan con nuestros “chelitos”, desde las AFP y las ARS, cuyas firmas detrás proclaman la bandera de la “Responsabilidad Social Corporativa”, pero no han sido capaces de reconocer que la Ley de Seguridad Social nos ha fallado, y sentarse, de una vez por todas, a ver cómo ayudan a los pobres dominicanos que les mantienen sus empresas.

Viví, como tantos, una experiencia de estudios y laboral que me permitió permanecer en el extranjero, pero a los siete años regresé, y debo decir, que nueve años después, no me siento orgullosa de mi decisión. Y me da profunda tristeza, impotencia, rabia. Pienso en los tantos jóvenes, de todos los estratos, que se están yendo, ya sea a trabajar como obreros y “buscársela”, o a estudiar para quedarse para siempre jamás.

Sus padres cortan sus cordones umbilicales, asumen la ruptura de su descendencia, que, en lugar de mudarse en la misma ciudad, o al menos en el mismo país, estará lejos. Unos nietos que crecerán lejos. Las familias dominicanas se están rompiendo y no solo las familias pobres. Todos los amigos que tengo aspiran a que sus hijos se “larguen” y tengan una vida con derechos civiles y sociales, lejos de la delincuencia y el narcoestado, y en armonía con la prosperidad.

Me entran cólicos cuando pienso en los millonarios de este país. Cuando veo lo poco que devuelven a lo mucho que extraen. Cuando siento que todo el poder y el dinero de la bolita del mundo no calmará nunca sus arcas insaciables.

¿Cuál es el plan? ¿Poco a poco irnos convirtiendo en un Haití, sin recursos naturales, sin clase media, con inestabilidad social y con una estructura de crimen organizado que juegue con los hilos de los poderes fácticos y políticos, en un pacto siniestro con la muerte de la soberanía, la libertad que nos ha traído la maltrecha, pero al fin y al cabo viva democracia de las últimas décadas?

Me siento caminando mansamente a una dictadura de orden mundial, que se juega en cada país de acuerdo con su realidad. De una base podrida hasta lo más profundo de su estructura como la nuestra, ¿qué se puede esperar?, ¿de dónde y de cuáles manos va a salir la varita, que si no mágica, consiga de modo contundente despertarnos del letargo que nos impide levantarnos, como hizo todo Madrid el domingo 13 de noviembre, para protestar por todo lo que nos quitan, sin darnos nada, pero nada, absolutamente nada a cambio de nuestros impuestos?

La clase media es el real motor de la economía, juntos somos fuertes. Tenemos voz, tenemos voto, tenemos redes, tenemos conciencia. Aunque en su gran mayoría haya sido motorizada por fuerzas políticas, si algo demostraron las manifestaciones de la Plaza de la Bandera, es que protestar es necesario y, además, efectivo. No nos dejemos arrebatar el país, no de una manera tan burda y siniestra.

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