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Redes Sociales

Lengua y relaciones humanas

Son muchos los hablantes que no se conducen con la prudencia requerida en el momento de intercambiar ideas con los demás

"No estamos solos. Cada uno de nosotros no está solo…Tenemos que considerar que, con nosotros, existen los demás, esto es, que vivimos en sociedad. Pero vivir en sociedad no consiste precisamente en que otras personas estén o pasen cerca de nosotros, sino en que nos relacionemos de algún modo con ellas. Esta relación se produce gracias a la comunicación"Manuel Seco

El humano es un ser social por naturaleza, esto es, nace, crece, se desarrolla y actúa en un mundo de personas que viven en sociedad. Y en tanto ser social, es, a su vez, un ser comunicativo.

Al formar parte de una realidad social, los seres humanos establecen múltiples relaciones con los miembros del grupo a la que pertenecen. Y para hacer más efectiva estas relaciones, tienen que intercambiar información con los demás, y exteriorizar lo que piensan, sienten y desean. Para tal fin, precisan, pues, de ese instrumento de comunicación que todos conocemos con el nombre de lengua.

Ya sabemos que la lengua se actualiza o concretiza a través del habla, y que hablar, no es más que traducir en palabras deseos, sentimientos y pensamientos; pero los hablantes no siempre empleamos la lengua de la forma más adecuada en el instante de transmitir nuestras ideas. Frecuentemente adoptamos comportamientos lingüísticos que lejos de fortalecer las relaciones humanas, lo que hacen es producir en ellas profundas grietas que debilitan considerablemente dichas relaciones. De ahí que surjan los conflictos que suelen destruir los vínculos armónicos que deben primar en el seno de todo conglomerado social.

Tales conflictos se originan generalmente movidos más por palabras que por hechos. Incontables son los casos que nos permitirían validar el juicio anterior: las demandas por difamación e injuria; la queja del empleado, disgustado porque el jefe le “habla mal”; los chismes del vecindario que tantos roces o enfrentamientos generan; el estudiante que se queja por la forma en que le habló su profesor; el empelado que dimite del puesto porque ya no soporta las groserías verbales de su jefe inmediato, etc.,

Desavenencias como las antes citadas ocurren porque a veces no usamos la lengua con la eficacia que una buena relación social demanda. A tono con este planteo, conviene señalar que en el momento de intercambiar ideas debemos seleccionar las palabras que en términos comunicativos generen los más apreciables resultados. Como bien lo dice Gastón Fernández de la Torriente:

«El poder de la palabra eficaz es ilimitado no sólo en la esfera política, sino en lo personal o en las relaciones laborales» (La comunicación oral, 1993:7).

Son muchos los hablantes que no se conducen con la prudencia requerida en el momento de intercambiar ideas con los demás. Nos referimos, obviamente, a aquellas personas que en lugar de usar la lengua para informar, persuadir y orientar, la emplean para ofender, humillar e imponer criterios. Ya lo explicó claramente el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez en su discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua:

«La lengua tiene la posibilidad de ocultar en vez de manifestar; de engañar en vez de transmitir la verdad; de dividir en vez de unir; de enfrentar en vez de pacificar; de exacerbar en vez de suavizar; de debilitar en vez de robustecer y de trastocar en vez de ordenar».

En relación con los juicios precedentes, me permito, a modo de sugerencias y por considerarlo de gran valor o pertinencia comunicativa, proponer lo siguiente:

1. Al hablar, mire siempre a los ojos de su interlocutor, escúchelo con interés y permítale que se exprese libremente.

2. Llame siempre a las personas por su nombre de pila. No le diga “caballero”, “jefe”, “viejo”, "don" “amigo”, “varón”, “comandante”, “caballo”, “ilustre”, "distinguido", “querido”, etc. Sencillamente llámele Luis, Abelaida, María, Efigenia, Yeyo, Ramón, Domingo, Andrómedo, Doroteo… Recuerde en todo momento el consejo de Dale Carnegie: “El nombre de una persona es para ella el sonido más dulce y más importante que puede escuchar”.

3. Al dirigirse a sus superiores o subalternos, proceda en todo momento con respeto y cortesía.

4. La autoridad y el respeto se logran con palabras firmes, pero respetuosas; nunca con el insulto grosero, humillante y bochornoso.

5. Evite emitir opiniones acerca de asuntos que tengan que ver con la vida íntima de los demás.

6. Procure evitar las murmuraciones, el comportamiento altanero y los autoelogios.

Una y otras prácticas constituyen el sello distintivo de los seres mediocres y acomplejados. Lo que usted es o sabe debe demostrarlo con hechos, nunca con palabras. La pedantería, altanería o presunción es una de las conductas más despreciadas por los seres humanos.

7. Procure siempre utilizar la palabra que, al decir de Neruda, «tienen transparencia», y no aquellas repletas de "sombras", y que por ser así, hieren y bajan, en vez de elevar, la autoestima de las personas que le rodean.

8. Existen hablantes de cuyas bocas en lugar de ideas lo que salen son proyectiles convertidos en palabras. Evite, pues, formar parte de su fila.

9. Chismoso no solo es quien cuenta chismes, sino también quien disfruta escuchándolos.

10. La lengua jamás debe utilizarse para ofender, golpear, humillar, denigrar, destruir o lacerar dignidades ajenas. Nunca olvidar, apropósito, las sabias palabras de la insigne poetisa, maestra y Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral (1889 -1957): «Todo puede decirse; pero hay que dar con la forma. La más acre reprimenda puede hacerse sin deprimir ni envenenar un alma»

 La Lengua, en fin, debe emplearse para estrechar las relaciones humanas y contribuir al desenvolvimiento o desarrollo de un mundo cada vez mejor.

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El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura dcaba5@hotmail.com