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Manuel Rueda, a propósito de sus Adivinanzas dominicanas

La huella indeleble de Manuel Rueda en la música y la literatura

Cuando estaba en el apogeo de su carrera, siempre se decía que Manuel Rueda era el escritor más completo de nuestro país. Era pianista, poeta, dramaturgo, ensayista, crítico, narrador, folclorista, sin duda la figura más relevante en el campo de las letras y la música de la República Dominicana.

Pero la afirmación era inexacta, pues creo que Rueda fue el artista más grande que tuvo nuestro país en el siglo XX, y si no ha caído en el olvido, como ocurre casi siempre entre nosotros cuando alguien eminente muerte, es por la brillantez de su legado como músico y escritor, maestro de generaciones, respetado por notables como Franklin Mieses Burgos, Héctor Incháustegui Cabral y Freddy Gatón Arce, entre otros.

Parecía que lo conocía todo y lo había leído todo, y en música tenía un olfato infalible para detectar lo valioso entre la hojarasca. En literatura, su veredicto, a veces implacable, casi siempre tenía un fundamento lógico, por lo que era temido y temible a un tiempo.Manuel Rueda ya era pianista graduado a los 15 años.  A los 18 obtuvo una beca del gobierno dominicano para seguir sus estudios musicales en Chile, país donde pasó doce años nutriéndose de la vida cultural de un país que ha dado dos premios Nobel de Literatura (Gabriela Mistral y Pablo Neruda), aunque él personalmente fue discípulo de otro ilustre poeta, Vicente Huidobro, padre del Creacionismo; un país que ha sido la cuna de Claudio Arrau, uno de los grandes pianistas del mundo de todos los tiempos. Allí perfeccionó Rueda su dominio del instrumento que tocaba con pasión y brillantez, y publicó a los 28 años Las noches, un libro de sonetos con el que demostró su extraordinario talento para la poesía.

Al regresar al país con treinta años de edad, se convirtió en la figura central de la cultura dominicana, con un magisterio indiscutible en música, habiendo sido director del Conservatorio Nacional de Música durante casi veinte años y maestro de distinguidos pianistas como Miriam Ariza y Milton Cruz; y figura indispensable y polémica en literatura, creador del Pluralismo, con el que quiso sacudir de su marasmo el ambiente literario local.

Publicó libros claves, a partir de La criatura terrestre (1963), que contiene unos «Cantos de la frontera» que siguen teniendo vigencia sesenta años después de publicados. Ganó numerosos premios en teatro, incluido el Premio Tirso de Molina ganado en Madrid en 1995, entre más de doscientos concursantes, con la obra Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca; en poesía, incluido el Premio «Eduardo León Jimenes» 1999 por Las metamorfosis de Makandal, su última obra publicada en vida; en narrativa, como el Premio Anual de Novela a Bienvenida y la noche, que él llamó «crónica montecristeña» sobre las bodas de Rafael Trujillo Molina y Bienvenida Ricardo en 1927. Dirigió investigaciones sobre el folklore, dirigió también la fundación cultural que patrocina el Premio Nacional de Literatura, y dirigió también «Isla Abierta» durante dos décadas, el más importante suplemento literario que hemos tenido en mucho tiempo.

Por desgracia, falleció a los 78 años el 20 de diciembre de 1999, después de padecer durante un año los malestares de un cáncer que lo mantuvo recluido en ese último período de su vida. Debemos celebrar que la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, con el apoyo de Efemérides Patrias, haya decidido reeditar las Adivinanzas dominicanas publicadas hace medio siglo, y que ahora vuelven a nosotros en todo su esplendor, para beneficio de las actuales y futuras generaciones.

Sala Carmen Natalia, Biblioteca Nacional, 14 de septiembre de 2023.

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