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¿Dónde está el piloto?

Los proyectos piloto tienen sentido. Sirven para probar a pequeña escala una idea, un sistema o un producto

Tomando prestado el título de una vieja película, nos preguntamos sobre las tantas iniciativas, públicas y privadas, en proyectos de cooperación que empezaron como proyectos piloto e independientemente de su éxito o fracaso, no pudieron escalar ni lograr el impacto esperado.

Los proyectos piloto tienen sentido. Sirven para probar a pequeña escala una idea, un sistema o un producto y, basados en las lecciones aprendidas y su éxito, escalarlos para impactar comunidades o incluso un país entero. Sin embargo, muchos de estos proyectos piloto, aunque sean exitosos, no logran reproducirse a gran escala. Se agotan los fondos, cambian los protagonistas o simplemente se pierden el interés y el compromiso necesarios para implementarlos a nivel nacional o regional. De acuerdo con un informe de McKinsey, solo el 25% de los proyectos piloto exitosos logran escalar.

En nuestro país hace falta un ecosistema que permita tomar pequeñas ideas o experimentos exitosos y expandirlos para acelerar el desarrollo. Los proyectos piloto son importantes para probar ideas, reducir riesgos de inversión, ahorrar costos y acelerar la innovación. Antes de convencer a un gran segmento, se puede demostrar los beneficios de la idea en un grupo pequeño. En el sector público, se utilizan para probar nuevas políticas, programas sociales, tecnologías y procesos de gestión. En el sector privado, se emplean para lanzar nuevos productos o servicios, probar nuevas estrategias de marketing, optimizar procesos internos y evaluar tecnologías emergentes.

El problema surge cuando los resultados de estos proyectos no quedan plasmados en bases de datos ni se utilizan para aprender, evitar errores o implementar las políticas o procesos para los que fueron diseñados. Es ese ecosistema lo que nos falta.

En el ámbito del emprendimiento ocurre lo mismo. Tenemos múltiples programas de ideas de emprendimientos y start-ups, pero muy pocos recursos y mecanismos para probar o implementar estas ideas. Nos faltan los medios para apoyar a los jóvenes innovadores en áreas como la robótica, el internet de las cosas, la realidad aumentada, el desarrollo de software y otras, e invertir en sus ideas. Queremos más patentes, pero carecemos de los recursos y procesos necesarios para aprovechar comercialmente esos valiosos activos. En muchos casos, las alianzas entre corporaciones y universidades se utilizan más para identificar talentos que para apoyar nuevas ideas. Un estudio de Harvard Business Review revela que solo el 10% de las alianzas entre corporaciones y universidades resultan en productos comercializables.

Necesitamos que las iniciativas y proyectos piloto, que han surgido de tantas estrategias públicas valiosas, sean procesadas para aprender y escalar. Acelerar ese proceso de transformación propuesto por estas mismas estrategias. Pero también necesitamos un empresariado dispuesto a apostar por nuestros innovadores, jóvenes y no tan jóvenes, que están creando nuevo valor en tecnología y otros ámbitos. No solo debemos pensar en cómo integrarlos a nuestras empresas, sino también en apoyarlos para que creen y prueben sus ideas e innovaciones antes de comprarlas o invertir en ellas.

Estamos rodeados de estudios, iniciativas y, sí, de muchos proyectos piloto que nos pueden enseñar, si tuviéramos los datos a la mano y los usáramos para ser más ágiles en las tomas de decisiones. Si nos preguntamos cómo podemos acelerar el desarrollo del país o de nuestras empresas, tal vez deberíamos empezar por entender qué ha pasado con los pilotos.

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