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Haití: ¿ahora qué?

El asesinato de un presidente en cualquier país es un hecho grave –gravísimo- que merece ser repudiado sin reservas, a menos que se trate del ajusticiamiento de un tirano como ocurrió en nuestro país el 30 de mayo de 1961 con Rafael Leonidas Trujillo. En el caso del presidente de Haití, Jovenel Moïse, su asesinato es particularmente vil y brutal por la forma como se llevó a cabo. No fue, como ha ocurrido en muchos magnicidios a través de la historia, obra de algún individuo que actúa por cuenta propia y de manera aislada por motivos indescifrables, sino que fue perpetrado con premeditación y alevosía, en su propio hogar, mientras dormía junto a su esposa, por un grupo de sicarios que actuó por orden de algún enemigo político o personal, o ambas cosas a la vez, con la posible complicidad de su propio cuerpo de seguridad.

Encontrar los autores materiales e intelectuales de este asesinato y hacer que les caiga todo el peso de la ley es una tarea de primer orden, pero no será suficiente. Aquí no debería caber aquello de que “a rey muerto, rey puesto”, como parece estar ocurriendo con el reconocimiento precipitado, por parte de varios países y organismos internacionales, de Claude Joseph como autoridad legítima, un primer ministro cuyo mandato había cesado y que no cuenta con un mínimo de legitimidad formal interna que le permite ser un factor positivo de estabilidad y gobernabilidad en las difíciles circunstancias institucionales por las que atraviesa Haití.

Si algo positivo pudiera desprenderse de este acontecimiento tan lamentable es que los actores claves de la comunidad internacional en relación al tema haitiano –Estados Unidos, Canadá, Francia, la ONU, la OEA, CARICOM, entre otros- tomen finalmente en serio la crisis haitiana en lugar de hacer simplemente ajustes puntuales que, a la postre, dejarán las cosas tal como están. Es tiempo de poner a un lado la indiferencia, la irresponsabilidad y la condescendencia para dar paso a un enfoque estratégico sostenible en el tiempo que haga posible generar estabilidad, seguridad y gobernabilidad en Haití por el bien de su propio pueblo y del entorno regional.

El punto de partida para generar ese enfoque estratégico es entender los factores que llevaron a Haití a la crisis en la que ha estado sumido durante los últimos treinta años para, al menos, delimitar el tiempo y tener un sentido práctico de las cosas. Haber impuesto uno de los regímenes de sanciones más draconianos que se haya aplicado a cualquier país, incluyendo un bloqueo naval, con el fin de restaurar al presidente Jean Bertrand Aristide, es una de las peores decisiones que se haya tomado en la historia de América que destruyó completamente la mínima base económica con la que contaba Haití en ese momento, la cual no ha podido todavía restaurar. A esto se agregó, una vez Aristide retornó al poder, el desmantelamiento del ejército haitiano sin un plan alternativo para reconstruir las fuerzas de seguridad de esa nación y una liberalización unilateral radical de su comercio exterior que en nada contribuyó a restablecer bases productivas mínimas que generasen empleos y crecimiento económico.

Desde el punto de vista institucional, las fuerzas políticas haitianas habían adoptado, en el contexto post Duvalier, una Constitución con un sistema mixto (presidencial y parlamentario) al estilo de la Constitución francesa de 1958 que, al decir del profesor Milton Ray Guevara en aquellos momentos, era un traje que no le cabía a esa sociedad. Lo que resultó fue un sistema político disfuncional que impide tener un Poder Ejecutivo suficientemente eficaz con capacidad de gobernar y que vive permanente en crisis por los conflictos entre el presidente, el parlamento y el primer ministro. Lo más cínico de todo es que durante un buen tiempo los organismos internacionales le suspendían el financiamiento a Haití cuando se producían estos conflictos institucionales recurrentes, lo cual no hacía más que profundizar la crisis económica y la ingobernabilidad política.

Por supuesto, la crisis haitiana tiene otros componentes tan o más graves, como es la devastación del medio ambiente y la crisis del Estado en un sentido mucho más profundo que la disfuncionalidad de las instituciones políticas. Estos aspectos de carácter estructural requieren soluciones de mediano a largo plazo que van mucho más allá del simple cambio de un presidente o un primer ministro. Requiere, también, la asistencia internacional sostenida pues no es cierto que Haití podrá generar internamente los recursos, las energías y las voluntades para emprender transformaciones de esa magnitud.

Además de aunar esfuerzos y coordinar acciones, la comunidad internacional debe reclamar responsabilidad a los propios actores políticos y sociales de Haití. Ellos solos no podrán superar la crisis, pero sin ellos tampoco podrá haber solución. Hay que hacerles ver que deben anteponer sus intereses particulares o grupales a los intereses de su país. Hay que superar la visión paternalista y condescendiente tan arraigada en círculos internacionales y comenzar a reclamar compromisos reales de parte de esos actores.

Esta es la ocasión para que Estados Unidos actúe con tanta energía ante los organismos internacionales como lo hizo cuando el golpe de Estado a Aristide, pero esta vez con una nueva visión que tenga como meta la reconstrucción del Estado haitiano, el rescate del medio ambiente, el desarrollo de una base económica sostenible y la puesta en marcha de una gobernabilidad política duradera. Estados Unidos tiene que hacer su mayor esfuerzo de convencer al Consejo de Seguridad de la ONU de retomar el tema haitiano y definir nuevos programas de apoyo con esa visión de transformación estratégica. Francia y Canadá están llamados también a jugar un papel constructivo con visión de largo plazo, al tiempo que otros actores de nuestra región (OEA, CARICOM) sirvan de soporte a las acciones que se emprendan.

De nuestra parte, la República Dominicana tiene que ir más allá del simple discurso de que no puede cargar con la crisis haitiana; este es un punto necesario pero no suficiente. Si lo seguimos repitiendo nadie nos hará caso, por más fuerte que hablemos. Tenemos que generar ideas y propuestas a partir de nuestra propia experiencia exitosa de desarrollo económico, estabilidad política y gobernabilidad democrática. Hay que buscar cualquier espacio posible para plantear esas ideas y propuestas en el escenario internacional, así como ante sectores haitianos de buena voluntad (líderes políticos, sociales, empresariales, religiosos) que estén abiertos a ver la República Dominicana como una fuente de experiencias que pudiesen serles útiles en el proceso de reconstrucción nacional.

TEMAS -

Abogado y profesor de Derecho Constitucional de la PUCMM. Es egresado de la Escuela de Derecho de esta universidad, con una maestría de la Universidad de Essex, Inglaterra, y un doctorado de la Universidad de Virginia, Estados Unidos. Socio gerente FDE Legal.