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Por qué no soy conservador

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Por qué no soy conservador

“La postura que he defendido a lo largo de esta obra suele calificarse de conservadora, y, sin embargo, es bien distinta de aquella a la que tradicionalmente corresponde tal denominación. Encierra indudables peligros esa asociación de los partidarios de la libertad con los conservadores, en común oposición a instituciones igualmente contrarias a sus respectivos ideales. Conviene, pues, trazar una clara separación entre la filosofía que propugno y la que tradicionalmente defienden los conservadores.” F. A. Hayek

Ahora que se discute con vehemencia la pertinencia o no de aplicar políticas de austeridad para mejorar las perspectivas de recuperación de un grupo de economías europeas, es evidente que determinadas posiciones de los economistas están asociadas con una tipificación de carácter político o ideológico. Un economista es progresista, si defiende el activismo fiscal como forma de mejorar la recuperación económica, independientemente de que ese activismo haya sido -en primer lugar- uno de los factores desencadenantes de la crisis. También es progresista, si defiende que el gobierno establezca empresas públicas, aunque en el pasado se haya probado reiteradamente que esas empresas son, tarde o temprano, centros de corrupción y clientelismo político. Igual de progresistas son los economistas que defienden la aplicación de controles de precios –en sus diversas modalidades-, sin importar los daños que causan al aparato productivo. Aún más progresistas son si recomiendan programas sociales que no tienen viabilidad desde el punto de vista de las finanzas públicas.

En contraposición, están los economistas que son catalogados como «conservadores» o «reaccionarios». Hayek, en su tiempo, fue víctima de ese etiquetado. Esto –prácticamente- lo obligó a escribir un ensayo que tituló Por qué no soy conservador.

Explica que el conservadurismo se manifiesta en una predisposición de rechazo a todo cambio ‘súbito y drástico’, lo cual es solamente útil, cuando se trata de cambios perjudiciales para la sociedad. El conservador jamás tiene una propuesta de cambio y, por lo tanto, vive en un estado reactivo, arrastrado por lo cotidiano. En cambio, Hayek se considera a sí mismo como un liberal, distante de los conservadores y de los colectivistas, quienes comparten el mismo entusiasmo por el control social. Se trata de un liberalismo, de acuerdo con Hayek, que nunca se ha opuesto a los avances y al progreso de la sociedad; al contrario, sus propuestas son de ‘revolucionarias innovaciones.’

En la medida que el sistema socialista ha ido fracasando, muchos adeptos han preferido esconderse bajo la denominación de progresistas. Pero en el fondo de esas posturas «progresistas» subyace el error -¿constructivismo?- de que las formaciones sociales o políticas son el exclusivo resultado de la acción deliberada de los seres humanos y que, por lo tanto, pueden ser construidas únicamente a partir de esa acción humana deliberada. No hay espacio, en esta concepción, para ponderar la importancia que tienen las consecuencias no intencionadas de las decisiones que permanentemente toman los individuos. Por eso, no es de extrañar que con frecuencia «progresistas» y conservadores terminan aliados en los pactos políticos, pues los une un cierto desprecio por las libertades individuales y amor por el ejercicio autoritario del poder político.

El paso del tiempo, sin embargo, se ocupa de ir poniendo las cosas en su justo lugar, a pesar de que ciertos experimentos colectivistas nunca debieron ocurrir, por los irreparables daños humanos y materiales que provocaron y siguen provocando –piénsese en la Unión Soviética, Cuba, China y Venezuela, entre otros. Y es que el conservador y el «progresista» -socialista o Marxista- no se oponen –plantea Hayek- , “a la coacción ni a la arbitrariedad estatal cuando los gobernantes persiguen aquellos objetivos que consideran acertados”. Estas actitudes son las que facilitan que gobiernos abiertamente dictatoriales, como en Cuba, y de aparente democracia, como en Venezuela, violen tranquilamente los más elementales derechos humanos al amparo del silencio cómplice de quienes se consideran a sí mismos como «progresistas», y cabe preguntarse: ¿Cuáles son los revolucionarios en Cuba? ¿Los que gobiernan apegados desesperadamente al status quo, o los que quieren cambios democráticos? ¿Son revolucionarios o reaccionarios los cantautores que aún cantan a la ‘revolución’ cubana? Música, dicho sea de paso, que aún hoy día disfrutamos.

Hayek estima que la característica que hace que el liberal sea diferente al conservador o al socialista es el respeto que adopta ante la conducta que los individuos asumen de acuerdo con sus valores y creencias, cuando esa conducta no viola aspectos contemplados en la esfera de la ley. Por eso considera a la democracia o gobierno mayoritario como un mal menor, pues nadie está en capacidad de gobernar sabiamente con poderes ilimitados.

De manera que es un contrasentido calificar como conservador o reaccionario a quien es partidario de implementar reformas profundas para transformar o revolucionar un status quo que reproduce inercialmente niveles de pobreza y de desigualdad incompatibles con la dignidad humana. Conservadores o reaccionarios son los que están atrapados en viejas ideologías patentemente superadas.