Fundación Eco-Bahía: un salvavidas para las tortugas marinas
El proyecto busca transformar la relación de las comunidades con sus playas

Es evidente que las playas de la República Dominicana son escenarios idílicos que impresionan a cualquiera. Sin embargo, detrás de esa belleza se libra una lucha silenciosa por la supervivencia de algunas de las especies cruciales para preservar el equilibrio y la salud de los océanos: las tortugas marinas.
Desde 2023, la Fundación Eco-Bahía, creada en 1999 por el Grupo Piñero en México, extendió su labor al país caribeño, comenzando una nueva etapa de conservación en zonas estratégicas de las provincias Samaná, San Pedro de Macorís, María Trinidad Sánchez y La Romana.
La intención del proyecto, explica su director Alex Matás, es que el turista y el visitante "pueda disfrutar de la belleza natural del país" sin poner en riesgo a las especies que dependen de sus playas.
Y precisamente esas playas se han convertido en el escenario de una de las acciones de conservación más perseverantes en la región.
Frente de conservación
En México, el trabajo con tortugas marinas se realiza desde hace décadas bajo estrictas regulaciones. En la República Dominicana, en cambio, la conservación comienza a afianzarse en un terreno donde todavía persisten desafíos como el saqueo de nidos y la venta ilegal de huevos.
Matás señala que la creencia de que estos tienen un "efecto afrodisíaco" alimenta un mercado clandestino difícil de erradicar.
De ahí la importancia de que Eco-Bahía se estableciera en la isla: no solo para proteger nidos, sino para crear conciencia y fortalecer el trabajo institucional del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, que aún enfrenta limitaciones para vigilar todas las zonas costeras.
Visitantes antiguas
En territorio dominicano anidan tres especies: la tortuga tinglar, la carey y la tortuga verde. Cada una tiene su temporada para llegar a la costa: la tinglar llega entre marzo y agosto; la carey, casi todo el año con un pico entre julio y noviembre; mientras que la verde pone sus huevos entre mayo y septiembre.
Guiadas por un mecanismo interno comparable a un "GPS natural", las hembras regresan, tras unos 12 años de vida marina, a la misma playa donde nacieron. Allí realizan una minuciosa inspección del entorno.
Si hay construcciones, personas circulando o contaminación lumínica, pueden abortar la anidación; cuando se sienten seguras, excavan y depositan entre 60 y 120 huevos, aunque algunas especies superan los 200.
Entre 45 y 60 días después, en el calor profundo de la arena, comienza el proceso de eclosión. No todos los huevos prosperan; algunos son infértiles y actúan como protección. Pero quienes lo logran se enfrentan de inmediato a los primeros obstáculos de su vida.
Las crías, ciegas y diminutas, deben cavar hacia arriba entre 30 centímetros y un metro de arena antes de recorrer la playa hacia el mar. Ese breve viaje, que parece insignificante para un adulto, es determinante para ellas: les permite grabar el perfil magnético de la playa, el mismo que les permitirá volver como adultas.
Saquear vs. conservar
Uno de los aportes más importantes de Eco-Bahía es su labor de integración comunitaria.
"Hemos logrado ir trabajando también con los saqueadores", confiesa Matás. "Estamos incluso transformando al saqueador en conservador". La idea es convertir a quienes antes saqueaban nidos en colaboradores, aprovechando que son grandes conocedores de las playas y pueden identificar rastros con facilidad.
¿Cómo se logra? "Muchas conversaciones, muchas interacciones... hay que tener incluso dotes de psicólogos", dice entre risas. Pero los resultados hablan por sí solos: en varias zonas, antiguos saqueadores ahora trabajan como asistentes temporales durante la temporada de anidación.
La labor educativa también es una pieza clave. La fundación ha diseñado rutas ecológicas donde se explica la flora, la avifauna y el trabajo de conservación. Si coincide con la presencia de un nido, los guías aprovechan para mostrarlo e instruir sobre el proceso natural.
Convencidos de que la conciencia ambiental debe sembrarse desde la infancia, Eco-Bahía además trabaja en 19 centros educativos de primaria y secundaria, donde no solo enseñan sobre biodiversidad, sino que realizan visitas a áreas protegidas para que los niños vivan la conservación fuera del aula.
"Estamos buscando aliados en las comunidades", señala Matás, especialmente pescadores locales que pueden reportar rastros o nidos.
Las más vulnerables
Aunque todas las tortugas enfrentan amenazas, la carey es, según Matás, la más crítica. "Era una tortuga que se capturaba mucho por su caparazón, para la artesanía".
La tinglar tampoco está exenta de peligro, pues ha sido perseguida históricamente para consumo de carne. Pero la carey exige una atención especial por su menor población y su lento ritmo de recuperación.
Logros y desafíos
Uno de los mayores logros de este año ocurrió en la frontera entre Samaná y Nagua. "El año pasado, de 20 nidos, se rescataron dos; este año ha sido al revés". De acuerdo con Matás, esta playa, antes desconocida, es un área de alto índice de anidación.
También se realizó el primer Entrenamiento Nacional de Monitoreo y Protección de Tortugas Marinas, realizado en la Playa Nueva Romana y organizado por el Ministerio de Medio Ambiente, con la intención de fortalecer las acciones de conservación y estandarizar el manejo de datos sobre el anidamiento de tortugas marinas en el país.
Pero a pesar de los avances, aún quedan desafíos por enfrentar. El director de la fundación enfatiza la necesidad de que el organismo gubernamental refuerce la presencia de guardaparques en zonas costeras.
Y es justamente esa combinación de logros y desafíos la que impulsa a la fundación a seguir trabajando. Como bien explica Matás: no es un proyecto de temporada.
"La conservación no puede pasar de moda", concluye el director de Eco-Bahía.
Desde su llegada al país hace tres años, la fundación ha logrado conservar entre 70 y 100 nidos en las provincias donde operan. Solo en 2025 lograron liberar más de 1,700 crías al mar.
Pero el trabajo no es tan sencillo, pues cada provincia, e incluso cada comunidad, obliga a diseñar protocolos diferentes. En María Trinidad Sánchez, por ejemplo, las playas desoladas facilitan el saqueo. "Hay más problemas de saqueo", explica Matás. En Bávaro, aunque la zona es turística, existen tramos sin construcción que se convierten en corredores para depredadores; allí la vigilancia debe ser más rigurosa y, en ocasiones, se trasladan nidos para evitar pérdidas.
En Samaná, en cambio, los nidos suelen mantenerse en sus lugares originales gracias a una interacción más armoniosa con la comunidad.




Laura Ortiz Güichardo