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El umbral y la puerta

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El umbral y la puerta

Escribía Inés Aizpún la semana pasada que la lectura es la puerta. De que nuestros niños sepan abrirla depende su desarrollo, el nuestro y el de los que vendrán. De esa puerta depende nuestro futuro. Y nuestros niños no saben leer. Todos hemos puesto nuestro granote de arena para que el umbral de esa puerta se haya convertido en una barrera insalvable más que en un punto de partida.

Si nuestros niños no nos ven leer, no sentirán curiosidad por la lectura. Mírenlo con los ojos de un niño. Un adulto abre un objeto, un objeto que no necesita batería, ni está conectado, ni tiene teclas ni luces. Lo mira en silencio, fijamente, y, poco a poco, pasa sus hojas. Parece haberse trasladado a otro universo. Parece divertirse. ¿No les apetecería intentarlo?

A los niños les despierta el gusanillo de la lectura convivir con los libros, con gente que lee, con gente que valora las palabras. Pero eso no basta, es solo el primer paso. La alfabetización los pone en contacto con la palabra escrita. Los enseñamos a interpretar grafías que se van sumando para componer palabras. Un paso más. Tenemos que hacerles descubrir que las palabras escritas son algo más que una suma de letras; que las palabras escritas nos dicen lo mismo que las palabras habladas. Otro paso más. Tenemos que ayudarles a intuir que las palabras no deberían estar solas; cuantas más palabras podamos convocar, más podrán contarnos y más podremos contar nosotros. Otro paso. Tenemos que guiarlos a través de las relaciones que las palabras establecen entre sí, esas que nos ponen a pensar, a reír, a llorar, a soñar. Y solo entonces estarán leyendo.

Nadie dijo que fuera fácil. Alfabetización, vocabulario, gramática, ortografía. Todos imprescindibles para la lectura, pero no suficientes. Sin curiosidad, sin pasión, sin placer no hay lectura. Mezclen estos ingredientes como si de una pócima mágica se tratase y el umbral se convertirá en el comienzo de un extraordinario camino.

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