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El benefactor y la sacralización del Jefe

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El benefactor y la sacralización del Jefe

Leyendo textos sobre la era de Trujillo, en muchas ocasiones me he preguntado cómo fue posible que se endiosara tanto al amo de obras y destinos de esa época infausta, al punto que llegó a ser peligroso durante la dictadura no sumarse a la corte de áulicos que le rendía pleitesía al “perínclito” de San Cristóbal.

En su obra La agitada vida de Rafael Estrella Ureña, recientemente publicada, el historiador Rafael Darío Herrera da buenas pistas sobre cómo empezó aquel fenómeno de adulación que se convirtió en seña de identidad de la dictadura de 31 años.

Herrera narra que en la campaña electoral de 1930, Estrella Ureña e intelectuales del Cibao contribuyeron a la sacralización del futuro tirano.

“En días previos a la consulta electoral del 16 de mayo le tributó un extraordinario recibimiento en la ciudad de Santiago, para lo cual contó con el apoyo del mayor del Ejército Luis Silverio Gómez, a quien le solicitó dos trenes para transportar personas desde Navarrete y Tamboril hasta Santiago. En los numerosos discursos que pronunció en todo el país Estrella Ureña se explayaba en alabanzas a Trujillo, a quien se le rindieron homenajes al granel”, escribió.

El historiador cuenta que también el sábado 26 de abril el mismo Estrella Ureña recibió a Trujillo, entonces candidato a la Presidencia, a la entrada de Mao, junto a autoridades del Ayuntamiento, el comité de festejos, representantes de la sociedad y estudiantes y que el futuro tirano fue homenajeado.

Es sabido que Trujillo se hizo adicto a las lisonjas y que convirtió en política de gobierno la glorificación de su persona y de su obra, y que quienes osaban incumplirla pagaban con muerte y encarcelamientos la “grave ofensa” de no reconocerle méritos.

En días pasados, causó diversas críticas, vertidas por las redes sociales y otros medios, el hecho de que el actual ministro de Obras Públicas, Gonzalo Castillo, le endosara el calificativo de benefactor al presidente Danilo Medina, un adjetivo que no sería cuestionable en el país si no se hubiese convertido en marca identitaria de Trujillo, el gobernante más cruel que se ha conocido en la historia dominicana.

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